Bolivia: La cuestión de fondo

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Guillermo Almeyra*
Es evidente que la decisión de imponer de un día para otro y sin discusión previa con las organizaciones sociales el mayor aumento del precio de los combustibles en toda la historia boliviana fue adoptada con mucha antelación por el "núcleo duro" del gabinete de Evo Morales.

 

El momento elegido para anunciarla –un viaje de Evo a Venezuela para dar ayuda solidaria a los damnificados por las inundaciones– quizás lo fue para dejar al presidente, en la medida de lo posible, al margen del inevitable repudio que dicha medida seguramente se preveía que provocaría.

Aunque Evo anuló lo que la gente m] Si las empresas petroleras no invierten porque no ganan lo que desean, no hay que aumentar los precios y sus ganancias sino estatizarlas y ponerlas bajo control obrero y social, llamando a los técnicos y profesionales de toda América Latina a desarrollar en Bolivia ese sector con independencia de las trasnacionales de todo tipo. El control obrero y popular reducirá los despilfarros y la corrupción y controlará también el contrabando, además de dar trabajo y producir el tipo de subproductos que necesitan los bolivianos.

Detrás del decisionismo verticalista está también la idea de que el gobierno es el Estado (excluyendo a la población), así como la idea de que la única vía "natural" es la capitalista desarrollista, la anulación de la democracia social, de la autonomía, del carácter formalmente multinacional del Estado. Para el gobierno, el Estado es unitario y centralizado porque ni se le ocurre censar regionalmente recursos y necesidades, consultar a los pobladores para hacer planes regionales de desarrollo y fijar prioridades económicas, hacer de la población organizada en consejos y comunidades un protagonista de la economía, en un proceso de aprendizaje y de modificación, a la vez, de consumos y concepciones económicas. También es evidente la falta de control social sobre el gobierno.

El MAS no es un partido y sirve, cuando mucho, para conseguir votos en las elecciones y puestos en el aparato estatal. No tiene ideas, objetivos, proyectos, iniciativas ni controla al gobierno y se parece cada vez más al PRI mexicano. Se necesita, en cambio, un movimiento-partido surgido de las organizaciones de lucha obreras y populares, que sostenga el proceso (y al gobierno) frente al imperialismo y el capitalismo y frente a la derecha racista y fascista, pero que sea independiente del gobierno y del Estado y los impulse con sus ideas e iniciativas. Si el gobierno combate a esta tendencia en germen poniéndola en el mismo plano que a la derecha, dará margen de acción y caudal electoral a ésta y, al mismo tiempo, se debilitará y desprestigiará en sus propias bases de apoyo.

Debe, por tanto, dejar de lado la arrogancia y el rechazo de las críticas de izquierda y escucharlas para discutirlas, en un proceso nuevo en el cual todos deben aprender e innovar. En cuanto a la ultraizquierda, debe entender que la historia de Bolivia es trágica y que si Evo Morales cayese sería por la derecha y de forma sangrienta, como cayó Gualberto Villarroel cuando las clases medias urbanas se opusieron al pueblo y siguieron a la oligarquía, con el apoyo, entonces, de quienes se decían "marxistas".

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