Bolivia: un golpe de Estado contra las mujeres nativas
Elena Laporta, María Eugenia Palop - Laura Gómez
«Necesitamos ayuda, por favor. Nos están matando. La prensa no está llegando». Las voces y los rostros de las mujeres originarias bolivianas en resistencia contra el golpe de Estado llegan a todos los rincones del mundo. Ellas están siendo las protagonistas indiscutibles que vehiculizan la narración verbal y emocional del terror que se ha instalado en Bolivia.
Resulta espeluznante que el nuevo ministro de la Presidencia sea el abogado de la «manada boliviana», que drogó y violó a una chica de 15 años hace apenas unos meses provocando una ola de indignación ciudadana
Ninguna feminista boliviana duda hoy de que el potencial triunfo del golpe va a suponer un retroceso absoluto en los derechos logrados por estas mujeres y por los pueblos indígenas originarios.
Mujeres que en los últimos 14 años de gobierno del MAS se han empoderado y han realizado un ejercicio extraordinario de dignidad, de recuperación de sus derechos y de su identidad, y que ahora saben que se lo juegan todo. Saben que si ganan los golpistas, volverán a ser piezas descartables, simples desechos de ese proceso de despojo que llevan impreso en su memoria genética.
El golpe boliviano no ha sido una reacción espontánea, ni el resultado de un levantamiento ciudadano aprovechado por la extrema derecha. Nadie niega que el malestar con el gobierno de Evo Morales llegaba ya a amplias capas de la población, por eso las elecciones se ganaron con un 47,08% de los votos, pero es innegable también que este movimiento ha obedecido a un móvil geopolítico cuidadosamente estudiado.
Roto el equilibrio en el cono sur latinanoamericano con la victoria de Manuel López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina, y la rebelión ciudadana masiva en Ecuador y Chile, que han colocado a Lenín Moreno y Sebastián Piñera al borde del abismo, Bolivia necesitaba ser «recuperada» a fin de mejorar las condiciones rentables del capital multinacional extractivo en un momento de crisis ecológica global.
Bolivia tiene 9 millones de toneladas de litio que aún no se han extraído comercialmente, la segunda cantidad más grande del mundo. Y el litio es considerado hoy el mineral del futuro, esencial para el desarrollo tecnológico y la industria automovilística.
«Ellos no son los únicos ciudadanos. Nunca más humillación y arrodillarnos ante las transnacionales que nos han humillado hasta hoy». Gritan las mujeres nativas.
La violencia política en Bolivia se ha anclado en discursos propios del fundamentalismo religioso y en un fanatismo misógino militante que promete «devolver a Dios al Palacio del Gobierno» y recuperar el control sobre las mujeres a través de la preservación de la familia y de la nación. Resulta espeluznante que el nuevo ministro de la Presidencia sea el abogado de la «manada boliviana», que drogó y violó a una chica de 15 años hace apenas unos meses provocando una ola de indignación ciudadana. Un prohombre conocido por sus arremetidas contra el movimiento feminista o la despenalización del aborto en un contexto internacional de guerra femicida.
Y hay que decir más. Porque este terrorismo paraestatal, liderado por grupos cívicos armados, policías amotinados, militares, grupos políticos opositores, terratenientes y fundamentalistas religiosos, privatizado y aparentemente informal, se ha inscrito, de manera específica y selectiva, en el cuerpo de las mujeres originarias. Guardianas de los recursos naturales y de las prácticas comunitarias; defensoras de los comunes, ancladas a la tierra y a la defensa del territorio.
Saqueos e incendios de las casas de lideresas sociales, discrecionalidad policial, desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, secuestros, torturas y violencia sexual contra las mujeres indígenas, representantes públicas y activistas del MAS. De hecho, este antifeminismo colonial y racista, como denuncia Sandra Cossío, comunicadora popular e integrante de la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias Bartolina Sisa, se ha articulado como un ataque sistemático contra la totalidad de las «indias»; como un escarmiento disciplinante frente a su secular resistencia.
«¡Las mujeres estamos en pie! Quizá algunos no conozcan esta mi bandera, la Whipala. Esta bandera no es del MAS, ni de ningún partido político ¡Es de nuestros indígenas que no han luchado 20 días! ¡Han luchado años, décadas por la libertad de los pueblos indígenas originarios! ¡No es con perdón que se soluciona esto!».
Ninguna feminista boliviana duda hoy de que el potencial triunfo del golpe va a suponer un retroceso absoluto en los derechos logrados por estas mujeres y por los pueblos indígenas originarios.
«El fascismo no escucha –dicen- El fascismo no retrocede. El fascismo elimina. Con las humillaciones están tratando de eliminar nuestras luchas. Las convocamos a denunciar esto, y a construir un feminismo que sea comunitario, popular, piquetero, desde estos territorios, que no esté más allá del bien y del mal, que no sea funcional a la derecha finalmente».
Nos convocan para que seamos fieles a nuestra genealogía, para que reconozcamos la deuda histórica y de vínculo, la deuda social, ecológica y feminista que tenemos contraída con este feminismo y con quienes han puesto el cuerpo durante décadas para sostenerlo.
«Esto es un golpe. Necesitamos que lo digan. Necesitamos que compartan nuestra indignación, nuestro dolor, y que compartan también nuestro miedo». Y ese es el dolor que queremos compartir; la razón por la que estamos aquí. Porque no cabe ni connivencia ni equidistancia con esta derecha femicida.
Fuente: https://www.eldiario.es/tribunaabierta/golpe-mujeres-nativas_6_964563554.html