El académico chileno radicado en Brasil, Fernando de la Cuadra, analiza el terremoto político generado por la prisión domiciliaria de Jair Bolsonaro, el rol del Supremo Tribunal Federal, la estrategia internacional de la ultraderecha, y los riesgos de desestabilización que cruzan fronteras. “Estamos ante una ofensiva neofascista coordinada, y Brasil es su epicentro”, advierte.
La prisión del expresidente Jair Bolsonaro ha abierto un nuevo capítulo en la convulsionada historia reciente de Brasil. Para algunos, se trata del triunfo de la justicia sobre la impunidad; para otros, de una peligrosa excusa para victimizar al líder de la ultraderecha e incendiar aún más la política brasileña. Pero los efectos no se detienen en Brasil: las conexiones con Donald Trump, las presiones económicas y los vínculos con líderes extremistas en Europa y América Latina configuran un escenario internacional alarmante.

En esta entrevista, el sociólogo, doctor en Ciencias Sociales y analista político Fernando de la Cuadra desmenuza los efectos políticos e institucionales de este momento crítico: el riesgo de rearticulación del bolsonarismo, las fracturas internas de la derecha, la proyección geopolítica del autoritarismo digital y las posibilidades reales —aunque frágiles— de construir un nuevo pacto democrático que saque a Brasil de su espiral destructiva.
-En tu último artículo señalas que la prisión efectiva de Bolsonaro podría marcar un punto de inflexión en la relación entre justicia e institucionalidad en Brasil. ¿Crees que el Supremo Tribunal Federal está realmente consolidando una nueva legitimidad frente a la ciudadanía, o todavía enfrenta desconfianza y tensiones con sectores amplios?
-Ciertamente, hay que reconocer que una parte de la ciudadanía cuestiona las decisiones del Supremo Tribunal Federal (STF), especialmente el papel desempeñado por el Ministro Alexandre de Moraes que lleva el proceso por el intento de Golpe de Estado en que fueron declarados reos Jair Bolsonaro y otros 33 cómplices. Se espera que la sentencia final sea anunciada en septiembre.
Mientras tanto, la prisión domiciliar impuesta a Bolsonaro es una medida cautelar prevista en la ley, pues según el parecer del Ministro de Moraes el ex presidente estaba dificultando el buen trámite del proceso judicial con la difusión de noticias falsas en los medios y su participación –vía internet- en las últimas manifestaciones en su apoyo en las cuales se manifestaba contra las decisiones del STF.
Las encuestas han demostrado que la mayoría de los brasileños aprueban la actuación de la Suprema Corte y la prisión de Bolsonaro, aunque claro, siempre va a existir una parte de la población que dará su apoyo incondicional al excapitán, entre ellos, la llamada familia militar, policiales, productores rurales, empresas extractivistas, gremios del transporte, sectores del mundo pentecostal y militantes de la extrema derecha.
En un país de tamaño continental, de enorme diversidad y con casi 215 millones de habitantes, siempre va a existir una parte de la población que puede hacer mucho ruido por las decisiones de la Justicia en el proceso contra los golpistas, aunque en términos de porcentaje difícilmente ese número va a pasar del treinta por ciento.
– Dices que la prisión de Bolsonaro puede significar el “triunfo de la democracia”. ¿No existe el riesgo, sin embargo, de que esta victoria judicial alimente una narrativa de victimización que reactive con más fuerza al bolsonarismo más radical?

— Si, en eso tienes toda la razón. De hecho, ya se puede apreciar como la narrativa de la victimización y la persecución judicial por motivos políticos ha sido el discurso mayoritario de los apoyadores de Bolsonaro. En el día de ayer –de inauguración del segundo semestre de sesiones del Legislativo- las dos Cámaras del Congreso Nacional quedaron paralizadas debido a la ocupación que realizaron los senadores y diputados bolsonaristas, obstaculizando los trabajos e impidiendo que se pudieran votar materias muy importantes en este momento.
Por ejemplo, la exención del impuesto de renta a las familias de ingresos más bajos o la aprobación de un paquete de medidas que vayan en ayuda de los sectores orientados a la exportación que van a ser directa o indirectamente afectados por el “tarifazo” impuesto por el gobierno de Donald Trump. Es decir, un sector de la base más radical del bolsonarismo desea paralizar el país y están avisando que la situación de caos que pretenden imponer al país en caso de que Bolsonaro sea efectivamente preso va a ser mucho peor. E
sta es solo una advertencia, una especie de “marcha blanca” o piloto de lo sería su actuación en este futuro escenario, por lo demás bastante previsible. Ellos quieren explotar políticamente la idea de que Bolsonaro se ha transformado en un preso político, cuando para la mayoría del país es evidente que Bolsonaro y sus secuaces incurrieron en delitos contemplados en la Constitución de la República.
Puede ser que a corto plazo – o sea, en los días venideros-, la prisión domiciliar y la inminencia de una condena de los conspiradores va a provocar muchas tensiones internas y probablemente tomas y bloqueos de carreteras, protestas en las calles, plazas, parques y espacios públicos. También pueden producirse actos de violencia similares a los producidos el 8 de enero de 2023 o incluso peores, como la instalación de artefactos explosivos en edificios públicos, aeropuertos, puentes, etcétera, como de hecho ya lo han intentado hacer en algunos eventos trágicos (autobomba) o en atentados frustrados conocidos por todos.
Un punto central que puede significar la neutralización de una reacción extremista de derecha es el papel que pueden desempeñar las Fuerzas Armadas y las Policías en la contención de las actividades del ala más extremista del bolsonarismo. Y también va a ser relevante el papel apaciguador que deberá tener el gobierno Lula, para garantizar la aplicación de la ley y la estabilidad institucional del país, junto con negociar con los sectores más moderados de la derecha un acuerdo en pro del entendimiento pluralista y democrático que aísle definitivamente a los grupos más radicales y militarizados de la base bolsonarista.
– Planteas que la derecha brasileña está hoy dividida entre figuras que podrían radicalizar su discurso y otras que buscarían una vía moderada. ¿Ves posibilidades reales de que emerja un nuevo liderazgo conservador no bolsonarista con peso nacional en las presidenciales de 2026?
—Buena y difícil pregunta. En el actual escenario es complejo prever la emergencia de un líder de derecha conservador no bolsonarista que se proyecte para las elecciones del próximo año. Ello se debe precisamente a que el ambiente político se encuentra muy contaminado por la futura prisión del ex presidente y el grupo que participó en la trama golpista.
Lamentablemente la derecha tradicional, liberal y democrática fue cooptada por una versión anticomunista que se nutrió de la crisis sistémica del país: Corrupción, violencia, desempleo, inflación, carestía de la vida, malos servicios, crisis moral y un largo etcétera atribuidos a los gobiernos del Partido de las Trabajadores (PT), crearon las bases para el surgimiento de una figura antes inexpresiva en la política, que en función de la crisis y el antipetismo, fue capaz de aglutinar en su entorno a los sectores descontentos y radicalizados de derecha que arrastraron a una derecha más moderada hacia posiciones extremas y, consecuentemente, la terminaron por destruir.
Líderes de centro derecha como Tancredo Neves, Fernando Henrique Cardoso, José Serra, Ulisses Guimarães o Mario Covas ya no existen. Algunos especialistas plantean que parece que la única alternativa del tiempo presente es entre Bolsonarismo versus Lulismo, con todos los desdoblamientos del caso. Pienso que el problema es más profundo. El bolsonarismo solo representa a una facción de la derecha extrema que pulverizó las posibilidades de una derecha civilizada de presentar un proyecto viable para Brasil.
Por otra parte, el actual gobierno es mucho más que los partidarios de Lula, pues representa un frente amplio que lucha contra las embestidas contra la democracia provocadas por partidarios de prácticas neofascistas que desean imponen una nueva dictadura en el país. Frente a ese dilema, hasta el momento no se observan liderazgos que puedan cambiar el actual panorama sombrío que permita concebir un giro de esta derecha odiosa y fanática.
Sin embargo, puede ocurrir un milagro. Si admitimos que quienes controlan el Congreso hace mucho tiempo son los partidos del Centrão, un conglomerado extenso de agrupaciones de Centro derecha, no es del todo ilusorio pensar que a mediano plazo pueda surgir un liderazgo dentro de ese grupo de partidos y en ese contexto consigan construir una alternativa factible con un líder que surja desde sus filas.
El problema es que la experiencia histórica ha demostrado que los liderazgos no surgen de un día para otro, ellos son construidos a lo largo de los años en sociedades que poseen amplios y variados canales de participación, debate permanente de propuestas e ideas, todo lo cual no representa o caracteriza precisamente lo que viene sucediendo en Brasil en este último periodo.
La vida precarizada, el control de los medios y la permanente lucha por la supervivencia –entre otros motivos- ha llevado a la sociedad brasileña a mostrar índices de participación muy bajos, con predominio del uso de las redes sociales que difunden mentiras y noticias falsas por doquier, como ya he expuesto en otras columnas (Genealogía y bases del neofascismo brasileño). Para responder directamente a tu pregunta, en este momento no veo ningún líder apareciendo en el horizonte y soy pesimista al respecto, pero como dije al comienzo milagros pueden ocurrir.
Al hablar de milagros estamos en el ámbito de la fe y el análisis frio de la realidad me lleva a inclinarme por la hipótesis más pesimista de que esta derecha extremista continuará dictando el rumbo de ese campo de la política brasileña.

-¿Es posible que el encarcelamiento de Bolsonaro, lejos de debilitar al bolsonarismo, provoque una rearticulación más peligrosa de la extrema derecha bajo formas menos evidentes, como candidaturas “independientes” o plataformas digitales más agresivas?
—Es probable que ello suceda. De hecho, como ya escribí anteriormente figuras como Pablo Marçal (Pablo Marçal, el convidado de piedra del bolsonarismo) o Nikolas Ferreira pueden transformarse en los grandes líderes de esta extrema derecha y fuertes candidatos para sustituirlo. Ambos surgieron y crecieron a la sombra del bolsonarismo y hoy son considerados díscolos, ya que vienen sumando conflictos en este último periodo con el Clan Bolsonaro, apartándolos del núcleo duro de la familia y de sus asesores más cercanos.
Tanto Marçal como Ferreira son expertos en el uso de redes sociales y poseen miles de seguidores por todo el país, trabajan con equipos de jóvenes que dominan a la perfección el uso de las plataformas virtuales y tienen capacidad de llegada por medio de un discurso más centrado en el emprendedorismo, las capacidades personales y la teología de la prosperidad con un sesgo laico. También son agresivos y polémicos como el ex capitán y se alimentan del descontento y la frustración que invade a millones de electores que viven una realidad precaria y sin perspectiva de futuro. Es un gran desafío para la democracia brasileña desenmascarar a estos encantadores de serpientes y vendedores de sueños falsos que se han ido apoderando de las mentes de una enorme proporción de ciudadanos y electores de este país, inclusive entre aquellos grupos de renta más alta.
-En el escenario que describes, ¿qué rol ves jugando al gobierno de Lula? ¿Puede esta coyuntura fortalecer su proyecto y abrir un nuevo ciclo político, o crees que también corre el riesgo de verse arrastrado por la polarización?
–Como ya delineé en líneas anteriores, pienso que en el corto plazo el gobierno Lula inevitablemente se verá arrastrado por la polarización que se agudiza en el país, aunque creo que si el gobierno Lula se distancia de las luchas coyunturales y es capaz de colocar y encantar a la mayoría de los brasileños con sus proyectos en beneficio de la población (la exención tributaria de los grupos de menor renta, el aumento del empleo, la estabilidad de la economía, los programas sociales, el paquete de ayuda a la pequeña y mediana empresa, los subsidios a los medianos exportadores que van a sufrir con las tarifas del gobierno Trump, etcétera).
Es esperable que la mayoría de la población adhiera a un proyecto que evite la confrontación y asegure cierta tranquilidad para llevar la vida adelante y, quizás, abrir un nuevo ciclo político en el país.
-El artículo menciona la coordinación entre Bolsonaro, su hijo Eduardo y el entorno de Trump para sancionar a Brasil. ¿Qué lectura haces del impacto geopolítico de esta relación y del posible alineamiento internacional de las ultraderechas como estrategia común?
–Las sanciones que comenzó a aplicar el gobierno Trump contra Brasil específicamente, tienen como discurso oficial, por un lado, la defensa de Bolsonaro de los ataques realizados por el Supremo Tribunal Federal y, por otro lado, la protección de las Big Tech y empresas de tarjetas de crédito propiedad de los amigos del mandatario estadounidense. Claramente, Trump y las empresas que lo apoyan desean boicotear y hasta terminar con el papel desempeñado por los BRICS como alternativa económica al “hegemon americano”.
Ello se hace evidente al observar el nivel de tarifas que están siendo aplicadas a los países del bloque: China, India, Brasil y África del Sur. El caso de Rusia es especial por todas las sanciones que viene recibiendo desde el inicio de la guerra con Ucrania. Pero, creo que está claro a esta altura del gobierno Trump, que la pretensión de este sujeto es transformar a Estados Unidos en el guardián o gendarme del mundo e imponer las reglas del juego a su medida, a pesar del comportamiento errático y desquiciado que a veces parece tener.
Con relación al posible alineamiento internacional de las ultraderechas como estrategia común, pienso que efectivamente la Internacional ultraderechista funciona y se articula permanentemente. Eduardo Bolsonaro ha participado en muchos de esos encuentros con el partido Vox de España, Alternative für Deutschland de Alemania, en Argentina con Milei, en encuentros con Kast en Chile, con el grupo de Steve Bannon y otros varios miembros de esa internacional como Viktor Orbán, Marine Le Pen o Giorgia Meloni.

Es un grupo consistente, con un discurso coordinado sobre la defensa de la civilización occidental, las ventajas del ultraliberalismo, el apoyo a los banqueros, la legitimidad de la explotación, el combate a los migrantes y a la diversidad sexual. Es un discurso anticivilizatorio que tiene a Donald Trump como su máximo líder y difusor para el resto el mundo. Puede haber diferencias entre ellos, pero a la hora de actuar estas diferencias parecen sutiles y representan efectivamente la gran amenaza que se cierne sobre la humanidad, al igual que hace un siglo atrás lo representaron las posturas nazifascistas que llevaron al mundo a una catástrofe sin precedentes.
Estamos ante el resurgimiento de las fuerzas de extrema derecha y el bolsonarismo se ha encajado muy bien en este nuevo diseño que enfrenta y quiere destruir el frágil orden mundial construido al final de la segunda guerra mundial con instituciones como las Naciones Unidas o los Acuerdos de Bretton Woods, entre los cuales la Organización Mundial del Comercio, que el gobierno de Trump desconoce de manera brutal.
– La operación lanzada por Eduardo Bolsonaro desde Estados Unidos ¿puede ser interpretada como un intento de desestabilización institucional? ¿Qué consecuencias puede tener sobre las instituciones brasileñas y sobre la región? ¿Puede ser calificada como una forma de intervencionismo?
— Las gestiones realizadas por Eduardo Bolsonaro desde que huyó a Estados Unidos, renunciando a su mandato de diputado federal van a ser encuadradas seguramente por crimen de lesa patria, transgresión de la Constitución y ataque a las instituciones del Estado Democrático de Derecho. Son acciones que atentan directamente contra la soberanía del país y la autonomía de los Poderes del Estado, tratando de interferir desde otra nación en las decisiones del Poder Judicial.

El boicot al equipo negociador que viajó a Estados Unidos para que su gobierno reconsiderara y amenizara el tema de las tarifas, las amenazas contra los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados transformaron a Eduardo Bolsonaro en un enemigo de Brasil. Los daños sobre los productores y exportadores son cuantiosos, lo cual podrá tener fuerte impacto sobre el empleo si los negociadores del gobierno brasileño no consiguen revertir las medidas aplicadas por la administración estadounidense.
Es una intervención absurda y descarada sobre la nación y percibo que las instituciones brasileñas se mantienen unidas en el rechazo más rotundo ante estas medidas arbitrarias que no tienen futuro, ni siquiera para los consumidores de Estados Unidos que va a tener que pagar precios muchos más altos por el café o la carne.
Por su lado, tanto Brasil como otros países de la región están buscando nuevos mercados o ampliando los ya existentes (como China o Europa) en base a una estrategia de diversificación de las exportaciones. Los países se van a adaptar a las medidas impuestas por el gobierno Trump y deberían simultáneamente aplicar la política de reciprocidad –una regla de oro utilizada en el comercio internacional- aumentando también las tarifas de importación de productos estadounidenses. ¿Es el fin de la era del libre comercio? Pienso que no, que los países y sus economías van a colocar en un corto periodo un freno a esta situación.
-Finalmente, propones que esta crisis podría ser una oportunidad para construir un nuevo pacto democrático. ¿Cómo visualizas ese pacto en la práctica? ¿Qué actores podrían liderarlo y qué elementos deberían dejarse atrás para que sea realmente duradero?
–Como señalaba anteriormente, creo que están las condiciones para construir un nuevo pacto democrático a partir de esta crisis y que quizás a mediano plazo se puede recuperar una derecha que, aunque conservadora, se aleje de las posiciones más radicales levantadas por el bolsonarismo. A pesar que el tiempo de la política y las transformaciones sociales es más lento que el tiempo de lo que deseamos ver, puede ser que antes del fin de esta década el escenario político brasileño sea más estable y la mentada polarización que afecta al país sea un recuerdo ingrato.
No tengo una bola de cristal que me asegure que el futuro se va a comportar de esa forma, aunque percibo que el clima de odiosidad y confrontación instalado por el bolsonarismo y sus huestes va a terminar. Es solo ver que las manifestaciones de apoyo a Bolsonaro son cada vez menos expresivas. Por último, pienso en el principio de “esperanzar” elaborado por Paulo Freire, es decir, la esperanza requiere acción, no basta esperar que las cosas acontezcan, hay que trabajar para que ellas sucedan. Tenemos que trabajar para que Brasil pueda salir de este impasse.
Seguro que no es tarea fácil, pero hay que intentarlo.
(*) Periodista y escritor chileno. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, ww.estrategia.la)
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