Brasil, una fotografía para la que no valen palabras

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Surysur.

La central hidroeléctrica Belo Monte inundará unas 400.000 hectáreas, en este caso —como en demasiados otros— energía significará muerte. De unos 40.000 poblaciones indígenaas. Es el precio de la modernización, la llegada al siglo XXI, al "progreso", la ilusión del Primer Mundo. Se trata de avanzar desde lo que se es probablemente al vacío. Que la Amazonia muera —está muriendo— es otro asunto. Que parece no importar.

El jefe Raoni llora cuando se entera de que el presidente de Brasil, Dilma Rousseff  ha anunciado el inicio de la construcción de la hidroeléctrica de Belo Monte, incluso después de que decenas de miles de cartas y correos electrónicos dirigidos a ella y que fueron ignorados con más de 600 000 firmas.

Es decir, se ha firmado la sentencia de muerte de los pueblos de la gran curva del río Xingú.  Con Belo Monte se inundan por lo menos 400.000 hectáreas de bosque, un área más grande que el Canal de Panamá, por lo tanto la expulsión de 40.000 poblaciones indígenas y locales y la destrucción de hábitats valiosos para muchas especies para producir electricidad a un alto costo social, económico y ambiental, lo que podría fácilmente generarse —afirman algunos esxpertos— con una mayor inversión en eficiencia energética. E inversión en otras tecnologías.
 

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