Brújula política de los movimientos sociales

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Isabel Rauber*
Recientemente se realizó Dakar, la décima edición del Foro Social Mundial. Con ella se cumplieron diez años de la primera reunión, en Porto Alegre, en enero de 2001. Su realización fue un éxito, tanto en la convocatoria como en las temáticas tratadas y, como era de prever, fue prácticamente silenciado por los medios.

Su realización en tierras africanas reunió varios factores cuyo simbolismo condensa y proyecta en cierta medida lo que los pueblos, con sus resistencias, sus luchas y sus propuestas han caminado de entonces a la actualidad, marcando el nuevo tiempo.

La presencia de Lula, que habló a la multitud en Porto Alegre, cuando apenas asumió como el primer presidente obrero de Latinoamérica junto a la de Evo Morales, primer presidente indígena del continente, evidencian lo que hemos recorrido desde el 2001.

Otro elemento a destacar y que subraya la emergencia del protagonismo de los movimientos sociales africanos, se condensó en la clausura del décimo FSM, que coincidió con la caída de Mubarak, por la rebeldía insurreccional del pueblo egipcio, movilizado por más de 18 días en las calles de El Cairo y Alejandría. Esto, sin olvidar que en el 2011 se cumplen también 10 años del levantamiento insurreccional de los argentinos. De conjunto estos hechos, reflejan no solo la resistencia de los pueblos sino también su capacidad de lucha para poner fin al neoliberalismo. Ellos se enfrentan ahora con el nuevo tiempo que han construido, un tiempo de pensar y construir las propuestas alternativas al orden civilizatorio global del capital, conjuntamente con las articulaciones y convergencias entre los actores sociales y políticos capaces de protagonizarlas. Emerge cada vez con mayor claridad la necesidad de construir –en los ámbitos local y mundial  un amplio movimiento sociopolítico que articule las fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, ecologistas, intelectuales orgánicos y el pueblo todo, en oposición y disputa a las fuerzas de dominación del capital (local global), con énfasis particular en las relaciones parlamentarias y extraparlamentarias.
Estamos en un tiempo eminentemente político.
Ya no basta con sobrevivir, no basta con las resistencias y las luchas antineoliberales; es vital superar la defensiva, erigirse (construirse) en sujetos de la historia, articularse orgánicamente conformando proyectos alternativos concretos  incluyendo la participación electoral , para avanzar en la construcción/consolidación de poder y hegemonía propias desde abajo. Los movimientos sociales reunidos en el Foro Social Mundial, en Dakar, en los debates realizados en talleres y plenarios, dieron cuenta de esta realidad.
Ciertamente, lo caminado hasta aquí, evidencia el crecimiento en las condiciones, capacidades y potencialidades políticas revolucionarias de los movimientos sociales y los movimientos indígenas. Sobresale la trascendencia estratégica de su accionar, sus propuestas y sus miradas. En sus prácticas colectivas se van instituyendo nuevas interrelaciones humanas que constituyen avances de la nueva sociedad, a la vez que van configurando nuevos paradigmas orientadores de la construcción de la nueva civilización, superadora de la actual, marcada por el capitalismo y las exigencias anti-éticas de su destructivo mercado especulador.
La madurez alcanzada por los movimientos indígenas y sociales en años de resistencias y luchas sociales, ha resultado incrementada por la experiencia que viven aquellos que –con sus resistencias, luchas, organización y propuestas  han constituido gobiernos y hoy conjugan (o mejor dicho: están aprendiendo a conjugar) sus actividades políticas y sociales en aras de profundizar procesos populares colectivos de construcción de poder propio desde abajo en simultánea disputa con el poder del capital. Esta situación ubica el debate del papel de los movimientos sociales en una dimensión cualitativamente diferente de la hasta ahora experimentada: hacerse cargo de las coyunturas sociopolíticas que ellos mismos han construido, y –en el caso de aquellos que han constituido o contribuido a constituir gobiernos populares  asumirse también como actores partícipes de los gobiernos y hacer todo lo que haya que hacer para  desde abajo y con autonomía  cogobernar. No hacerlo, en tales casos, equivale a renunciar al protagonismo construido, acumulado y conquistado.

No es políticamente válido resistir, luchar, voltear y poner gobiernos si luego no se asume (o no se puede asumir) la responsabilidad de gobernar, con autonomía, pero articulados a sus representantes, para participar en la toma de decisiones, en el control de la gestión pública y para llevar propuestas propias construidas desde abajo por los de abajo. Se trata de transformar radicalmente también las instituciones y su papel en la sociedad y viceversa, y en esto, como en todo los movimientos sociales, los pueblos todos, tienen que involucrarse.

El quemeimportismo es hijo de la ideología del aparente no-compromiso neoliberal, y en las actuales condiciones es funcional a la supervivencia de su hegemonía. El protagonismo político de los movimientos indígenas y sociales ha alcanzado hoy nuevas dimensiones, características y tareas, y consiguientemente enfrenta también nuevos desafíos.

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Esto encarna el desafío histórico de construir una nueva civilización, basada en una nueva cosmovisión que pueda convivir con cosmovisiones diversas, que basada en otro modo y concepción del desarrollo y el bienestar de la humanidad, se asiente en la armonía, el equilibrio, el intercambio y la complementación entre los seres humanos, consigo mismos y con la naturaleza, en búsqueda de un nuevo modo de producción, reproducción y acumulación socio-natural fundado en el respeto y la conservación de la vida. Esto implica, por tanto, fundar y construir un nuevo modo de interrelacionamiento entre los seres humanos y la naturaleza.

Los nuevos paradigmas civilizatorios actualmente en construcción y discusión escapan a las binarizaciones reduccionistas, antitéticas y excluyentes de los siglos XIX y XX.

Se fundamentan en la descolonización y se enriquecen en la pluralidad, diversidad e interculturalidad de las interrelaciones que se van desarrollando en las prácticas concretas de resistencia, luchas y construcciones sociales, y –a través de ellas , se anclan en principios tales como: solidaridad, ética, reconocimiento y respeto de las diferencias, equilibrio, paridad, horizontalidad, espiritualidad, democracia intercultural, vivir bien, buen vivir, autogestión, vida comunitaria, redes sociales (reales y virtuales).
Los actuales procesos de luchas sociales y las experiencias de los gobiernos populares raizalmente sociotransformadores, constituyen laboratorios de un mundo nuevo.

Aprender de ellos (y con ellos) ayuda a crecer colectivamente en saberes político-culturales, si se es capaz –simultáneamente con la participación comprometida en dichos procesos sociotransformadores , de reflexionar e interactuar críticamente con ellos. Estas experiencias y apuestas político-sociales populares, raizalmente democráticas y revolucionariamente democratizadoras, constituyen, a la vez, por ello, fuentes de inspiración para la vida.

La brújula está en el accionar pensar-construir reflexionar constante de los movimientos indígenas, campesinos, de trabajadores, de mujeres, de ecologistas y movimientos sociales en sentido amplio. El nudo de posibilidades está en los sujetos. En la capacidad de los actores sociales y políticos para ir constituyéndose en sujeto colectivo, con poder y proyecto alternativo propios, laten las posibilidades de hacer realidad el anhelado (y posible) “otro mundo mejor”.

*Doctora en Filosofía. Directora de la Revista “Pasado y Presente XXI

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