Buen humor político

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Álvaro Cuadra.*

La historia ha demostrado en reiteradas ocasiones que el buen humor, tanto como el rumor, es una pieza fundamental a la hora de analizar las tendencias políticas de una población. Chile no es, desde luego, una excepción a este respecto. Sólo un humorista de alta categoría podría llevar el humor político a un buen nivel, en Chile ese artista tiene nombre y apellido: se llama Stefan Kramer.

A través de una serie de presentaciones en el Festival de Viña 2008, primero y en programas de televisión durante todo este año, nos ha ido mostrando el lado humorístico de cada uno de los candidatos. Hacer reír es, como se ha dicho tantas veces, una tarea más que difícil, todavía más con temas y figuras que se revisten de cierta solemnidad cuando están sumidos en una intensa campaña electoral.

Sebastián Piñera aparece descendiendo de su jet privado, para hablarnos de su profunda vocación de servicio público, mientras convierte en un negocio todo cuanto le rodea. Nos habla de su norte, pues el sur ya le pertenece. Estamos ante un millonario dedicado a la política que vive una situación de comedia, como algunos de los personajes de Molière, insistiendo  en negar lo que resulta evidente para todo el mundo. Más parecido a Michel Douglas en Wall Street que a un político tradicional.

Marco Enriquez-Ominami, un joven liberal de hablar atropellado que repite su discurso, como un mantra, “para los jóvenes y no tan jóvenes”, acomodando su personalidad liberal a los rituales del mundo político. Lo risible del personaje estriba en esa contradicción básica, la impostura de una pose. MEO intenta aparecer como un político de verdad, poniéndose incluso corbata, pero todo en él delata al otro, el muchacho díscolo e iconoclasta, como aquel  excentrico aventurero, Jack Sparrow, que protagoniza  Los Piratas del Caribe.

Eduardo Frei es la antítesis del hombre simpático y sexy, su rostro, tanto como su voz es lo aquí llamamos “fome”. Su caracterización resulta humorística, justamente, cuando este personaje, extremadamente formal y previsible, es puesto en situaciones jocosas. Y aunque su entorno inmediato insiste en encontrarle un cierto parecido a Al Pacino (¿Perfume de Mujer?), lo cierto es que el perfil del personaje se acerca más a un mayordomo de una película inglesa.

Jorge Arrate, por último, ha sido representado como un hombre de vasta experiencia (habría sido ministro de la primera Junta de Gobierno). A pesar de los años, estamos ante una figura alegre y llena de optimismo ante el más mínimo crecimiento en el porcentaje de sus adherentes. Se le ve encabezando una candidatura escasamente conocida y falta de recursos, comparándolo con ese célebre personaje de Chespirito, El doctor Chapatín.

El mérito de Kramer ha sido lograr una caracterización de cada uno de los candidatos que conjuga una excelente imitación de la voz y los ademanes de los personajes, con sus rasgos de personalidad más típicos. La risa surge, precisamente, de una imitación que desnuda aquel simulacro, y nos exhibe, de un modo u otro, todo cuanto hemos pensado alguna vez de aquel candidato y su discurso.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia; investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

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