Bush en la ONU y el Día Internacional de la paz
Quedó claro desde el comienzo esta madrugada -hora en América de Sur- que el eje en torno al que gira la política mundial -y jiran los «líderes mundiales»- nada tiene que ver con los intereses de la Humanidad y la alarmante fragilidad del ecosistema planetario agredido por las necesidades propias del proceso de la mundialización de la economía.
Un discurso mediocre -himno al lugar común del neoimperialismo- se impuso, como prioridad informativa, a la hora de dar cuenta los medios de comunicación de lo ocurrido en la primera sesión de la LIX Asamblea de la Naciones Unidas, que abrirá con una larga maratón verborrágica un nuevo período de sesiones ordinarias de la organización (ver www.pieldeleopardo.com/modules.php?name=News&file=article&sid=390).
Abrió la Asamblea el secretario general de la ONU, Kofi Annan, con un concepto infortunado, sin duda, a los ojos del «Hermano Grande»: comparó la matanza de rehenes en Iraq con las torturas a que fueron sometidos por las carceleras y carceleros estadounidenses los prisioneros en centros de detención de ese país.
Ambos casos -señaló- «son abusos a los derechos humanos». Y añadió: «Toda nación que proclame el estado de Derecho debe respetarlo en el extranjero». No se ha informado si algunos delegados y jefes de Estado o de gobierno presentes movieron incómodos sus pies sobre la alfombra del hemiciclo.
Entrando en materia
Acuciado por sus propias necesidades -y con una mirada estratégica legítima sobre la paupérrima situación de al menos la mitad de la población mundial- y, además, probablemente porque el 21 de setiembre fue proclamado por las Naciones Unidas Día Internacional de la Paz (resolución 55/282, del 7 de septiembre de 2001), el presidente de Brasil, Luiz Inazio Lula Da Silva, primer orador luego de Annan, emitió su mensaje.
Dijo que las situaciones de injusticia son responsables de mucha de la violencia que padecen los pueblos de la Tierra; que se pierde la lucha por la paz; que hace falta una firma acción internacional, común, para enfrentar los problemas de la hora presente, y recordó que el colonialismo «dejó un legado común» de violencia, injusticia social y desesperanza: «Del hambre y la pobreza jamás nacerá la paz».
«Durante las últimas décadas, una globalización asimétrica y excluyente profundizó el legado devastador de la miseria y regresión social». Dijo, para recordar a continuación que la carencia de «condiciones sanitarias básicas mató a más niños en la década pasada que todos los conflictos armados desde la Segunda Guerra Mundial».
Un discurso claro, con objetivos precisos y que no permitió olvidar que hablaba en nombre de una de las economías más importantes del mundo y de un país con un peso específico insoslayable a la hora de mirar el mapa de América. Por ellos destacó que Brasil se ha comprometido con la estructuración de una América del Sur estable, democrática y próspera, especialmente mediante el fortalecimiento del Mercosur y su relación estratégica con Argentina.
Fue aplaudido, claro. Sólo que el asunto impuesto a la LIX Asamblea era otro y otro iba a ser el protagonista. El tema es Iraq y el protagonista George W. Bush.
El vuelo del águila calva
El presiente de EEUU, cuidando que las fotografías muestren su medio perfil, hizo de la situación derivada por la invasión a Iraq -conjunta entre su país y el Reino Unido- lo urgente, inmediato, fundamental. Convirtió el pantano iraquí en el tema dominante de la Asamblea General.
Sin mencionar a su conciudadano asesinado frente a una cámara el día anterior -tal vez para no referirse a esas inexistentes prisioneras iraquíes cuya libertad se demandaba y que EEUU niega que existan- Bush exigió a la comunidad internacional compartir los principios de su gobierno en relación al «terrorismo internacional» y actuar de acuerdo a ellos, poco menos que ordenando a los demás Estados respaldar las resoluciones estadounidenses, único modo de «promover» la libertad y la democracia.
En esta línea de razonamiento la invasión de la vieja Mesopotamia no hizo más que respetar «las justas demandas del mundo» que exigían el desarme de Bagdad. En la visión geoestratégica de la Casa Blanca «la libertad avanza» y por ello «tiene que contar con el apoyo de toda la comunidad internacional».
Bush, en un acápite de su intervención, pidió al gobierno israelí «congelar» la apropiación de tierras palestinas -no desmantelar los asentamientos- y pidió suspender toda relación con el presidente de la Autoridad Palestina, Yaser Arafat: él es el terrorista.
Es decir: míster Bush trazó el eje sobre el cual orbitará la reforma de la ONU y el combate al terrorismo, prioridad uno para la política de Estado de EEUU. Veremos qué dicen -y cómo se comportan- los dirigentes europeos más importantes, de qué modo anotaron en su agenda las piezas del baile que se les ha propuesto.