BUSH FUE AL SUR Y SALTÓ DE LA SARTÉN AL FUEGO
Las cumbres generalmente mejoran la popularidad (puertas adentro) de los presidentes estadounidenses al permitirles escapar de la crítica interna y desempeñar el papel de estadistas mientras disfrutan la importancia de ser el líder del país más poderoso del mundo. Esta vez no resultó así. En su lugar, Bush se vio obligado a sentir toda la presión e intensidad del rechazo latinoamericano a sus políticas y a su persona –a plena vista del pueblo de Estados Unidos y del mundo–.
A nadie debía sorprender que el viaje desde el D.C. hasta Mar del Plata para asistir a la Cuarta Cumbre de las Américas resultara un salto de la sartén al fuego.
Bush, más repudiado por los latinoamericanos que ningún otro presidente en la historia de EEUU, no fue recibido por una, sino por dos revueltas: una por parte de las masas y la otra por algunos de los mayores países de la región, incluyendo a Brasil y Argentina. En las calles de esta famosa ciudad balnearia, 25 000 personas se unieron en una manifestación pacífica en su contra, liderada por el presidente venezolano Hugo Chávez y la estrella argentina del fútbol Diego Maradona.
Y en los salones donde se reunieron los líderes de la región, la Argentina se puso al frente de una sorpresiva rebelión por parte de los países de Mercosur y Venezuela para torpedear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), promovida por EEUU y núcleo de la política norteamericana para la región.
“A pesar de esfuerzos por ambas partes para enfrentarla con buena cara, la cumbre terminó en confusión”. Esto, dicho por Andrés Oppenheimer, un admirador de las políticas neoliberales, es significativo. El resultado de los esfuerzos de la administración Bush por rescatar su política latinoamericana de las mandíbulas de la derrota fue un fracaso.
La medida de ese fracaso, según las propias palabras de Oppenheimer, es que “fue la primera vez que los países participantes no pudieron ponerse de acuerdo ni siquiera acerca de una conferencia de prensa final. Más importante aún, fue la primera vez en los 11 años de historia de la Cumbre de las Américas que los países participantes no acordaron realizar conversaciones para un área de libre comercio de todo el hemisferio”.
¿Qué está sucediendo? Algunos expertos estadounidenses culpan de lo que sucede al obstruccionismo de Brasil y a las trastadas de Chávez. En realidad, lo que sucedió en Mar del Plata fue la continuación de una tendencia que ya era evidente en la reunión de la OEA en Fort Lauderdale este mismo año. Por primera vez, varias naciones latinoamericanas claves decidieron simultáneamente declarar su segunda independencia al unirse para decir “No” a Estados Unidos.
Algo se resquebrajó a orillas del mar
El ALCA, un plan de integración hemisférica según los términos de Washington –la apertura de los mercados latinoamericanos mientras siguen existiendo enormes subsidios agrícolas en EEUU–, es una oferta que Brasil, Argentina, Paraguay y Venezuela han decidido rechazar.
La razón para que el ALCA se esté desmoronando tiene más que ver con los términos que Estados Unidos propone a Latinoamérica que con el obstruccionismo o las trastadas.
El éxito del modelo europeo de integración se basó en el reconocimiento de las diferencias de riqueza entre los socios y en un compromiso por parte de los países más ricos para trabajar en pro de disminuir la brecha, mediante la ayuda a las naciones menos desarrolladas. En otras palabras, la integración europea se ha construido sobre principios democráticos sociales, tanto en términos de políticas internas como en las relaciones entre países.
En contraste con este capitalismo con un rostro humano, la ideología imperante en la actualidad en Estados Unidos –que la administración Bush ha elevada casi al status de religión– es la del tipo de capitalismo feroz. Ya sea que se aplique interna como internacionalmente, esta clase de capitalismo produce inmensas desigualdades. Es más, en vez de utilizar al gobierno para atenuar la enorme desigualdad inherente en el capitalismo contemporáneo, la administración Bush ha usado el poder del estado de forma tal que incrementa la desigualdad en el país. Una y otra vez ha favorecido al rico y castigado al pobre.
El ejemplo más obsceno ha sido la política tributaria de la administración, que sistemáticamente ha favorecido a los muy ricos. Pero el mismo enfoque ha existido en casi todas las áreas.
El esfuerzo por vender a Latinoamérica un acuerdo de comercio desigual equivale a un esfuerzo por aplicar, a escala internacional, los mismos principios aplicados internamente. Estas son las políticas que han producido grandes desigualdades en este país y que han hecho de Estados Unidos el país desarrollado más desigual del mundo.
En vez de un modelo de integración en el que el rico ayude a los pobres, como en el modelo europeo, Estados Unidos está ofreciendo a Latinoamérica lo opuesto: un tipo de integración que favorece al socio más rico a costa de los demás. “Abran sus mercados, pero nosotros mantendremos cerrado el nuestro” parece ser el principio operativo.
La verdad al sur del río Bravo
Algunos países, como las pequeñas naciones de Centroamérica y el Caribe, puede que no tengan mucha opción, salvo aceptar los términos injustos. Otros, como México bajo Fox y Colombia bajo Uribe, continúan favoreciendo el ALCA porque están estrechamente ligados política y/o ideológicamente con Estados Unidos.
Pero países como Brasil, Argentina y Venezuela tienen los recursos y la independencia política para rechazar el mal negocio que Estados Unidos les ofrece. Juntos, este frente de resistencia de cinco países tiene tanto peso como las 28 naciones que apoyaron el ALCA en la reunión de Mar del Plata. Y si Andrés Manuel López Obrador gana la presidencia mexicana el año próximo, como parece probable, otro socio de peso se agregará a la lista.
Si Estados Unidos desea la integración hemisférica con otros países que no sean los muy desesperados o muy dependientes, necesita ofrecer términos totalmente diferentes. A cambio de acceso total a las economías latinoamericanas para sus productos y servicios, Estados Unidos debe dar más asistencia y abrir su economía a lo que los latinoamericanos tienen para vender.
Esto significaría no sólo el fin de los subsidios a la agricultura y otros proteccionismos, sino también un mayor acceso al mercado norteamericano de lo que los latinoamericanos tienen para vender en gran abundancia: fuerza de trabajo. Un régimen justo de integración tiene que incluir los tres factores clásicos de producción –tierra, fuerza de trabajo y capital– y no sólo la movilidad de capital y el acceso a la tierra (minería, madera) que favorece a las naciones ricas.
En la actualidad, y especialmente bajo la administración Bush, Estados Unidos no es capaz ni está dispuesto a ofrecer a Latinoamérica un modelo de integración tan justo y atractivo. En su lugar, ha propuesto un carril de una sola vía y ha tratado de persuadir, seducir, dividir y amenazar a Latinoamérica para que lo acepte. Mar del Plata fue una demostración del fracaso de ese enfoque.
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* Columnista de Progreso semanal (www.progresosemanal.com/index.php?progreso=Max_Castro&otherweek=