Cambio climático, no es lo que pasa sino por qué pasa
Fernando Valladares - publico.es
Tenemos más de tres mil nuevas páginas sobre la ciencia del cambio climático. Se publicaron en abril, el día 4. Se publicaron tras seis años de trabajo científico, y lo hicieron a pesar de las muchas disputas geopolíticas y económicas que casi lo impiden y que desde luego consiguieron retrasarlo. Porque esas páginas no solo traen malas noticias sino propuestas muy incómodas para abordar la emergencia climática.
Estas páginas se publicaron en un mundo convulso por la invasión de Ucrania y por muchos otros conflictos bélicos graves. Se publicaron en un mundo amenazado por la crisis de suministros, por el riesgo de apagones, por la subida imparable del precio de la energía. Las tres mil páginas de la tercera parte del sexto informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) tienen muy difícil abrirse paso entre esa terrible y densa red de noticias y preocupaciones. Sin embargo, es imprescindible que lo hagan, ya que no sólo el destino de la humanidad está en juego, sino que esas tres mil páginas revelan, una vez más, que casi todo lo que nos pasa tiene un origen común: nuestro uso desmesurado e insostenible de los recursos del planeta.
Los líderes políticos y los responsables de grandes entidades y corporaciones están muy pendientes de su popularidad o de la evolución de la bolsa. Las familias están preocupadas por llegar a fin de mes. Solo quedamos unos miles de científicos y algunos millones de activistas en todo el mundo que seguimos apuntando, más preocupados que cansados o enfadados, a la gran amenaza para todos y al origen último de nuestros principales problemas: el cambio climático. La sociedad está ya muy informada sobre la gravedad del diagnóstico climático; disminuyen los porcentajes de negacionistas; se aprueban leyes para abordar la mitigación y la adaptación al cambio climático.
Pero la realidad es terriblemente tozuda: los gases de efecto invernadero, lejos de disminuir, siguen aumentando. El clima extremo, lejos de suavizarse, acapara más y más titulares. Las muertes evitables generadas de forma directa e indirecta por el cambio climático superan con creces a las muertes provocadas por la violencia y las guerras. Pero nos organizamos para mandar armas a Ucrania o ayuda humanitaria a los países en crisis, sin hacer nada realmente efectivo para contrarrestar el avance inexorable del cambio climático. Nos defendemos de lo que menos nos amenaza. Mantenemos la economía a flote a cualquier precio. Extraemos más y más petróleo a pesar de que obtenemos cada vez menos energía quemándolo de la que cuesta extraerlo.
Las Naciones Unidas, a través de los mensajes cada vez más desesperados de su secretario general, se desgañitan hablando de suicidio climático y derechos humanos. Los científicos, tras más de 30 años explicando por qué pasa lo que pasa con el clima en miles de artículos, informes y conferencias, estamos probando nuevas narrativas en los límites de la desobediencia civil, buscando una reacción y una reflexión que no llega. Un cambio político y social que no llega porque hemos normalizado el cambio climático, del mismo modo que hemos normalizado que los activistas ambientales protesten por el cambio climático. Incluso llegaremos a normalizar que los científicos abandonemos nuestros laboratorios para alterar el orden público por el cambio climático.
En este escenario global de búsqueda urgente de nuevos rumbos para una civilización que está cavando su propia tumba, surgen nuevas herramientas democráticas. Entre ellas, la participación ciudadana a través de Asambleas, que plantean desafíos a los gobiernos y que les proponen cambios en sus acciones y en sus prioridades. En España estamos viviendo una Asamblea Ciudadana para el Clima en la que cien personas escogidas al azar entre la población de nuestro país aprenden y debaten sobre cambio climático.
Se espera que presenten sus propuestas al Gobierno en unos meses. Su voz se apoya en la ciencia, pero la trasciende. Y esa voz representa un pequeño rayo de esperanza en el camino hacia un cambio social, económico y político ineludible. Ante el cambio climático o cambiamos o seremos cambiados. Otros países ya pusieron en marcha asambleas ciudadanas por el clima. Los resultados no fueron milagrosos, pero hablan de nuevos tiempos y nuevos modos para la política y la sociedad. Y también de nuevos ritmos y nuevas metas. Hablan de urgencia y esperanza.
Ante un mundo asolado por malas noticias y problemas, muchos pensaran: «¿A qué viene ahora tanto ruido con el clima?» A esas personas quizá convenga recordarles que el cambio climático lleva décadas siguiendo una dinámica exponencial, y que eso significa que cada vez ocurren más cambios en menos tiempo. En una dinámica exponencial, un minuto ahora representa una hora de hace un año o un año de hace una década. Para estar a la altura de la emergencia climática tenemos que tomar cada vez más acciones en menos tiempo. Lo que podría haber bastado con hacer hace unos años, ya no basta ahora. Y si esperamos unos días más, lo que basta hacer ahora no bastará entonces.
Hablamos de reducir emisiones de gases de efecto invernadero. De reducir nuestro consumo energético, de transformar la manera en la que nos desplazamos, producimos comida o construimos edificios. Hablamos, en definitiva, de frenar nuestro sistema socioeconómico. Algo que estaba en esas tres mil páginas de ciencia del clima que se publicaron a principios del mes de abril y que muy poca gente leerá. No serán leídas porque estamos tan ocupados leyendo lo que nos pasa que no tenemos tiempo de entender por qué nos pasa.
*Científico del CSIC y profesor de ecología de la URJC