Caminos de la ciencia. – HUMANOS CON »UN POQUITO» DE ANIMAL

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoHacia el comienzo de la segunda mitad del siglo XX la preocupación era por la bomba. Tras el recuento obsceno de los daños producidos en Hiroshima y Nagasaki, Japón, donde se probaron más allá de dudas y límites los efectos y consecuencias de la desintegración explosiva del núcleo del átomo de uranio, y en especial luego de que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas –sin el concurso del ajusticiado matrimonio Rosenberg– hizo explotar en alguna parte de Siberia su propia arma atómica, la azorada humanidad «irrazonó» el fin del mundo.

La Guerra Fría estimuló el miedo. Y como del miedo es necesario defenderse a la bomba atómica siguió la de hidrógeno, y a ésta los navíos de propulsión nuclear, los misiles nucleares, el concepto de «la guerra de galaxias» con todo y escudos protectores (más bombas, medido su poder destructor en megatones –Neruda escribió por entonces eso de que el campesino podía ir a trabajar en paz: 40 megatones lo protegían– y misiles teledirigidos y submarinos de autonomía inconcebible).

De esos años de temor directo y duro queda un puñado de libros y una terrible farsa cinematográfica: Doctor Strangelove o cómo aprendí a amar y no temer a la bomba.

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El primer Sputnik inauguró la «Era ET» de la que Carl Sagan fue su más connotado profeta. Es posible y lógico argumentar que el miedo a lo que pudiere venir espacio exterior no tiene por ahora causas reales; al fin de cuentas no existen testimonios incontrovertibles de que alienígenas hayan aterrizado jamás para hacer daño, comparado con el sano temor a las armas producidas por nuestros congéneres, que han sido y son eficasísimos instrumentos de muerte.

El temor a los seres de otros mundos es muy antiguo y más fuerte que aquel a las bombas. En el alba de la radio un joven llamado Orson Welles, con mucha imaginación y –se dijo entonces– poco criterio, asustó a las gentes de Nueva Jersey que escuchaban su programa con una supuesta invasión marciana –adaptación de La guerra de los mundos, novela del británico Herbert George Wells.

Las ovejas primero

Y así llegamos a un temor nuevo, que repta más insidioso, pero no menos siniestro que los ya mencionados. El temor a la manipulación genética y la generación de personas tratadas, para ser más eficientes o hermosas o tontas o altas o bajas o sanas, tal como se trata a los tomates, al maíz, al arroz, la soya o soja (y probablemente dentro de poco a las vacas, cerdos, corderos y otra fauna destinada al banquete de los que pudieran entonces adquirirla para su goce «gourmand»).

Esta historia comenzó hacia julio de 1996 con la oveja Dolly, animal nacido por clonación, que murió a comienzos de 2003. Dolly probó que era posible hacer un facsímil de un animal a partir del núcleo de células de cualquier órgano –esto es: células especializadas en una función orgánica precisa– y no de células llamadas embrionarias, que son las todavía no especializadas. Dolly nació de una célula tomada al parecer de las mamas de su ¿madre?, la que fue implantada a un óvulo de la oveja que finalmente la parió.

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La clonación despertó de inmediato fantasía, imaginación, ganas y miedo: ¿Qué tal clonarse antes de morir y guardar el embrión bien congelado para «resucitar» más adelante? ¿Qué tal producir buenos y obedientes trabajadores –o sabios o pilotos espaciales, como en el filme Gattaca? ¿Qué tal reproducir algunos órganos y glándulas propias para mantener per sécula una salud de fierro? ¿Qué tal un laboratorio escondido para producir –no a Hitler, como en Los niñós de Brasil– sino media docena de míster Bush?

El juego de los embriones

Nadie cree realmente que se quiera originar, supongamos, licántropos u hombres lobo o mujeres lobas, dráculas de todo género, acuadamas o acuamanes, en fin; los científicos que impulsan el proyecto afirman que se trata de conseguir embriones sólo con un uno por ciento de genes no humanos. Y aseguran además que podrían ser vitales para en el corto plazo para curar enfermedades como el mal de Alzheimer o de Parkinson y más adelante evitarlas, y evitar el cáncer, puede que la presbicie y otras «fallas» del organismo natural.

Así pues no debe sorprender que a fines de 2006 haya explotado el enojo de muchos científicos británicos, que acusan a la Autoridad para la Fertilización Humana y Embriología –oficina gubernamental que tiene a cargo en las islas británicas la concesión de licencias para llevar adelante investigaciones sobre el asunto a que se rifiere su nonbre– de dejarse presionar poir el maniobras insidiosas del gobierno para detener –al menos postergar– los estudios para producir células híbridas, o sea: una suerte de mestizaje entre la especie humana y otras.

El ministerio de Sanidad, del que depende la oficina citada precedentemente, señaló a principios de enero que son casos a estudiar, que una ley general al respecto se discute en el Parlamento y que, en definitiva, las investigaciones podrían ser autorizadas, con fines médicos y no para llevar a cabo todo el proceso de crecimiento de los híbridos o mestizos.

Sin embargo…

Quién tenga una pistola, dice el refrán y refuerzan las estadísticas, tarde o temprano la va a usar –o la usará otro– para que el aparato cumpla con su objetivo primario: herir o matar a alguien. Nunca se ha inventado y fabricado un objeto sin que se haya guardado sin usarlo. Nunca se ha desarrollado una teoría son que se haya intentado probarla –o mejorarla–. Nunca se ha desarrollado conocimientos para esconderlos –con excepción, aseguran algunas comunidades dadas al esoterismo, de los mágicos y alquímicos, y ello por la férrea voluntad de magos y alquimistas.

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Por ahora ese señor con cara de cerdo que viene en sentido contrario por la calle es realmente sólo un señor con cara de cerdo, y esa vecina tan vaca es sólo la vecina gorda como vaca. Los pornógrafos de futuro se soban las manos si estos experimentos tienen lugar y tienen éxito. Imaginan encargar varones y mujeres con las características descritas en el Ananga Ranga para producir nuevas películas destinadas a los mayores y adolescentes curiosos.

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