Cancún: el agua cae

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Teódulo López Meléndez.*

Se contamina el agua, el aire y la tierra en un acto de prepotencia indescriptible. La ciencia y la tecnología  parecen desbordadas en sus efectos dañinos, pero más allá se requiere un alto grado de conciencia en la población toda.

El consumismo sin freno sin reutilización de los envases de aquello que consumimos, empresas voraces devorando selvas o poblaciones pobres desforestando para obtener el combustible con que cocinar y países desarrollados enviando a la atmósfera emisiones contaminantes, son apenas puntos de un extenso listado.

Se deteriora la geoesfera con pesticidas y productos químicos peligrosos. Se deteriora la hidroesfera, advirtiéndonos que el agua puede ser causa de serios conflictos futuros. Se poluciona la atmósfera con tóxicos originados en la quema de energías impuras. Cambia el clima y la temperatura ambiental se ve trastocada con efectos de extrema gravedad. Residuos nucleares circulan en busca de un depósito, la capa de ozono se adelgaza permitiendo el paso de dañinos rayos ultravioleta. Se extinguen especies animales y vegetales con la consecuente ruptura de la cadena alimenticia y desaparecen numerosas especies.

Entre el hombre y la naturaleza están los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación, de manera que la relación entre el hombre y la naturaleza resulte indefectiblemente marcada por la economía. El inmenso volumen de recursos naturales que devoran las empresas de esta economía y que son procesados indiscriminadamente, la concentración de la producción en reducidos espacios urbanos y el afán desmedido de lucro, pueden mencionarse someramente al inicio.

De flujo circular de dinero, de circuito cerrado entre producción y consumo, de sistema mecánico autosostenido, a una nueva mirada sobre las interrelaciones dinámicas entre los sistemas económicos y el conjunto de los sistemas físico y social. En suma, articular la economía sobre nociones biofísicas fundamentales como las leyes de la termodinámica: el respeto por  los ecosistemas pasa por impedir generar más residuos de lo que ellos toleran, no extraer de los sistemas biológicos más de lo renovable, rescatar los indicadores biofísicos del dominio del dominio de los indicadores monetarios.

Todo esto y más, pero el envoltorio es el sistema socioeconómico que domina todos los problemas medioambientales. Richard Norgaard (Una sociología del medio ambiente coevolucionista) lo definió con precisión: interpretar la actividad económica y la gestión ecológica como un proceso coevolucionario. Un dominio retomado de la política sobre la economía impondría a las decisiones un límite ecológico, la toma en cuenta de los efectos no contabilizados en el mercado, esto es, rompiendo la disociación entre la formación de los precios y la biosfera y la comunidad.

La palabra solidaridad no está en los textos de economía. Esto es que hemos definido repetidas veces como economía con rostro humano también puede serlo como “economía de solidaridad”. La economía, sí, pero la crisis ambiental debe ser enfrentada como parte de la crisis general que es el núcleo de este interregno donde los paradigmas caen, los episteme se disuelven o el universo simbólico se encuentra envuelto por una nebulosa.

Hemos estado, y seguimos estando en este campo, en un paradigma tecnológico ahora desafiado por un paradigma ecológico. La filosofía se ha preguntado sobre el destino del hombre y ahora la pregunta, desde el tema que nos ocupa, se repite. En economía se sustituye la periclitada idea del crecimiento ilimitado por la nueva del desarrollo sostenible.

En sustitución de las viejas ideologías brotan movimientos feministas, pacifistas y ecologistas, pero es el paradigma ecológico como nueva ciencia el que responde a este desafío concreto, a esta crisis específica que afecta a la supervivencia humana por agotamiento de la casa. El demiurgo se tambalea. Deben revisarse las relaciones entre ciencia y política y repolitizar el campo de los debates epistemológicos.

Esta es la sociedad del riesgo, qué duda cabe (Ulrich Beck, La sociedad del riesgo, 1986), pero de uno donde el valor de una ciudadanía emergente con conciencia política lo influye. Es necesario someter la tecnociencia a un control político democrático y ello implica educación y mecanismos de decisión acordes con el desafío. La vieja alianza entre ciencia y política ya llevó sus productos al extremo del agotamiento, tal como lo hemos repetido, productos como el Estado-nación o la economía depredadora.

La crisis ecológica al menos ha servido para cuestionar el dominio de la economía sobre la política. El alborozo de una filosofía ecologista servirá para terminar de ponerle fin. La nueva alianza entre ciencia y política deberá servir para delinear y construir las instituciones del mundo que llega. La política, así, reabsorberá al poder y lo reconvertirá en un encuentro con la potencialidad de la vida humana.

* Escritor.

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