Cargill y el monopolio de los alimentos

Leonardo Montero*

Este mes, el gobierno de Venezuela decidió hacer valer herramientas legales para garantizar el abastecimiento de alimentos a su población. De ese modo, la administración de Hugo Chávez expropió una planta de arroz de la transnacional Cargill e intervino el resto de las arroceras del país. Según los fundamentos del Palacio Miraflores, estas empresas incumplieron normas de producción y abastecimiento del mercado interno del mencionado producto, uno de los más importantes de la dieta de los venezolanos.

Las medidas se sustentan en una ley de Soberanía Alimentaria reglamentada a fines de 2008 que establece requisitos mínimos para la producción de alimentos básicos. Como en los restantes 66 países donde opera, en Venezuela el gigante estadounidense ha crecido de manera descomunal. Cargill esta presente en toda la cadena productiva de los alimentos. No es un contrincante menor al que se enfrenta el gobierno de Chávez.

Los chispazos entre la administración venezolana y las empresas productoras de alimentos tiene como telón de fondo la crisis en la producción mundial de comestibles.
La inédita escalada en el precio de los granos y la incursión de algunas potencias internacionales en la producción de biocombustibles, dio lugar a la aparición de capitales especulativos en el mercado de los alimentos. No hace falta explicar quienes son los culpables del alza de los precios, estando presente la especulación financiera.

A esto hay que sumarle el auge de las empresas del tipo Cargill. Es decir, multinacionales dedicadas al negocio de los alimentos que se dispersan por el mundo ocupando todos los eslabones de la cadena de producción agrícola.

Monsanto, Syngenta, Bunge and Born, Louis Dreyfus, Nestlé y Nidera son algunos de los nombres del puñado de corporaciones transnacionales que lideran los agronegocios a lo largo y a lo ancho del planeta. Es decir, unas pocas manos deciden con qué y a qué precio se llenan los platos de miles de millones de personas.

Para finalizar, es importante resaltar que en Sudamérica, el avance de algunas de estas empresas en la producción de soja, ha hecho expandir de manera desmedida el monocultivo del “oro verde”.

No hace falta recordar el papel de esa oleaginosa en el conflicto ocurrido durante 2008 en Argentina. En Paraguay, los productores sojeros ejercen una importante presión sobre el gobierno de Fernando Lugo. Los ejemplos se repiten y, más allá de las diferencias en los escenarios, los actores en las sombras son los mismos.

La soja ocupa en la tierra el espacio que deberían ocupar los alimentos que consumen los sudamericanos. También de esa forma es como se disparan los precios. Ese es el papel que juegan los capitales especulativos en la producción de alimentos. De alguna forma u otra, los distintos gobiernos deben poner un freno a esta situación.

De lo contrario, la cifra de 925 millones de pobres en el mundo -según estima la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)-, seguirá creciendo.

 
*Periodista de la Agencia de Prensa del Mercosur 

 

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