Carlos Altamirano, el lobo estepario del socialismo chileno
La muerte de Carlos Altamirano ha puesto de manifiesto, una vez más, el descalabro ideológico y la profunda crisis que vive la izquierda, no sólo en Chile, sino que a nivel mundial. Las hipócritas condolencias de los democristianos, y más aún las de algunos derechistas que se atrevieron a balbucear algo diferente a la mierda con la cual cubrieron siempre a este antiguo dirigente del socialismo chileno, han sido más o menos lo que se podía esperar de esos sectores.
Básicamente todos ellos con una sonrisa de perdonavidas, o de perdonamuertes en este caso, buscando algo que alabarle a este incómodo occiso, se han referido a su supuesto arrepentimiento por sus “pecados” revolucionarios de los años álgidos del siglo pasado. Así, purificado de sus maléficos intentos de buscar ayer un futuro digno para los humillados y ofendidos de Chile, estaba ya en condiciones de postular a un cupo en el mundo celestial de la “democracia” que hoy impera mayoritaria en este siglo XXI.
Este argumento despreciable destinado a tergiversar el nombre de Altamirano el día de su muerte, decíamos que es perfectamente explicable en sus acérrimos enemigos de la derecha y en el centrismo de la democracia cristiana, pero ¿escuchar lo mismo no sólo de quienes fueron sus aliados en el intento de la izquierda de torcer el aciago destino de los desposeídos, sino que incluso de sus propios camaradas?
El luto de los hipócritas.
Un dudoso coro de los lamentos rodeó el féretro de este notable luchador social en el ex Congreso en Santiago. Entre otros conspicuos socialistas renovados, léase vendidos al poder hegemónico de la burguesía dominante, desfilaron haciendo declaraciones muchos de los que fueron sus camaradas en el proyecto socialista de Salvador Allende, y que hoy, a diferencia de Altamirano, profitan de las garantías que les concede la seudo democracia que siguió a la dictadura.
Basta con citar las palabras de Ricardo Lagos Escobar, que con sus aires de señorón de la política, dijo: “(Altamirano)…en sus últimos años entendió el cambio de época que implicaban la globalización y las nuevas tecnologías”. Es decir, para todos estos corifeos del neosocialismo, el principal aporte de Carlos Altamirano no fue su condición de brillante conductor político en un momento dramático de la lucha social del pueblo chileno, todo lo cual es hoy para estos arrepentidos y amnésicos socialistas, el lado oscuro y negativo del líder de la Unidad Popular, sino que lo que se puede alabar al momento de su muerte es su contribución a la renovación socialista que se pasó con camas y petacas al campo de la cada vez más decadente socialdemocracia, ávidos de recuperar las ganancias que antaño perdieron por andar, como Altamirano, peleando por un mundo libre de la rapiña capitalista.
Gabriel Salazar, destacado historiador de este tiempo, escribió un brillante ensayo sobre el dirigente socialista que acaba de fallecer, titulado “Conversaciones con Carlos Altamirano” producto de un largo coloquio de varios años con el ex Secretario General de PS. Pocos como Gabriel Salazar pueden entonces conocer más de los íntimos pensamientos de este lúcido dirigente popular. Por eso es que, justamente a propósito de los torcidos intentos de tergiversar las posiciones de Altamirano tratando de uncirlo al carro de las propias deserciones de sus otrora “camaradas”, Salazar señaló a la prensa que “el alejamiento de Altamirano del socialismo chileno se debió a que el PS se acercó demasiado al modelo neoliberal”.
Y luego agregó “Cuando Altamirano llega a Chile, y vive la experiencia del PS en Chile, ve que no era estrictamente socialista, sino que tenía aceptación del modelo neoliberal. Eso explica por qué él se aparta del socialismo chileno, porque no estaba de acuerdo con el neoliberalismo de la Concertación”. Esa es la estricta verdad de lo que fue su vida de socialista verdadero. No se alejó de la política por vergüenza o arrepentimiento de su honesto pasado, sino por la profunda desilusión de encontrar al que fue el partido de Allende, y por lo tanto su propio partido, corrompido ideológicamente bailando al son que le toca el neoliberalismo y la globalización local y mundial.
Una verdad demasiado molesta.
Comenzamos diciendo una verdad objetiva y difícilmente rebatible: la izquierda mundial vive la peor crisis de su historia. No tiene perspectivas, carece de una ideología clara ni tampoco posee proyectos inmediatos ni menos de futuro. Se ha dejado arrastrar hacia una confusa mezcla de balbuceos populistas que se entreveran con concesiones al modelo capitalista neoliberal, cuyos sagrados cimientos no son tocados por los gobiernos que aquí o allá han sido alcanzados por estos seudo izquierdistas de marioneta.
Chile es quizás el mejor ejemplo. Los gobiernos “socialistas” de Lagos y Bachelet no aportaron nada, absolutamente nada a los cambios urgentes que se requieren en la sociedad chilena. Al contrario, en especial el señor Lagos que se permite opinar sobre las posiciones mantenidas hasta el final de sus días por Carlos Altamirano, contribuyeron a afianzar en muchos aspectos el poder inamovible de los capitalistas criollos que dominan desde Pinochet hasta nuestros días.
Las veces que gobiernos de nuestra América han intentado recuperar la verdadera esencia de la ideología socialista, como Nicaragua, Venezuela, o Bolivia, estos socialistas renovados se han unido a los ataques en contra de estos pueblos asediados hoy por las oligarquías latinoamericanas unidas al imperialismo norteamericano, y no han tenido asco de bailar el mismo ritmo, tomados de la mano de los Trump, Bolzonaro, Piñera, Macri, el traidor Lenín Moreno conocido como el González Videla de Ecuador, además del peor títere de Estados Unidos que es Iván Duque de Colombia.
Adiós al camarada.
Difícilmente alguien va a despedir a Carlos Altamirano con el puño en alto. Los socialistas de hoy no levantan el puño: estiran la mano en forma de poruña para que en ella caigan los dólares del chorreo de las ganancias del neoliberalismo y la globalización. Pero muchos desde el seno del pueblo, aunque sumidos en el anonimato al que los han confinado los oportunistas, se atreven todavía a despedir a Carlos Altamirano Orrego con un hasta siempre, camarada.