Carnaval triste con rumbo al 17 en Chile

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Lagos Nilsson

Con vistas a la elección presidencial –segunda vuelta– del 17 de este mes de enero, la sensación térmica ciudadana respecto de la candidatura concertacionista de Eduardo Frei se aproxima al cero absoluto; en cambio la del aliancista Sebastián Pîñera se experimenta en ciertos sectores como la tibieza de las buenas brisas primaverales. Las cosas, empero, no suelen ser tan simples. Lo que resta del aparato ciudadano es complejo.

Lo que resta del aparato ciudadano, constante e infatigablemente bombardeado por más de 35 años: por la dictadura –que quiso convertirlo en masa inerte– y por los siameses Concertación y Alianza –que pretenden se defina como mero consumidor, dentro del reglamento de una peculiar democracia que lo desprecia.

Los resultados conforman un desastre de tamaño histórico y se reflejan en algunos hechos que reclaman con urgencia un proyecto republicano de salvataje ético y moral. Que un tercio de los habitantes del país en condiciones de hacerlo no se inscriban en los registros electorales, es uno de ellos; que tras el paraíso del consumismo otro tercio –en este caso de quienes trabajan– estén sobreendeudados hasta las cachas, es otro; que en muchas escuelas y colegios (la diferencia entre escuela y colegio radica en el costo de enviar a uno u otro establecimiento a los niños con la ilusión de que aprendan algo) los alumnos egresen sin conocer los últimos 60 años de historia patria no preocupa demasiadao a gobernantes y sus hermanos opositores… Podríamos seguir.

En términos políticos es más que preocupante el rol de los partidos en Chile post dictadura. ¿A quiénes representan esas organizaciones?; dicho de otra manera: ¿quién se siente representado por sus consignas y banderas? ¿Conoce –y puede diferenciar– el ciudadano de a pie, y aun el de automóvil, los principios teóricos de esos partidos, su eventual programa de gobierno, los escritos de sus dirigentes?[1]

Una respuesta es no.

La otra: en la íntima verdad de esos partidos lo cierto es que carecen de ideología y por tanto de doctrina; sus consignas son en todo parecidas a las de las liquidaciones y ventas de saldos del comercio. Y, como lo hace el comercio, deben pagar a presuntos activistas o militantes para agitar pendones y banderas en los (escasos) actos públicos en los que participan. O para repartir en estos días la propaganda electoral.

[Esta tarde de miércoles una pareja, vestidos con jeans y una remera con el emblema que solía distinguir al Partido Socialista (¿por qué desvarío de la memoria lo mantiene?) me ofrecieron una hoja publicitaria favorable al señor Frei; en un acto de maldad les pregunté quién era el Secretario General del PS: no sabían; rectifiqué, la autoridad máxima de la colectividad es su presidente: tampoco sabían. Situaciones semejantes eran moneda corriente entre los propagandistas de la Alianza por Chile: todos pagados].

Ante el desolador panorama político –un candidato presidencial enriquecido en tiempos de la dictadura, el otro que la apoyó por eso de aquella traía la paz social, ambos postulados por partidos de quienes la ciudadanía lo ignora todo– y con un gobierno en sus últimas semanas de ejercicio que se solaza en enviar al Congreso proyectos de ley que debieron haberse propuesto hace cuatro años, es fácil explicarse la curiosa permanencia en el primer plano del interés público de Marco Enríquez-Ominami, derrotado en la primera vuelta eleccionaria.

No se trata de que MEO se haya presentado ante la ciudadanía como un enviado por la historia –o el Cielo–; más de uno de sus planteamientos fueron discutibles, polémicos y debió rectificarlos, no todos los de su "círculo áureo", según hoy lo sabe la ciudadanía, son irreprochables. Pero supo soplar sobre el barro y la ceniza para descubrir al país que Polìtica no es igual a la política. Abrió una hendidura en el muro tras el cual los apernados medran y pululan.

De hecho, con el afán indisimulado y a veces mendicante de captar el 20% del electorado obtenido por aquel, ambas candidaturas, la de los señores Frei y Piñera, han incorporado a sus discursos –sus epígonos aseguran que también a sus programas de gobierno, como si un programa se armara como una colcha con retazos de telas– ideas y propuestas de MEO.

Repugnante.

Y más repugnante todavía el esfuerzo desmedido de dirigentillos políticos y algunos periodistas paniaguados de aquellos en orden a demandar al ex candidato que devele por cuál de sus ex rivales votará y recomienda votar. Con una encomiable conducta republicana que no se ve en Chile desde mediados del siglo XX, Enríquez-Ominami reitera que no es dueño de esos sufragios, que el ciudadano es libre de votar por quién quiera (que para eso es ciudadano), que él tiene fe y confía en sus pares –precisamente los ciudadanos.

Si París costó una misa, la Presidencia de Chile costará la mayor parte de ese 20%. Por ahora algunos connotados ex adherentes a MEO han "fichado" con Piñera, otros con Frei. MEO, entretanto, procura organizar un movimiento o un partido polìtico para "volver a la política", dice, a la política en serio: con debate, transparencia, diversidad, democracia. Y la mayopr parte de ese 20% –que se diría crece– parece esperar no su recomendación para las elecciones del 17, sino que de el vamos a la discusión para que la Política renazca en el país.

Con suerte –la suerte no existe– quizá en algunos años los chilenos vuelvan a elegir a los que crean mejores estadistas para el manejo de la cosa pública, y no se vean obligados a seguir girando en la jaula en que ratas han puesto a los seres humanos.

Los países –sus mujeres y varones– pueden equivocarse, pero no se suicidan; la diferencia para el común entre Frei o Piñera encaramados en el despacho del segundo piso de La Moneda, probablemente la constituya el modus en que funcionará el cómo oponerse a su probablemente segura tétrica Presidencia –y al modo en que reprimirán a ese que se llama pueblo y que para ambos es apenas una entelequia.

[1] Tres supuestos. Uno, que sepan escribir; dos, que superen el uso del lugar común; tres, que vean más allá de  lo negro de sus uñas.

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