Charles Krauthammer / Óptica: el verdadero Obama

¿Un centrista? No. Un transformador. Barack Obama ha cosechado elogios del centro y de la derecha –y ha irritado mucho a la izquierda– con el centrismo de sus principales nombramientos. Debido a que las propias creencias de Obama aún permanecen muy opacadas, sus nombramientos han llevado a muchos a la conclusión de que él tiene la intención de gobernar desde el centro.

¿Obama centrista? No estoy tan seguro. Fíjense en el equipo de política exterior: Hilary Clinton, James Jones y la reliquia de Bush, Robert Gates. Tan centrista como el que más. Pero la selección fue menos ideológica que práctica. Obama no tiene intención de ser un presidente de política exterior. A diferencia de Nixon o Reagan, él no tiene aspiraciones en el extranjero. Sencillamente no quiere tener novedad en el frente occidental ni en el oriental, de manera que pueda proceder con lo que realmente le importa –sus planes internos.

De manera similar, su principal equipo económico, el brillante trío de Tim Geithner, Larry Summers y Paul Volcker: centrista, experimentado y de corriente dominante. Pero su tarea principal es la de estabilizar el sistema financiero, una tarea muy pragmática en la que los seguidores de Obama no tienen un interés ideológico en particular.

Un sistema financiero funcional es una condición necesaria para que sea exitosa la presidencia de Obama. Al igual que en política exterior, Obama desea tener a expertos y veteranos para administrar y pacificar universos en los cuales él posee poca experiencia y menos compromiso personal. Su trabajo es mantener el flujo del crédito y mantener al mundo a raya, de manera que Obama pueda alcanzar su verdadera ambición: realizar una transformación interna tan grande y ambiciosa como la de Franklin Roosevelt.

Como Obama dijo de manera reveladora la semana pasada: “La dolorosa crisis también nos ha dado una oportunidad de transformar nuestra economía para mejorar la vida de la gente común”. La transformación es su misión. La crisis brinda la oportunidad. La elección le suministra el poder.

La recesión en aumento crea la oportunidad para la intervención federal y la experimentación gubernamental a una escala nunca vista desde el Nuevo Trato. Una administración republicana ya ha hecho el trabajo ideológico de base con su intervención sin precedente, la que culminó en la parcial nacionalización forzada de nueve de los más grandes bancos, el tipo de cosas que sucede en la Argentina peronista con una pistola sobre la mesa. Adicionalmente, la invención por Henry Paulson de la cifra de $700 mil millones alteró para siempre nuestra percepción de gastos gubernamentales imaginables. ¿Veinte mil millones más parta Citigroup? Monedas para la merienda.

Es más, nadie en el Congreso ni siquiera pretende que el gasto sea pagar según los ingresos (v.g. nuevos gastos balanceados por medio de impuestos más altos o menos gastos), como prometieron falsamente los demócratas cuando ganaron el Congreso el año pasado. Hasta algunos economistas conservadores están recomendando el estímulo (aunque estructuralmente diferente de las propuestas demócratas). Y la opinión pública, que exige la acción, comprará cualquier paquete de estímulo de cualquier magnitud. El resultado: una cantidad de dinero nunca soñada a disposición de Obama.

Para buscar la oportunidad, Obama tiene el poder político que proviene de una fantástica victoria electoral. No solo le dio un mandato personal, sino que aumentó la mayoría demócrata en ambas cámaras, demostrando de esa forma que arrastró a su partido y dándole pegada. Y al hacer su campaña sobre la base del cambio y las esperanzas (a menudo contradictorias), esto le ha dado una enorme libertad de acción.

Obama hablaba muy en serio cuando dijo que iba a cambiar el mundo. Y ahora tiene una crisis nacional, un mandato personal, un congreso complaciente, un público desesperado –y a su disposición el mayor pote de dinero de la galaxia. (Incluyo aquí los planetas extrasolares.)

Todo comienza con un paquete de estímulo de casi mil millones de dólares. He aquí donde Obama se mostrará cómo es ideológicamente. Es su gran oportunidad de plantar las semillas para todo lo que le importa: una nueva economía verde, atención universal de salud, resurgimiento del movimiento sindical, el gobierno como un ‘socio’ benévolo del sector privado’. El primer indicio llegó ayer, cuando Obama aseguró: “Si queremos superar nuestros retos económicos, debemos también enfrentar nuestro reto de atención de salud” –la incongruencia perfecta que le da carta blanca para cualquier reforma de atención de salud y los gastos que se les ocurran a los equipos de Obama. Es el sueño definitivo de un organizador comunitario.

Irónicamente, cuando la economía se vino abajo en septiembre, se supuso que ambos candidatos presidenciales podían olvidar sus planes internos, porque con $700 mil millones dedicados a los rescates de los sistemas financieros no quedaría un centavo para gastar en cualquier otra cosa.

Por el contrario. Con el país clamando a favor de la acción y con todas las barreras psicológicas para el gobierno destruidas (nada menos que por el partido conservador), la escena está lista para que un presidente joven, ambicioso, muy confiado en sí mismo –que se considera una figura histórica mundial incluso antes de tomar posesión– comience una reestructuración de la economía norteamericana y la forja de una nueva relación entre el gobierno y el pueblo.

No se engañen porque Bob Gates se queda. Obama no fue elegido para manejar Afganistán. Su intención es la de transformar a Estados Unidos. Y tiene el dinero, el mandato y el empuje para intentarlo.


* En www.progresosemanal.com
Tomado de The Washington Post (www.washingtonpost.com)

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