Chemu am Mapuche pigeiñ

1.530

LN

Con el título de este filme en realidad se plantea una pregunta: ¿Por qué nos llamamos mapuche? Lo que nos conduce a un interrogante: ¿basta con leer que mapuche es un vocablo compuesto, que mapu significa tierra y che hombre? Porque, en definitiva, ¿qué es ser-un-hombre-de-la-tierra? ¿O acaso será mejor, más claro, escribir Hombre de la Tierra? Comenzando el siglo XXI el Hombre –en rigor la gente– no tiene más tierra que la de sus sepulcros. Todos, acaso, perdemos la Tierra –y no queremos darnos cuenta.

¡Ah –pensará el astuto cultivado– otra película sobre folclor! Y asimilará folclor a una serie de costumbres añejas, melodías y canciones con las que es bombardeado cuando las fiestas nacionales de su país o región. Probablemente olvide –o no sepa– que folclor es el canto con el que las gentes recuerdan las huellas que han dejado sus ancestros al atravesar el tiempo de su mundo –recogido con religiosa unción alguna vez y hoy difundido con solemne ganancia cuando la ocasión lo permite.

El folclor, o sea, es en estos días asunto menor.

La modernidad europea quiso creer –y enseñó– que esa península de Asia resume lo que dio en llamar  progreso humano. El mundo, así, tuvo un centro (Europa) y una periferia bárbara: todo el resto de las tierras y de la humanidad. Cientos de naciones fueron menospreciadas, esclavizadas, liquidadas y olvidadas en el ara de su civilización.

El método, simple y eficiente, consistió cuando estableció relaciones con pueblos extraños en deshacerse de sus dirigentes políticos y personas de la cultura: matarlos; y establecido el miedo merced al uso de cierta tecnología considerar salvajes a los sobrevivientes. Los salvajes precisan acceder a la civilización, la civilización exige ser como el invasor, ser como el invasor requiere olvidar lo que se es, olvidar lo que se es es poner el cuello al alcance del sable depredador.

Bien. Todo esto tuvo lugar a escala planetaria en los albores de la globalización, cuando galeones imperiales y bajeles y fragatas piratas hendían no ya el manso Mediterráneo sino los vastos Atlántico y Pacífico. Precisamente entre el Atlántico sur y la Mar del Sur que viera Balboa desde Panamá, en un lugar que sus habitantes llamaban y llaman Wallmapu, vivian –como todos los pueblos del mundo entre la paz y las querellas– los mapuche.

No eran demasiados ni construían con piedra y oro. Hoy son menos, no tienen oro y las piedras las usan para defenderse –o para tallarlas. No tenían escritura. Su historia la guardaban –por decirlo de algún modo– en danzas, rituales, costumbres y poemas. Y en su paisaje. En un borde de su territorio salía el sol, en el opuesto se escondía; desde el norte venía el rocío de la primavera, desde el sur las gotas del invierno de su país lluvioso.

Probablemente ninguna nación entre las que hay registro en los meandros de la historia ha resistido tanto la vocación exterminadora de los invasores: han entrado en la sexta centuria de resistencia. Y también probablemente quienes en la actualidad los acosan saben menos dellos que los primeros huinkas que vieron el Bio-Bio.

Este fime trata de la cosmovisión Mapuche, del origen del mundo, del nacimiento de la gente de la Tierra, de la época del Kmelen-Mapu, Tierra Sana, de la llegada del huinka …y del despojo del territorio y de la vida que desde entonces luchan por recuperar.

Ficha
Dirección y producción general: Sofía Painequeo
Realización audiovisual: Javier Bertin, Alex Ramírez, Esteban Valenzuela
Elenco artístico: Folil-Che Aflaiai
Post Producción digital: Gryphon Productions
La realización contó con los auspicios del Fondo Nacional de las Artes, del Gobierno de Chile
Duración: 34,11 minutos
Fuente: Arcoiris TV (http://es.arcoiris.tv).

 


También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.