Chile. – EL DILUVIO QUE YA GOTEA Y CAE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Chile era un país, y lo decimos con tristeza, no con vanidad, en dónde efectivamente «se podían meter los pies, pero jamás las manos» como dijo Allende cuando inició su gobierno histórico. Este mismo ejemplo aunque, pecadillos menores por ahí, es valido para la mayoría de los gobiernos anteriores al de la Unidad Popular. No los posteriores.

A Salvador Allende se le acusó de cuanta porquería cruzó por la mente de sus detractores antes y después del golpe: borracho, coquero, mujeriego, vanidoso, déspota. A su gobierno se le colgó el principal sambenito de destructor de la economía –la santa economía privada, antesala del neoliberalismo– y luego, después del asalto de los militares, de planear la muerte de medio país con un plan, el llamado Plan Zeta, inventado sólo para idiotas y del cual nunca más se volvió a hablar tapado por los planes zetas que, ahora sí, llevó a cabo la dictadura de Pinochet.

Pero oiga bien (o lea bien): Nunca, absolutamente jamás, ni siquiera en los pasquines más abominables de la derecha, ni siquiera en boca del juglar de Pinochet, Iván Moreira, que aprendió a hablar hace poco, se culpó al gobierno popular de siquiera un acto de corrupción. Nunca. Nadie. Tampoco a Frei, ni a Alessandri, ni al «Caballo» Ibáñez, quizás sí a González Videla, que traicionó hasta a su madre, pero no se notó. Y así hacia atrás. Menos en la izquierda, donde sus militantes eran verdaderos monjes del purismo revolucionario. ¿Qué ocurre entonces ahora? Como diría Mafalda, el personaje de Quino, «es el boom de la desfachatez».

Sacristán que vende velas no teniendo velería

Efectivamente: de dónde pecatas meas si no es de la sacristía, como dice el refrán. Mi amigo Lagos Nilsson, benevolente, sabio por diablo, que viejo no es, en otro artículo tiraba un salvavidas a uno de los principales inculpados del affaire de Chiledeportes, el senador Guido Girardi. No justificaba a los demás, pero trataba de salvar a Girardi quien supuestamente sólo habría pecado de estupidez. Difiero aquí con mi amigo, que para diferir estamos. Pienso, con humildad de catecúmeno, que en política las estupideces a este nivel, así como las buenas intenciones, sólo tapizan el cálido suelo que pisa Don Sata en el infierno.

Los cada vez más frecuentes escándalos de corrupción que sacuden a la coalición gobernante, obedecen a un esquema mucho más profundo y preocupante que a las ingenuidades de quienes los perpetran. ¿Por qué ocurre ahora y no en la larga historia de las fuerzas populares en Chile?

Escudriñando a fondo creo que la causa hay que buscarla en la carencia de una ideología que consolide los principios de una izquierda hoy reblandecida, de estos militantes que adolecen de una perspectiva revolucionaria, lo que los hace volverse hacia sí mismos, hacia la individualidad del oportunismo y el acomodo que son los terraplenes que llevan a la corrupción. No se está luchando por nada trascendente, no hay una meta, un objetivo ideal por distante que parezca. Se vive al día, administrando, porque se está en el gobierno, ingentes cantidades de capital que invariablemente termina en manos de los grandes potentados, sin importar si son o no opositores políticos de la coalición gobernante.

¿Por qué se derivó a esto? Particularmente en Chile, la tragedia que le cayó encima a la izquierda mundial, la del fracaso de la forma como el socialismo se llevó a la práctica en casi la mitad del planeta, fue muy mal asimilada. Basta con echar una mirada global a lo que fue la izquierda chilena desde comunistas hasta socialistas y pepedés, estos últimos alcanzando ya el límite más degradante del oportunismo: el de la corrupción. La forma de reacción de ambos pilares de la izquierda, comunistas y socialistas, ante la debacle de la ideología fue diferente, pero en ambos casos con una pérdida total del sentido de la realidad, premisa elemental del marxismo.

La llamada hoy extrema izquierda del espectro político, que en honor a la verdad es la única izquierda que nos va quedando en Chile, a la caída del sistema socialista de naciones se desorientó igual que bachacos sin reina, como dicen en Venezuela. En chileno, quedaron marcando ocupado. Perdieron la brújula política y se aglutinaron bajo la forma de montonera anárquica aislándose durante quince años del meollo de la política nacional, los mismos años que lleva la deficiente democracia post dictadura.

Vegetaron todo este tiempo bajo la conducción comunista que a su vez se estrangulaba atenazada por la mano de hierro de una figura memorable, pero obsoleta y anquilosada, la de Gladys Marín que hoy después de su muerte, no obstante los reales esfuerzos de Guillermo Teillier por cambiar las cosas, ha venido a ser algo así como la Difunta Correa para muchos restos fosilizados de lo que fue la izquierda ideológica de este país.

En el partido socialista, en cambio, sus dirigentes optaron desde temprano por abandonar el buque averiado de la revolución mundial apegándose a los nuevos y convenientes aires de la globalización neoliberal. ¿Qué resultó de eso? Veámoslo.

El pasado ameboide de los socialistas chilenos

Lo primero que debemos decir es que el Partido Socialista, querámoslo o no, tendrá que jugar un papel importante en el panorama que se avecina. La gran masa socialista, la base, aquellos que no han renunciado ni renunciarán jamás al sueño de Allende, tendrán que hacer oír su voz en ese momento y para ello van a necesitar de la ayuda de este polo de la izquierda consecuente, que por ahora sigue sólo en calidad de proyecto. Mientras no exista esta alternativa como un referente confiable para reconstruir el camino de la izquierda chilena, se está fomentando la vigencia de los dirigentes maleados del socialismo que se van derruyendo en el peor de los acomodos, el de la corrupción por falta de ideales.

¿Qué fueron los socialistas de Allende y qué son los socialistas de hoy?

Un gran amigo, que ahora estará discutiendo de filosofía directamente con el viejo Marx en el subsuelo, decía de su propio partido, el socialista, en aquellos años memorables en que sus dirigentes honestamente creían en la revolución: «Nosotros los socialistas somos como las amebas: tenemos que dividirnos para poder vivir». Era la época álgida, pero también fúlgida de un partido decididamente marxista que se movía a todo vapor junto a la historia.

En efecto, las fracciones, los quiebres y las divisiones se sucedían frecuentemente en un conglomerado en el que ningún militante dudaba jamás de su base ideológica, pero en el cual cada uno pensaba tener la panacea para empujar más fuerte el carro, y la hacía valer muchas veces formando tienda aparte, pero en el mismo campamento; delante de todos ellos estaba la ilusión común en pos de la cual no sólo se actuaba con una honestidad de asceta, sino entregando incluso la vida como lo hicieron muchos de sus mejores representantes.

Hoy el Partido Socialista se aquietó, por decirlo eufemísticamente. No hay divisiones, salvo las peleas a dentelladas por las alcaldías, los cupos parlamentarios, los puestos en la administración pública, por los ministerios y las subsecretarías, escena repetida cada vez que se acerca una elección o un cambio de gobierno. Son los nuevos socialistas, los renovados, que mantienen la unidad monolítica del conglomerado porque dividirlo sería matar la gallina de los huevos de oro.

Hace algunos años, entre las genialidades acomodaticias de sus dirigentes, el mismo PS abrió una sucursal, el PPD, Partido por la Democracia, un apéndice que les creció y que derivó finalmente en un aborto, un mamotreto híbrido llamado en un comienzo a ser un «partido instrumental» al que llegaron desde enriquecidos potentados posmodernos hasta ex comunistas de puño en ristre y mirada perdida en el horizonte. Una gama pintoresca de políticos erráticos que aprovechaban esta ganga, este combo como se le llama ahora a las ofertas comerciales, que ofrecían los socialistas.

Para quienes llegaron a integrar al PPD, nuevos y trasvasijados del PS, la ganga era atractiva. El fracaso de la dictadura era un hecho y se accedía nada menos que al gobierno, con todas las ventajas que eso significaba y sin tener que luchar ahora por una sociedad justa, libre de la explotación del capital, de los grandes monopolios, de la usura bancaria y comercial, de las diferencias sociales y económicas entre ricos y pobres que antes podía costar incluso la vida.

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Este fácil acceso al poder en brazos del repudio abrumador contra la dictadura, hizo que los socialistas, como sus congéneres del APRA peruano, el PRI mexicano o el MAS de Venezuela, olvidaran rápidamente el proyecto histórico compartido con sus camaradas comunistas y los conglomerados sociales del pueblo, que lucharon más de un siglo para alcanzar un gobierno en 1970 que significó sangre, sudor y lágrimas obtener, un gobierno que al pueblo le fuera arrebatado al mismo costo, sobre todo con sangre y lágrimas.

Ese gobierno ganado con dolor y perdido de la misma forma por el pueblo, hoy lo tienen los socialistas desde hace 20 años, y si gana Lagos para el 2010 habrán cumplido un cuarto de siglo gobernando sin las dramáticas peripecias que tuvo que afrontar Allende en sus tres años de gobierno popular. ¿Qué han ganado las clases desposeídas con eso? El resultado es que hoy tenemos uno de los más altos índices de injusticia social y económica del mundo, con un abismo insondable entre ricos y pobres en una sociedad cuyo milagro financiero sólo sirve como telón de fondo para resaltar aún más esta vergüenza.

Barajar el naipe en la crisis que viene

Hace algún tiempo, y a propósito de las últimas elecciones presidenciales, aventurábamos conjeturas que entonces parecieron un poco tremebundistas, casi de política-ficción, más aún en medio de la euforia del triunfo de la primera mujer candidata a la presidencia; socialista por añadidura. Decíamos en esos artículos que la Concertación se volvía cada vez más frágil a medida que se consolidaba el dominio socialista-PPD porque sus principales socios, los demócrata-cristianos, al cerrarse sus posibilidades comenzaban a añorar sus años de hegemonía y volvían los ojos esperanzados hacia la derecha, en especial a Renovación Nacional.

En el programa Tolerancia Cero, de Chilevisión, hace un par de domingos atrás, uno de los panelistas preguntaba a Andrés Allamand, invitado de aquel día, sobre este proyecto, el de unir a la DC con la derecha. «¡Es nuestro sueño más preciado!» respondió el senador derechista, añadiendo a continuación: «En ninguna parte del mundo la democracia cristiana está aliada a los socialistas, sino a la centro derecha. Sólo aquí en Chile permanece unida a la izquierda».

Entre paréntesis, y valga como anécdota, Fernando, Peluca de Tony para los amigos, que lo tienen ahí para que cada cierto tiempo haga una gracia entreteniendo a los televidentes con una estupidez, sorprendentemente guturó una coherencia preguntando: «¿Cuál izquierda?».

Es en efecto, un sueño de la derecha muy cercano a cumplirse. Hay, sin embargo, problemas serios que resolver. La DC no tiene hasta ahora ninguna posibilidad para el 2010, y su única opción, en primera o segunda vuelta, es apoyar a Ricardo Lagos o negociar su adhesión a Sebastián Piñera, que en las encuestas actuales aparece como el político con mayor futuro. En todo caso, en ambas alternativas será carro de cola por lo que sacar el máximo de ventajas deberá ser su estrategia.

La dificultad radica en que el sector más consecuente de la Democracia Cristiana, que si no es mayoría es al menos la mitad del partido, difícilmente aceptará formar una coalición de centro derecha donde esté la UDI y es lo que entraba los sueños de Allamand y de los colorines de Adolfo Zaldivar. Forzar un arreglín como éste significa lisa y llanamente el quiebre de la DC.

En cambio, un desgaste interno de la Concertación, que se vaya desprestigiando por si misma, por ejemplo con numeritos como el que se manda Chiledeportes, antes Tombolini, las platas de Codelco, los asuntos oscuros del MOP, puede lograr lo que el muñequeo de Allamand considera todavía un sueño.

El fracaso del gobierno de Bachelet no sólo es la carta de la derecha, sino que también del sector retrógrado de la DC que lo va a esgrimir como argumento para quebrar la Concertación. No en vano Soledad Alvear y sus seguidores se están jugando por echar tierra al escándalo de Chiledeportes o, al menos, aminorar el daño al gobierno justamente por razones contrarias a la de los colorines de la derecha democristiana.

Una última pregunta, formulada ya en esos artículos de principios de año: ¿qué pasará con la candidatura de Lagos si la Democracia Cristiana, o una parte importante de ella, se va con la derecha aportando con los votos que le faltan a Piñera para ser presidente? Tendrá que apoyarse en el polo consecuente de la izquierda, dirá usted. ¿Dónde está ese polo?, preguntaré yo.

Aprés moi, le déluge. Después de mí, el diluvio, en buen español.

La presidente

¡Pobre Michelle! Como Luis XVI, se encamina a la guillotina pagando los excesos de Luis XIV, el Rey Sol. Nadie, a menos que sea un mal nacido –y que los hay, los hay– puede negar el enorme esfuerzo de la presidente por sacar adelante su gobierno. Es honesta a carta cabal, lo que en política, en esta política de hoy, es un mal presagio. Creemos que a corto plazo, deberá enfrentarse a una gran disyuntiva: hundirse bajo el chaparrón de mierda que hoy le tiran con balde desde todos lados, o tomar una decisión trascendental y jugarse porque su gobierno cruce definitivamente la línea de la historia incorporándose a los nuevos vientos que soplan en América Latina.

Necesitará para ello una izquierda monolítica a su lado y sobre todo un partido socialista, su partido, liberado de sus apéndices corruptos y de esos dirigentes que hoy mandan desde sus posiciones acomodadas y oportunistas festinado el legado revolucionario de Allende.

Mientras ellos permanezcan a la cabeza del partido, tendremos que decir de Michelle lo mismo que se dijo del Cid: «¡Qué buen vasallo si oviese buen señor!»

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* Escritor.

Addenda

Lo peor que puede ocurrir en un medio de comunicación periodístico es apelar a la auto-referencia; ese poco talentoso sistema puesto en órbita por la TV y el cine «made in Hollywood» que consiste en concitar (tercera acepción del vocablo en el DRAE) para lograr una versión o miseria de eso que los amantes verdaderos llaman complicidad.

No se le pidió al autor atenuar los términos que emplea ni tampoco eliminar la mención al artículo de Lagos Nilsson, porque de hacerlo se hubiera perdido parte significativa del razonamiento que preside el suyo propio. Es la diferencia entre un «pecado venial» y nomás un pecado.

No caeremos en el artilugio hipócrita de afirmar que Piel de Leopardo se margina de lo que escriben –es decir: piensan– quienes nos honran con sus colaboraciones. Desde luego no somos responsables de lo que piensan, pero sí defendemos lo que escriben, ¿si no por qué?

L.N.

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