Chile: El ridículo y la vergüenza no matan
Parece un chiste de mal gusto. El presidente de un partido político de la Nueva Mayoría amenaza a un canal de televisión que utiliza su logo corporativo en una producción en la que, al parecer, se abordará la corrupción y las malas prácticas en el ejercicio de la política.
No quiero exagerar, pero me cuesta trabajo ordenar mis ideas frente a tamaña desfachatez. Es una sensación similar a la que me produjo ver cómo Pablo Longueira le respondía al juez, al ser inculpado: “comprendo, pero no la comparto”, dijo en referencia a la sentencia que le estaban informando le sería aplicada.
Un partido como el PPD, nacido en forma instrumental con objeto de aglutinar caudal electoral en favor de la Concertación para afrontar el plebiscito de 1988, aspiró a convertirse en el partido “progre” de dicha coalición. Pero a 29 años de su fundación, por el mismísimo Ricardo Lagos Escobar, es parte de la maloliente y supurante costra política que ha protegido una institucionalidad ilegítima y opresora.
Con 29 años el Partido Por la Democracia, veinteañero, ostenta rasgos de experimentadas y afinadas prácticas incompatibles con el ejercicio de la función pública, saludables tejidos internos proclives a arreglines judiciales y una robusta inclinación por negar lo indefendible. De niña bonita, chica progre “antagonista” del dictador, parte de una fuerza política que aprovechó el instante histórico para asegurarnos interpretaría la voluntad popular expresada el cinco de Octubre del ´88 –lograda expresar, conviene recordar, gracias a la sangre de muchos–, a la fecha no demuestra sino formar parte de uno de los más vergonzosos capítulos en la historia de este intento de país. El PPD busca hoy contener ya no el accionar de un canal de tv, cuya calidad programática deja, como sus pares, muchísimo que desear; busca censurar el ejercicio libre de un derecho básico de cualquier democracia que se precie de tal, la libre expresión de las ideas o el libre ejercicio de la expresión artística.
Nacido para fortalecer el intento de quitar de las manos de Pinochet el poder institucional del aparato estatal, el PPD y sus pares devinieron en vigías de un tinglado en el que lo acomodaticio y la medida de lo posible han sido la regla. Artistas, periodistas y un amplio abanico de profesionales con vocación democrática que lucharon, y murieron, por recuperar el derecho sagrado a expresar la opinión en el digno y genuino interés por construir patria, pueden apreciar en la incomodidad del PPD una nueva expresión de desconexión con la realidad que las prácticas de este partido, sus aliados y de aquellos que ofician de adversarios, han contribuido a construir.
No sólo es vergonzoso. Me provocan náuseas el cinismo, la hipocresía y la desvergüenza de estas maquetas de partidos políticos. En momentos como éste, me siento en el peor de los mundos. Ni siquiera hablamos de contenidos programáticos de calidad, pero aún sobre ellos el linaje político concertacionista pretende limitar una asfixiante ausencia de libertad definida por el inmisericorde rating televisivo, ésa medida de lo exitoso que define qué mugre se habrá de trasmitir.
No se confunda. Miro poca televisión. Pero me enferma enterarme de los intentos vergonzantes de gente parasitaria que sólo le ha hecho daño al país de Balmaceda, Aguirre Cerda y Allende. Qué diferencia. Para esto que vivimos hoy, para esta libertad de comprar en el mall de moda, para esta democracia transaccional y mercantil permitieron y hasta aplaudieron el bombardeo a La Moneda y, luego, aseguraron la cadena de suministros para que el modelo permaneciera incólume.
Señor Navarrete, puede que en la versión 2017 del Festival de Viña le hagan lugar en la sección humor. Por lo menos se le vería con mayor aplomo, en su medio, aportando a este chiste de país.