Chile, el voto: ni nulo ni blanco

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Álvaro Cuadra.*

El actual proceso electoral ha decantado finalmente dos candidaturas que reeditan la clásica oposición entre la Concertación y la Alianza de derecha. Tal oposición, insistamos, no es novedosa. Lo inédito de estas elecciones es el contexto político en que se inscribe la dicotomía a la que asistimos. El país ha sido testigo de una clara división en las filas del oficialismo, lo que pone en riesgo la continuidad del conglomerado gobernante.

La candidatura ME-O ha sido un terremoto mayor en la Concertación de Partidos por la Democracia, cuyo epicentro es el Partido Socialista. La candidatura del díscolo parlamentario nace de las tensiones al interior de su partido, trizadura que se extendió rápidamente al resto de la coalición gobernante.

Se trata, en estricto rigor, de una voz socialista disidente y crítica hacia los actuales dirigentes de su partido, en primer lugar, y hacia los mandos de los otros partidos, en segundo lugar. Esta crisis del “progresismo” es más un síntoma que la causa de la encrucijada presente que enfrenta el proyecto concertacionista.

Lo único claro del actual panorama político es que una Concertación dividida favorece las pretensiones de derecha. La posibilidad de un triunfo de Sebastian Piñera, en enero próximo, no sería tan sólo un paréntesis o un retroceso temporal del proyecto democratizador iniciado hace veinte años.

Dicho en términos abstractos: un eventual triunfo de la derecha en Chile, inaugura un nuevo vector político e instala un “horizonte de sucesos” que estatuye su propio espacio judicativo. Un gobierno de la derecha supone el inicio de un proceso destinado a reconfigurar el imaginario histórico social que bien pudiera extenderse mucho más allá de un periodo presidencial.

Para los sectores comprometidos con una profundización de la democracia,  un triunfo de la derecha significa la connivencia explícita entre el gran capital y el Estado, una fórmula adversa a los intereses de los miles de empleados y trabajadores que forman la mayoría de la sociedad chilena. Como sabemos muy bien, hasta el presente la derecha ha sido más bien el “problema” y no la “solución” a las demandas legítimas de los más diversos sectores sociales.

La derecha ha sido un obstáculo objetivo para implementar reformas sustanciales en cuestiones tan sensibles como Derechos Humanos, Legislación Laboral, Regulación Medioambiental, Fiscalización a los Fondos Previsionales, sólo por mencionar algunos.

Si bien el actuar de la Concertación durante estos años no ha sido notable, no es menos cierto que el de la derecha ha sido mucho peor. Abusando de una Constitución hecha a su medida, protegiendo y amparando a civiles y uniformados que violaron derechos fundamentales de los ciudadanos, con el control casi absoluto de los medios y con la gestión monopólica del orden económico, han convertido a Chile en su propio negocio, dejando fuera a millones de compatriotas que siguen con un salario mínimo miserable.

En pocas palabras, más allá de su demagogia de última hora, la derecha chilena ha sido enemiga del cambio. Por todo ello, en la próxima elección presidencial no basta con votar nulo o blanco.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia.
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

 

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