Chile: en torno al nuevo feriado del 31 de octubre

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Antonio Bentué
 
Pasó ya el feriado correspondiente a la celebración del día de las “iglesias evangélicas y protestantes”. En realidad, para muchos, resultó ser un inesperado fin de semana largo y, para otros, una más contundente fiesta de Halloween. Aunque, obviamente, el contenido propio de la celebración fue celebrado con especial euforia por las diversas comunidades pentecostales.

Y no tengo nada en contra de la legitimidad con que esos cristianos evangélicos puedan tener derecho a celebrar sus aniversarios religiosos con plena libertad. Sin embargo, confieso que me produce cierta inquietud el que esa situación pueda plantear un problema respecto al bien común de una sociedad pluralista y laica, con la separación jurídica vigente entre Estado e iglesias.

Me pregunto si también otros grupos religiosos, como los musulmanes de Chile, no podrían apelar igualmente al derecho de feriado nacional para realzar, a lo largo del país, su fiesta del Ashura en la fecha correspondiente; o la comunidad judía su fiesta del Yom Kippur; o, asimismo, el Ejército de Salvación y el ocho por ciento, en aumento, de agnósticos chilenos que pudieran pedir también un feriado en una fecha que consideraran especialmente significativa para ellos.

De momento, empero, parece que tal derecho a conferir feriado nacional con ocasión de determinadas fiestas religiosas se da únicamente respecto a festividades católicas y, desde este año, también en la reciente efeméride de los evangélicos. Obviamente, los evangélicos pueden apelar a cierta igualdad ante la ley respecto a los feriados legales correspondientes a fiestas religiosas católicas, como son la Inmaculada el 8 de diciembre y la Asunción de María, el 15 de agosto (o también, desde este año, la Virgen del Carmen, el 16 julio).

Se trata de feriados que, en un estado laico, no parecen tener mucho agarro en el principio jurídico de separación entre iglesias y Estado y que, por el carácter sectorial de tales celebraciones, podrían no corresponder ya tampoco a intereses del bien común.

Distinto es el caso de otros feriados que, siendo fiestas religiosas en su origen, han tomado ya un status civil en todo el mundo, incluido Chile, como son los de Navidad, de Semana Santa y de Todos los Santos (o de los difuntos), el primero de noviembre.

Para obviar, pues, lo que pareciera ser el punto principal del problema, que son los dos o tres feriados, correspondientes a las fiestas  católicas antes señaladas y el feriado recientemente promulgado con respecto a la fiesta evangélica, evitando de paso proliferaciones de posibles nuevos feriados requeridos por otros grupos ciudadanos, me parecería sensato que, de acuerdo con la Iglesia Católica, el Estado y el Congreso Nacional suprimieran los de la Purísima, la Asunción  y la virgen del Carmen, así como el del 31 de octubre, dejando que cada grupo religioso celebrara esas fiestas tan significativas para ellos, al interior de sus respectivas comunidades, en el domingo subsiguiente, tal como se hizo con los feriados de Corpus y de San Pedro y San Pablo.

En otro ámbito, aunque análogo al anterior, me pregunto si tiene también ya mucho sentido el Te Deum celebrado todos los 18 de septiembre en la Catedral, con la asistencia de la Presidenta de la República, los ministros y miembros del Congreso Nacional, con la asignación de “ecuménico”, siendo así que están ausentes los representantes de las iglesias cristianas no católicas mayoritarias del país, que son precisamente las Pentecostales, que celebran por su lado otro Te Deum, en otra fecha, con la asistencia de nuevo de todos los miembros del gobierno.

Me parecería también  más normal que, dada la realidad de una ciudadanía mayoritariamente creyente del país, fuera el Estado quien el día 18 invitara a los representantes de esa mayoría ciudadana a que, dentro del ámbito del Congreso Nacional o de la Plaza de la Constitución, expresaran conjuntamente su agradecimiento a Dios, con sus plegarias y reconocimientos realizados en forma realmente unitaria y ecuménica y haciendo uso de la palabra los representantes de los diversos credos en forma proporcional a su representatividad ciudadana.
               
 

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