Chile, fotografías de Toro Goya
Álvaro Ruiz.*
Más de un centenar de fotografías en blanco y negro conforman el nuevo libro del destacado fotógrafo Mauricio Toro Goya. La publicación titulada Goya, en homenaje a su ilustre antepasado el pintor y grabador español Francisco de Goya, está dividido en seis partes, las cuales unitariamente, capítulo por capítulo, otorgan a la muestra una sobresaliente totalidad estética. Sombras y luces, independientemente de lo retratado, imprimen un sello original a cada una de las fotografías.
La edición estuvo a cargo del Centro de Estudio de la Imagen Fotográfica y la obra fue financiada con aportes del Fondo de Cultura del Gobierno Regional de Coquimbo.
Entre pestañas y la noche que amanece
Van quedando para el laboratorio del fotógrafo
Escenas difusas del día anterior
Instantes recapturados en la memoria del lente
Rollos de negativos sumergidos en líquidos amnióticos
Como en Blow up la reconstitución del crimen
El fotógrafo
Los ojos a través de la ventana
Imágenes de un parque centenario
Bandadas de aves atravesando el cielo hacia el sur
Hacia un Chile de bosques y espejos
Entre las mismas difusas escenas del día anterior.
(De Cola de Gallo).
Quisiera referirme al minuto exacto, al clic que por antonomasia extiende y fija lo retratado, al segundo matemático de los hechos, a la voluntad del autor que lo ejecuta, al paisaje que de fondo espera, a la luz impecable del blanco ante los tajantes hechos de negro, que plasmados finalmente en la mitológica pieza oscura (que dicho sea de paso es puro misterio) otorga al papel fotográfico nada menos que la nostálgica memoria, antes transmitida oralmente de generación en generación, y recién hace algo más de un siglo y medio fijada en registros que verdaderamente constituyen los nuevos apuntes de la imagen al servicio de un inexorable presente destinado a ser pasado.
Goya, en su primera parte, aborda el tema de ser un pasajero en tránsito y con ese ojo, esos terribles ojos azules —me recuerda al indignado y triste Rimbaud— observa los atardeceres de París mientras espera en la Gare d´Austerlitz la salida de un tren al sur, a una tierra silenciosa que no fotografiará por razones de belleza y mutismo.
Es la ruta Goya a una España sanguínea que como el río Ebro corre y corroe su origen, un retorno a la infame, delirante y goyesca memoria de un corazón perdido en América entre vahos químicos de niebla coquimbana y grandes apariciones de luz, epifanías surgidas desde la misma observación.
Un ojo que no tiembla a las fracciones de segundo de ese mismo clic.
La segunda parte es Jardín, diecisiete fotografías realizadas en el bosque de los encantos y desencantos que posee el pintor Bruno Tardito en los extramuros de Coquimbo. Plantas, figuras de greda que surgen desde la misma tierra, abstracciones fotográficas realizadas al cuarto de las botellas, telarañas, incrustaciones, son realidades permanentes en ese jardín, debida y estéticamente registradas por el acertado ojo del fotógrafo.
En el capítulo tres titulado Camino a Machupicchu se puede observar una veintena de fotografías donde nuevamente la adecuada y misteriosa luz otorga excelencia a lo retratado. Todas fotografías captadas en el Perú, fundamentalmente en Cuzco y Machupicchu, paisajes en lontananza y retratos de personas y sus oficios.
Voces de Coquimbo es un capítulo de retratos a distintos cantantes coquimbanos, todos en blanco y negro, donde destacan las penetrantes miradas de cada uno de ellos, sobresaliendo el retrato de Carlos Alberto Espinoza y el de Osvaldo Lazo, este último con un sorprendente parecido al mítico Frank Sinatra.
El capítulo cinco Sin perdón ni olvido es parte de un registro dedicado al dolor y la muerte, fotografías tomadas en La Serena a deudos de las víctimas de la llamada caravana de la muerte. Fotografías testimoniales que reivindican los conceptos de libertad, justicia y derechos humanos.
Por último, el capítulo seis titulado Arcángeles es una sorprendente serie de retratos a homosexuales transformistas en tabernas y boites de la región de Coquimbo, verdaderas féminas en el escenario o en la intimidad de sus camarines.
A modo de prólogo la periodista Yarela Carvajal realiza una extensa entrevista al autor donde preguntas y respuestas hacen de este prólogo una original y amena introducción al libro.
Lo mismo ocurre al final de este, donde el sociólogo e investigador Fernando San Martín Cortés realiza una segunda entrevista, algo más técnica, a Toro Goya, sirviendo ésta de epílogo y otorgando al libro un corpus necesario y fundamental.
* Escritor.