Chile: – HA LLEGADO EL TIEMPO DE SOÑAR
En estos días en Chile se escribe frenéticamente sobre el destino de las alianzas políticas –algunas con carácter de contubernio– que se estremecen sacudidas no por temblores, que son impredecibles, sino por esta erupción de corrupciones y desvergüenzas cuyas fumarolas se proyectaban amenazantes hacia bastante tiempo.
En todos estos escritos se analiza, se escarmena, se elucubra sobre cuál es la causa, y en más de alguno se busca la solución, si la hay, para salvar el momento y remontar el lamentable cuadro. También lucubramos nosotros, pero con una diferencia: para nosotros en la caja de virtudes de la Concertación, aquella que sirvió para desfascistizar el Estado, para transitar hacia una democracia con visos de decencia, para reestablecer la libertad occidental y cristiana, ya no queda nada, ni siquiera la esperanza.
Es lo que creemos y trataremos de demostrar en las siguientes líneas.
Hay tiempo para crear alianzas…
La Concertación nació, digámoslo fríamente, sólo como una alianza táctica destinada a presentar un frente sólido y aglutinador del espíritu antidictatorial que embargaba a gran parte de la población chilena. Su objetivo era claramente político, no de desarrollo social ni de revolución económica.
Veámoslo por partes.
El deterioro de las organizaciones sociales y gremiales durante los gobiernos de la Concertación es algo que nadie puede discutir. Hoy no existen ni siquiera las organismos juveniles, poblacionales ni gremiales que se cimentaron al calor de la lucha contra la dictadura. Basta con mirar la lamentable realidad actual de la otrora poderosa Central Unitaria de Trabajadores, o de la Fech que lideraba semiclandestina la resistencia estudiantil que sembró las calles de protestas y llenó las cárceles, cuando no los cementerios, con sus heroicos militantes.
Y qué decir de las poblaciones donde la figura alada del padre Jarlan y su sotana blanca todavía flota en el recuerdo de los nostálgicos, emergiendo en medio del humo, en medio de la ira, en medio de las balas y las piedras, y –sobre todo– en medio de la sangre.
Hoy en las otrora barriadas rebeldes del gran Santiago, donde el dolor de la miseria heredada de la dictadura continúa intacto, la única organización que funciona es la de los cárteles de la droga, que florecieron en el caldo de cultivo de la frustración amarga de quienes se jugaron la esperanza en las calles para construir un Chile más justo y solidario a la caída de Pinochet.
Económicamente hablando, igual que en las organizaciones sociales, tampoco la Concertación nació para llevar a cabo una profunda transformación en el modo de las relaciones capitalistas establecidas por la dictadura a la caída del gobierno popular.
Hay que decirlo: las bases del éxito macroscópico de la economía chilena como resultado del modelo neoliberal aplicado a ultranza por la Concertación, fueron echadas por los financistas del gobierno militar. Pero también la injusticia del reparto de la riqueza es herencia de la dictadura, y conservada por los economistas de la actual coalición gobernante porque ella es parte inseparable del modelo existente.
Es por eso que no existe ningún país en el mundo, léalo bien, salvo los que enfrentaron la política neoliberal globalizada siendo ya potencias económicas desarrolladas, que hayan mejorado las condiciones de vida de sus pueblos con un justo reparto de las riquezas obtenidas por este método, incluso aquellos que como Chile, exhiben resultados de macroeconomía aparentemente exitoso.
Esta continuidad del modelo económico de la dictadura en los gobiernos de la Concertación, ¿significó acaso una traición al programa ofrecido al pueblo al momento de sustituir a la tiranía a partir de 1990? Naturalmente que no.
Si los nuevos gobernantes se hubieran propuesto meter mano en el modelo económico prometiendo justicia social que sólo es aplicable si se cambian las bases económicas que enriquecen hoy a los grandes inversionistas, mientras se abre aún más la enorme brecha entre ricos y pobres, simplemente la Concertación habría sido inviable políticamente hablando.
Esto porque la democracia cristiana no habría aceptado jamás formar parte de un proyecto obligatoriamente socializante y estatista, el llamado socialismo del siglo XXI que recorre hoy América Latina, y que habría sido la única alternativa posible a la ferocidad de la globalización neoliberal heredada de la dictadura.
…Y tiempo para terminar las alianzas
La Concertación cumplió su objetivo. Malamente, pero lo cumplió. Nació, ya lo dijimos, para restituir la democracia política y no la democracia social. Menos la democracia económica que sólo tiene como alternativa un cambio drástico del cruel modelo impuesto por el capital internacional. Este cambio no puede llevarse a cabo en el marco de las alianzas políticas que imperan en la sociedad chilena actual. Es por eso que el sistema ha comenzado a crujir con ruidos inquietantes en los que el destape de la olla de la corrupción es sólo una parte del desmoronamiento de un proyecto ya caduco.
La presión social que año en año va elevando el calor de la caldera a medida que se profundiza la injusticia del modelo, ya no puede ser contenida en la realidad de un conglomerado que tocó techo, que lleva dentro de sí un importante núcleo representativo del status quo que es la derecha de la democracia cristiana, una coalición que cuenta con una seudo izquierda plagada de timoratos desorientados y oportunistas que en un momento están clamando por justicia para las masas empobrecidas, y al segundo siguiente se alinean junto a la derecha para disparar contra los únicos procesos verdaderamente alternativos que crecen en América Latina, como ha sido la errática conducta del actual gobierno en política internacional.
Los triunfos electorales de la Concertación, se ha repetido hasta el cansancio, tienen entre sus causales más importantes, el temor al retorno del pinochetismo al gobierno por la vía electoral. De ahí que si bien las encuestas indican una pérdida del apoyo de la gestión de Michelle Bachelet, las cifras se reducen aún más para la derecha a la hora de evaluar su desempeño.
Sin embargo, también repetido en artículos anteriores, la falta de una alternativa diferente debido a la ausencia política de la izquierda extraconcertacionista, complota para mantener artificialmente viva a una coalición que intrínsecamente no puede resolver la problemática urgente de un pueblo a quien los éxitos macroeconómicos no le sirven, un pueblo que ahora pugna por alcanzar una sociedad más justa que le asegure la dignidad de su existencia.
El inexorable tiempo de las definiciones
El turno de la Concertación se acaba pues ya nada tiene que ofrecer al pueblo. Ese es un hecho. Pero también se acaba el tiempo de Michelle Bachelet; sólo que ella tiene, en cambio, una alternativa audaz para transitar hacia esta nueva época de lucha y esperanza que se avecina para el continente.
A la hora que esto escribo, los medios periodísticos desgranan la noticia del triunfo de Rafael Correa, el candidato de la izquierda, en Ecuador. Con excepción de la fraudulenta victoria de Calderón en México, y la de Alan García en Perú, derrotado de inmediato en las elecciones regionales que siguieron a la presidencial, América Latina va dando, en efecto, un inquietante vuelco a la izquierda de consecuencias impredecibles.
Comienza también una semana en la que todos los pueblos que miran esperanzados hacia la revolución bolivariana de Chávez, contienen la respiración expectantes y en ascuas ante la cuenta regresiva que conduce a las elecciones presidenciales del próximo domingo en Venezuela, en donde el peligro del golpe y la intervención directa de Bush se cierne amenazante.
Es una gran batalla que va gestándose desde México al Cono Sur de América. El lugar de Chile en esta batalla continúa vacante. Pero está ahí. Sólo hay que tomarlo y, estamos seguros, el tiempo de hacerlo se acerca a pasos presurosos.
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* Escritor. Ediciones del Leopardo publicará en breve su novela El Exprimento Martínez Ruiz.