Chile: Hace falta un Míster

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El gran Guido Vallejos y su popular Barrabases nos enseñaron desde niños la falta que hace el Míster, tú ya sabes, el entrenador que más tarde llamarían el “mentiroso con buzo”, un personaje que no esperó ni a Mourinho ni al “Loco” Bielsa para tener salero y solera.

Los peloteros, que –vengan de donde vengan– suelen tener origen humilde, se refieren a su entrenador con mucho respeto y cuando quieren mostrar que tienen algo de mundo le llaman el “coach”.

Pateando pelotas de trapo en la calle, con un entrenador en plan Míster Pipa, aprendí que había que evitar hacer como los equipos malos, en los cuales todos corren para donde va la pelota. Justamente.

Dos o tres “pelotazos” más tarde, y hablo de los que dejan algunos miles de millones de beneficios injustificados, veo con desmayo que la política chilena no tiene Míster, que el equipo es natre, que todos corren hacia donde va el esférico, que no hay orden, ni ténica, ni tática, que son las que conducen al ésito, como afirmaba un conocido entrenador autóctono de antes de la moda de escogerlos argentinos.

Un par de latrocinios –Penta y Caval– tienen a todo el mundo discurriendo de una legislación que nadie había echado de menos hasta ahora, una que establezca normas éticas para las relaciones entre la política y los negocios, o para decirlo sin perífrasis inútiles, entre la política y el billete.

Hasta ahora Chile no tenía necesidad de esa legislación, en caso contrario se hubiese sabido, la recua de parlamentarios que pagamos con nuestro dinero se hubiese dado cuenta, hubiese legislado con la prontitud y la eficiencia que le envidia el mundo entero. Y asunto resuelto. Pero eminentes presidentes de lo que tenemos de república se complacían en afirmar cada día de dios que “En Chile no hay corrupción”. Uno de ellos declaró ante un areópago de empresarios suecos que lo que más apreciaban los empresarios en Chile era precisamente su transparencia. Y lo dijo con su embajador al lado, un Álvaro García hundido hasta el cuello en el lodazal de Inverlink, y oportunamente enviado a Estocolmo para evitarle bochornos cotidianos en Santiago.ch caricatura

Por si quedaran dudas, Transparency Internacional, ese dudoso organismo de dudoso financiamiento, que se especializa en otorgarle certificados de buena conducta a quienes conviene –y en cuyo capítulo Chile sesionaba uno de los amos de las farmacias coludidas– aseguraba, hierático, que Chile era el país más clean de todo el continente.

De modo que, ante la irrupción de un tsunami de corrupción tan inesperado como la erupción del volcán Villarrica (que por lo menos estaba “monitoreado”, él…), Bachelet nos ofrece –una vez más– el recurso de la comisión, de un consejo asesor, lleno de expertos y gente que uno imagina de una probidad a toda prueba, capaces de concluir en nada al cabo de algunos meses, cuando los escándalos le hayan cedido la primera página de la prensa a la Copa América u otro asunto tan esencial para los destinos del país y la humanidad toda.

Para que, como en el gesto divino que separó la luz de las tinieblas, una ley nos regrese la tan ansiada virtud que hace de Chile un país tan “transparente” como una vitrina de Mall. Todos corren a sumarse a la feliz iniciativa –maricón el último– conscientes de que hasta ahora en lugar de ser transparentes han sido más bien “transparientes”. Y de que al personal las ruedas de carreta lo tienen un pelín atragantado.

Lo que no quita que hayan intentado desviar la atención del personal, sin mucho éxito a decir verdad.

Para un par de diputados, el caso Caval –en fin, el tráfico de influencias del hijo de la jefa de Estado– tenía el serio inconveniente de lastimar la imagen de la “presidenta”. Para el regente del PS la cuestión residía en deshacerse de la pareja “maldita”. Como le ganaron el quién vive y la pareja renunció a su militancia, el histriónico Andrade tuvo el culot de declarar: “Me hice cargo del problema, Dávalos y Compagnon dejaron de estar en el PS” (sic). Si todos los palos blancos dejasen el PS… ¿de quién sería presidente Andrade? Escalona, que busca suceder a su fideicomiso no muy ciego, declara que la culpa es de Peñailillo, que mal protegió a la “presidenta”.

Ya ves, la cuestión de fondo no tiene que ver con un sistema institucional, político, social, económico y financiero perverso que no funciona sin la fusión vergonzosa del poder del dinero con sus obligados de la política, sino con la imagen de su eminencia, con la presencia –o ausencia– en el padrón de un partido o con la premura con la que se maquillan los latrocinios.

La UDI, fiel a su tan cacareada raíz cristiana, cree que se trata de una cuestión de arrepentimiento, de confesión, de perdón… para poder regresar a lo mismo con la conciencia tranquila. Un par de padres nuestros, dos o tres aves marías y aquí no ha pasado nada.

Para tratar el tema de “la transparencia y la probidad”, el gobierno se reúne con… ¡la CPC!

Esto no se inventa. El gobierno no sabe que una condición sine qua non del emprendimiento en los luminosos días que nos toca vivir reside precisamente en la concusión, en la evasión y el fraude fiscal, en el tráfico de influencia y en la toma ilegal de interés…

No lo digo yo, lo dicen las autoridades estadounidenses, la OCDE, el FMI y la Unión Europea, que están precisamente entre los peores pájaros de cuentas. Un par de ejemplos.

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