Chile, hidroaysén: las aguas bajan turbias

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Nicolás Gomarro.

Los estudiantes son una piedra filuda en el zapato neoliberal —una entre muchas—. En la coyuntura la idea de inundar algunos miles de hectáreas en el extremo sur (para evitar el "apagón energético", se amenaza) es el gran escollo que enfrentan las autoridades político-empresariales. El descontento que se manifiesta desde Arica a Magallanes ha desconcertado a la "clase" política, cuya respuesta es la intensa y violenta represión a la ciudadanía desatada por el ministerio del Interior. Un solo partido político, mientras, convoca a la resistencia, los demás parecen esperar el cansancio ciudadano.

Tampoco la Iglesia Católica —formalmente la mayoría de los chilenos son católicos—, que viene sacudida profundamente por recientes y pasados actos de depravación sexual protagonizados por algunos de sus pastores, las tiene todas consigo; tanto por el sentido de responsabilidad hacia la grey como, sin duda, por la necesidad de recuperar su crédito ante la población, a su manera a veces oblicua, cierto, pero también con firmeza, ha resuelto al parecer intervenir en el debate. Lo hizo el Comité Permanente de la Conferencia episcopal.

Señalaron los obispos: "Ante el debate público y la demanda social que se ha suscitado tras la aprobación de la construcción de represas en Aysén en torno a las políticas y la institucionalidad medioambientales en Chile, como obispos queremos contribuir con una reflexión en torno a un asunto relevante y urgente." Para agregar en su declaración: "El bien común sólo es posible cuando se piensa en la sociedad como una totalidad y se supera la visión estrecha de los intereses particulares."

Con un lenguaje pastoral que inevitablemente recuerda otras épocas, dicen los prelados: "…es importante que reflexionemos sobre el tipo de desarrollo que queremos para Chile. El progreso, o es sostenible o no es progreso. En efecto, la Iglesia no concibe al desarrollo sin considerar la sostenibilidad medioambiental. (…) La ciencia sin conciencia constituye una verdadera amenaza para el bien común de la sociedad. De allí que el derecho al agua y a un medio ambiente no contaminado son reconocidos como derechos humanos fundamentales, que brotan de la dignidad de las personas, fruto de su condición de hijos e hijas de Dios.

"…Tenemos una responsabilidad respecto a la Creación, cuidando y defendiendo públicamente sus dones: la tierra, el agua y el aire; protegiendo al ser humano contra la destrucción de sí mismo; construyendo, en definitiva, una ecología humana".
[La declaración completa puede descargarse en el portal www.iglesia.cl].

Los más memoriosos sin duda recordarán el fuerte documento emitido por el obispo de la zona cuando comenzaba la institucionalización de Hidroaysén, su defensa del ambiente natural y de la sociedad aysenina, que será —de materializarse el proyecto— dañada en lo más constitutivo de lo que ella es en la actualidad.
 
Sólo un sector político definido por el no a las represas
 
Si consideramos metafóricamente —para algunos puede ser una imagen realista—las represas sobre los ríos Baker y Pascua heridas, y más que adefesio una llaga los más de 2.000 kilómetros de torres de alta tensión que transportarán la energía eléctrica a las zonas del norte donde se ubican sus futuros principales adquirentes (industrias, centros comerciales, minas), se tiene que estimar por lo menos sorprendente el silencio, las medias palabras, los enojos, en fin de distintas personas que gustan de considerarse y ser consideradas referentes políticos que buscan ser considerados como opositores al proyecto Hidroaysén.

Entre ellos algunos, como el senador de gobierno Antonio Horvath, el primer gran díscolo de la derecha, no han dudado en ejercer su derecho ciudadano a la opinión con claridad y, convengamos, valentía. Uno de los , ay, muy pocos del espectro al que pertenece en hacerlo. Pero si los dichos del senador pudieren parecer sorprendentes, resultan insospechablemente oportunistas otras declaraciones tambiérn en contrario a la idea del proyecto hidroeléctriico: las de personeros del arco concertacionista.

Lacrimógenas

La extrema e implacable dureza con que las fuerzas policiales —ataviadas con uniformes  de combate—suelen reprimir las manifestaciones ciudadanas, más ciertas investigaciones no oficiales, recogidas incluso por la prensa extrtanjera, en el sentido de que las granadas de gas lacrimógeno empleadas podrían provocar abortos o malformaciones en el feto, amén de efectos sobre las vías respiratorias y la piel,  determinaron ordenar a Carabineros —la policía urbana y rural uniformada chilena— abstenerse de utilizarlas.

Quizá; lo cierto es que la manifestación estudiantil del miércoles 18 en los alrededores del ex Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile fue reprimida no sólo con bastones y carros lanzaagua (guanacos, en jerga popular ), sino también con el uso abundante de ese gas emitido por vehículos especialmente armados para ello (los zorrillos). La fuerza policial cumplió: no usó granadas de gas, pero de que usó el gas no cabe ninguna duda.
 

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