Chile, Idus de marzo (II). – MEMORIA, COBARDÍA Y LA MAREA QUE SERÁ ABRIL

1.010

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Una decena de policía heridos y casi medio millar de apresados a lo largo del territorio indicó que marzo termina de dibujar el conflicto insoslayable de la república, que no es –como algunos pretenden– mera antinomia entre deseos y realidad. No hay antinomia entre el valor y la cobardía social; no se habla del valor del abordaje, de poner el pecho ante la boca de los fusiles, ni de la cobardía de huir para salvar el cuerpo de una herida: será orgullo en el primer caso, supervivencia en el segundo.

foto
Estamos en la platea –o en el paraíso– de un teatro; sobre el escenario, pero también entre las butacas y pasillos, malabaristas, prestidigitadores, payasos y muchachas desnudas pasan, se contorsionan y roban carteras, recuerdos, pasado y porvenir a cambio de un presente de espera perpetua. «¡Un-dos-tres / para el Rastro es!», cantó hace mucho Patxi Andión.

Decíamos ayer –literalmente ayer– refiriéndonos a los sectores dirigentes políticos: «Ni unos ni otros, en rigor, recibieron el legado. Usufructúan de la memoria histórica, medran en el bastidor de la pintura. Aquellos de la derecha en gran número se volcaron al golpismo y luego se maquillaron como demócratas; los de centro político de hecho tienen el alma escindida entre la derecha y la nada: lo suyo son las piltrafas que desprende y atrae el ejercicio del poder; los que provienen de la izquierda se aferran al centro…» (Idus de marzo (I)).

El legado es el de las luchas sociales que dieron forma a la sociedad agredida y a las instituciones del Estado hasta 1973. Con Allende no mueren los símbolos –éstos, si acaso, terminan por mutar y se desvanecen con las generaciones y las nuevas realidades–, muere una parte constitutiva del tejido social chileno.

Hace nueve días, el 21 de marzo, aventuramos: «Probablemente los habitantes de la república no estén todos de acuerdo acerca de lo que quieren, pero todo indica que saben lo que no quieren. Se han dado cuenta a lo largo de los años que no viven en «un mundo de Bilz y Pap», y que si bien han probado un sorbo de esas gaseosas, les pasan además la cuenta por los merlot, carménère y whisky de las mesas de al lado» (Idus de marzo: vientos, polvos, lodos…).

fotoSon difíciles de aceptar, pero posibles de entender los acuerdos «entre caballeros», los pactos políticos, los repartos, en fin, las redes tejidas que posibilitaron antes, pero sobre todo después del plebiscito del cinco de octubre de 1988, el nauseabundo proceso de «transición a la democracia».

Esos acuerdos son ya inútiles; la sociedad en comandita Alianza-Concertación tambalea, el edificio cruje, el espectáculo perdió el sonido y no se distinguen los colores. Todo ello lo puso en evidencia el 29 de marzo de 2007, Día del joven combatiente.

Veamos.

Estólido –como una caricatura– el subsecretario del Interior Felipe Harboe mandó al carajo –vieja expresión marinera, por tanto no debe mal interpretarse en un país marino– honra, memoria y continuidad, elementos constituyentes de la historia de cualquier país o grupo social. Sin una sola expresión en su rostro que se adivina terso debajo de la moda de parecer no afeitado –o quizá sin afeitarse–, Harboe se preguntó qué hacían en los actos conmemorativos de los asesinatos que son el origen del Día del joven combatiente muchachos que habían nacido después de que aquellos fueron perpetrados durante el crepúsculo del 29 de marzo de 1985.

Es decir, Harboe mandó a la cresta –expresión que tampoco debe sorprender en un país donde por doquier asoman las crestas de los cerros– todo cuanto se calcina y transforma en el atanor de los pueblos. Como la sección de espectáculos –o de política concebida al modo de los polluelos de mamá Oca– la Historia es «página de ayer». Una pena que los pescadores artesanales estén (como tantas cosas y seres) en vías de extinción: ¡la de pescados que podrían envolverse!

foto
No debe sorprender la «hinteligencia» del subsecretario. Es parte del proceso mediatizador que llamamos –con torpe inocencia e imperndonable ignorancia– globalización, modernidad (la posmodernidad o pasó de moda, o todavía no llegan al concepto) y, para horror de la semántica, democracia.

Lo que ordenó la ciudadanía chilena a sus futuros mandatarios a partir del plebiscito de 1988 y la elección de Patricio Alwyn dos años después es bien simple y puede resumirse como la democratización de las instituciones del Estado, operación de las instituciones de resguardo social (salud, educación básica y secundaria, obras públicas), saneamiento del Poder Judicial y de las fuerzas armadas, reparto racional de la riqueza, reforma de la ley electoral, prensa libre y plural, conocimiento, justicia y reparación digna para las víctimas de la dictadura, divorcio vincular, detener el latrocinio en la minería.

Luego surgieron otros asuntos: la protección del ambiente natural, las legítimas reclamaciones mapuche, el futuro de la pequeña y mediana empresa, ¿qué pasa con los combustibles y la generación de energía?, etc..

¿Y por qué obedecer y cumplir una constitución a todas luces ilegítima?, ¿por qué educar a los niños dentro del marco de una ley orgánica inmoral, perversa y estúpida?, ¿por que las limitaciones electorales –flagrante atentado a la democracia– del binominalismo?, ¿por qué no hay transparencia en la información de los actos de los órganos de gobierno?

Se montaron además preguntas e inquietudes sobre la ubicación geográfica y política de Chile en América. Algún imbécil dijo que el problema del país era ser la casa bonita del barrio feo –o algo así–. Evo Morales y Chávez son aplaudidos o execrados por vastos sectores de la ciudadanía, muchas veces sin información suficiente.

La prensa, al parecer más que expresión cultural, constituye aparato de desinformación en nombre de intereses sectoriales de corte oligárquico –a los que el Estado apoya–. Pero es fuer reconocer que se avanza, caracoleando se avanza en algunos asuntos: no hay cacerola que pueda resistir indefinidamente el aumento de la presión de lo que se cocina en ella. Pronto será el tiempo de un análisis del balance de lo que el país de cierto obtiene con el tratado de comercio firmado con EEUU –y luego los demás TLC– y qué es lo que pierde.

foto
Lo que el gobierno y congreso o ignora u oculta es el crecimiento de los disconformes con el sistema económico y político en el que ambos parecen vivir cómodos. El país se ha convertido en un fundo vendido y dividido en un montón de parcelas, cada una con su capataz y su contador, su yanacona y su policía, que medran, y el resto de los habitantes mora allí a título precario.

El 29 de marzo de 2007, así, debe considerarse el momento de un cambio significativo de la oposición al sistema (y también, desde luego, al gobierno y parlamento). Durante unos diez días, insidiosamente, una sibilina campaña se montó con dos objetivos: distraer sobre la estupidez –y la burla mendaz a la poblacion– que fue la implementación del Transantiago –y otras hermosas incapacidades del sector político– y preparar a la ciudadanía para una represión brutal, que sirviera además de advertencia a los movimientos sociales que vienen en camino.

Fue una operación muy bien montada. Sólo que fracasó.

La «gente», como se ha dado en llamar en los últimos años a la ciudadanía y a quienes viven en el país, no es idiota. Los estudiantes secundarios –pese a que hace más de treinta años que se ha idiotizado el sistema educativo– no son torpes. Los pobres no son imbéciles, aunque trabajen por monedas y no tengan seguridad en el trabajo ni de su trabajo.

Sin estructuras jerárquicas ni organización nacional, los grupos que llamaron a la conmemoración y los que se plegaron a ella bajaron su perfil. Participaron, pero mejor observaron. Aprendieron. Será bueno que las autoridades también aprendan. Otra cosa se manifestó –se manifiesta– en las calles. Fue la ira y la desesperación ya consustancial a la vida de los sectores populares, incontrolable, la que salió a la calle. Desahogar esa ira, manifestar esa desesperación no es más que una muestra de vitalidad.

foto
En vez de reprocharla con la fuerza pública deberían solucionar las causas de esa frustración y de esa ira. El pueblo no determina –todavía–, padece. No manda, no es escuchado ni considerado realmente como sujeto de derecho; es un objeto, prescindible mano de obra manual o intelectual. Tan marginado como atadas –encadenadas– a los mesones de trabajo esas campesinas que seleccionan frutos «para que no roben ni vayan tanto al baño».

En un país en el que basta la «portación de rostro» o una determinada vestimenta para parecer «sospechoso», un país donde un tercio de la población carece en la práctica de derechos ciudadanos al no tener trabajo digno, un país brutalmente agredido ya por dos generaciones, un país cuyas autoridades saben prohibir y autorizar, pero no tienen claro lo que es vivir, un país con la mitad de la población endeudada más allá de su capacidad de pagar y comer, un país en el que la educación es una entelequia, pierde la paciencia.

Ante una agresión tan enorme, la defensa se convierte en una serie de actos instintivos por lo general poco inteligentes: se patea lo que ni se ve, lo que se cree es un arma de agresión. Salen, entonces, esos jóvenes sin futuro, sin pasado, sin presente y rompen, apedrean, desgarran. El Día del joven combatiente puede ser calificado –como lo hacen gozosamente las supuestas elites– como Día del joven delincuente, pero a condición de retirar el calificativo joven y precisar quiénes son los delincuentes.

foto
Castigar al que destroza un semáforo, patea un automóvil, saquea una tienda es razonable. ¿Pero que se hará con aquellos que le robaron la vida? ¿Qué hacer con aquellos que construyen casas y las entregan sin techo en calles que se inundan? ¿Qué hacer con aquellos que permiten escuelas sin patios, sin bibliotecas, sin laboratorios y hacinan 45 alumnos de nueve o diez años en aulas húmedas donde suelen faltar los vidrios? ¿Qué hacer con aquellos que se apoderaron del resultado del trabajo social y a cambio pagan sueldos de hambre? ¿Qué hacer con quienes usan tetas, sonrisas y culos de mujer para vender cualquier cosa? ¿Que usan niños para lo mismo? ¿Qué hacer con aquellos que muestran en TV y letreros en las calles un mundo de fantasía y lo dan como posible e inmediato a aquellos que escasamente tienen para comer?

¿Quién es el «descebrado», el «violentista», el «delincuente»?

————————————–

* Sobre informes del equipo de Piel de Leopardo..

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.