Con su “camino de Guanajuato, donde la vida no vale nada”, el cantautor José Alfredo Jiménez inmortalizó el sentimiento que lo turbara con la trágica muerte de su hermano, allí en la ciudad de Salamanca. Desde hace mucho tiempo se considera a México como uno de los países más violentos e inseguros de nuestra región, pero a décadas de este acontecimiento y canción ranchera es probable que Chile haya alcanzado y hasta superado la cantidad de crímenes, asaltos y otros atentados contra la vida y tranquilidad de todos sus habitantes.
Al principio se atribuía a las exageraciones de la prensa lo que finalmente se ha convertido en hábito, como que es difícil que exista alguna familia en Chile que no haya sido objeto de robos, asaltos y balaceras que no ocurren ya fuera de sus casas, sino que dentro de ellas como el pan de cada día.
No hay duda de que tanto las autoridades políticas como sus policías se han visto sobrepasadas por la acción del crimen organizado, la existencia de rateros y delincuentes que llevan a las familias a recluirse temprano en sus casas, renunciando al acceso de plazas y parques ahora bajo el imperio de las mafias. A consecuencia de esto, barrios, calles y casas instalan rejas, cámaras de seguridad, poderosas alarmas y otros medios que ya no valen nada para quienes buscan delinquir y, para colmo, han derivado en pandillas de narcotraficantes con acceso fácil a los gobiernos municipales, a la Gendarmería, como a las propias Fuerzas Armadas y policiales.
En este sentido, somos ya un país corrupto, donde existen funcionarios públicos que asaltan el erario nacional y el dinero sucio alcanza al financiamiento de partidos políticos y el enriquecimiento ilícito de muchas autoridades. Desde hace tiempo, alcanzar un alto cargo en la administración pública es un negocio mucho más lucrativo que el emprendimiento privado. Ingentes recursos se han perdido en el torbellino de fundaciones y millonarias sumas de dinero que, finalmente, llegan a los bolsillos de quienes prometían limpiar a la política de sus malas costumbres. Estamos seguros que nunca, en tan pocos años, se ha robado tanto como ahora.
Ojalá que las decenas de causas que se ventilan en los Tribunales no terminen en el olvido o la prescripción como tantos otros despropósitos. De los casos MOP GATE y CAVAL, saltamos al de PENTA y a esa vorágine de fraudes al fisco, colusiones empresariales, evasiones tributarias y sobresueldos que llevaron a la cárcel a algunos empresarios, afamados abogados y políticos que en poco tiempo obtienen su libertad y sobreseimiento. En la actualidad, incluso algunos de estos imputados no han tenido restricción para postularse al Parlamento y perseguir la obtención de un fuero que les permita evadir las sanciones correspondientes.
En un principio se decía que este estado de inseguridad solo afectaba a los capitalinos, sin embargo ya las autoridades están prometiendo reforzar a las policías en las zonas rurales de norte a sur del país. La delincuencia, qué duda cabe, transita a lo largo de todo nuestro territorio y se nutre de armas y más malhechores en los múltiples y frágiles pasos cordilleranos. Esto augura que en el próximo gobierno se vaya a reforzar militarmente nuestras fronteras y aduanas y que, en la demanda de represión culminemos en la elección de alguno de los candidatos más ultras de nuestro variopinto espectro político.
Muchos creen que el gobierno actual adolece de indolencia o incapacidad siendo presa de la infiltración. Especialmente, después de comprobarse el protagonismo de algunos alcaldes y operadores políticos en la sustracción de dineros que estaban destinados a otorgar vivienda a los sectores más desposeídos de la población.
Después de cumplirse medio siglo desde el golpe militar de 1973 es reducido el número de chilenos que vivieron y padecieron la dictadura, por lo que personajes como Bukele, en El Salvador; Milei, en Argentina y hasta el tenebroso Donald Trump son vistos con simpatía por amplios sectores de la población. Algo trágico, pero completamente explicable, cuando los problemas ahora son otros, como la cantidad de chilenos que mueren a la espera de atención médica, los cientos de miles que viven en campamentos y construcciones callampas. A la espera, más encima, de ser erradicados por orden de la Ley y la implementación del gobierno centroizquierdista. Cuando, además, nuestros índices económicos son muy discretos y el empleo precario o la cesantía se hacen ostensibles.
A pocos meses de un cambio de gobierno ya no tienen posibilidad las expresiones vanguardistas de atacar la lacra de la inseguridad resolviendo la injusticia, mitigando la pobreza y la flagrante inequidad social y cultural. Ello hace, entonces, muy probable el acceso a La Moneda de quienes piensan que este fenómeno se resuelve con más policías y medios disuasivos que, finalmente, nos lleven a nuevas violaciones de los Derechos Humanos y la represión se use para aplacar todas las formas de descontento. Esto es, consolidando un estado policial que mucho se sustenta, por lo demás, en las medidas actuales contra de las demandas de la Araucanía y la militarización de esta zona con sus estados de emergencia prolongados durante toda la presente administración.
* Periodista y profesor universitario chileno. En el 2005 recibió el premio nacional de Periodismo y, antes, la Pluma de Oro de la Libertad, otorgada por la Federación Mundial de la Prensa. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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