Chile. – LA SIESTA CARA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Una siesta ayuda. Sobre todo si es en medio de la jornada de trabajo. Lo dicen los chinos y otras culturas milenarias. Incluso el ministro de Obras Públicas, Sergio Bitar, defiende su siesta de ocho minutos, ni uno más ni uno menos –él es así–, para recargar pilas. Y es una siesta, claro que de un fauno, la que se recuerda como el punto de partida para la modernidad dancística.

Pero una cosa es dormir para seguir en la vigilia y otra, muy diferente, quedarse atrapado en medio del sopor. Le ocurre a los seres humanos y a sociedades completas. A veces creo, al ver la cara malhumorada de los chilenos, que no sacamos bien la siesta. Que nos gustaría seguir dormidos. Que no queremos abrir los ojos para ver lo que ocurre a nuestros alrededor. Y optamos por cerrarlos.

Un ejercicio que sale caro. Todos los días podemos ser testigos, si queremos estar despiertos, de cómo nos arrebatan algún derecho. Desde las cuentas de los servicios básicos. Nos anuncian reajustes en la luz, el agua, el gas, las autopistas, y nada se puede hacer. Es más, las empresas se dan el lujo de repartir folletos en que explican los derechos de los usuarios. Y éstos, a grandes rasgos, se limitan a tener información sobre las cuentas. El principal deber es, obviamente, pagar puntualmente.

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Nada se dice respecto a que el derecho hay que ejercerlo a través de la empresa. La investigación que realiza la superintendencia respectiva normalmente se basa sólo en la información que aquella entrega. Eso, cuando el ciudadano está informado que puede recurrir a alguien. Lo habitual es que las decisiones que afectan a los habitantes de la ciudad se tomen sin considerar sus opiniones. A no ser que vivan en barrios que aglutinan a gente con poder económico. Allí las cosas cambian y las voces son escuchadas.

En el resto, las autopistas van en superficie, mientras las otras son subterráneas.

A partir de enero, las autopistas subieron sus tarifas en más de 11%. Y continuarán los costos más elevados en las horas punta, exista o no mayor demanda de automovilistas. La explicación de Herman Chadwick, presidente de la Asociación de Concesionarios, es simple: “La modernidad tiene costos”. Una explicación que es avalada por la autoridad que permite los cobros y la inexistencia de alternativas viales o que éstas se encuentren en precarias condiciones. Pero hay algo aún más grave. Varias de las autopistas concesionadas ocupan importantes tramos que habían sido construidos con dineros fiscales. Y ahora hay que pagar por utilizarlos.

Yendo más al tema de fondo ¿realmente benefician las autopistas a todos los chilenos? ¿Es cierto que todos pueden ocuparlas? En 2007, el costo mensual por utilizar las de Santiago varió, entre $ 33.000 (US$ 75) y $ 61.000 (US$ 139).

Es el costo de la modernidad, como dice Chadwick, pero ¿se pronunciaron los ciudadanos sobre este costo? ¿Era la modernidad que necesitaba el país en el momento en que vive?

Pareciera que la siesta en que nos encontramos no permite frenar algunas realidades que no hablan bien de la democracia chilena. Uno llega a pensar que el derecho de propiedad es más importante que el derecho a la vida. Un aeródromo en medio de Santiago ha causado ya varias tragedias. La última, el miércoles 27 de febrero. Una docena de víctimas dejó la caída de un avión de Carabineros sobre un grupo de mujeres que realizaba actividades físicas en el Estadio Municipal de Peñalolén. Otra veintena sufrió heridas de diversa gravedad.

Pese a que varios accidentes con víctimas fatales señalan claramente la peligrosidad del aeropuerto de Tobalaba, su erradicación no es tema urgente. La principal razón estaría en la importancia comercial del recinto. La Asociación de Operadores y Pilotos de Aeronaves de Chile calcula que Tobalaba genera recursos por alrededor de $ 26.000 millones (US$ 59 millones) anuales. Una razón poderosa para impedir la erradicación que estudiará una comisión creada por la presidenta Bachelet. Pero el ministro Bitar ya ha señalado que el cierre total no sería factible. Este aeropuerto pertenece al Club Aéreo de Santiago, integrado por 400 socios, y a la Prefactura Aeroespacial de Carabineros.

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Como el fauno del ballet de Vaslav Nijinsky, que se enreda en las ondulaciones oníricas del foulard de una ninfa, la realidad chilena se transforma en un remedo, reemplazada por el desvarío hedonista. Quienes manejan el poder económico imponen pautas que nada tienen que ver con el sentido democrático del parecer popular. Ni siquiera con la vida. Y el sopor de una larga siesta adormece a quienes tendrían que defender sus derechos. Dar a conocer, al menos, el sentido que para ellos tiene la modernidad.

Porque al paso que vamos, y si seguimos durmiendo, de pronto nos enteraremos que sobran dos millones de chilenos. Y, lo peor, lo sabremos cuando ya hayan desaparecido.

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* Periodista.

wtapiav@vtr.net.

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