Chile, lecciones de un debate

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Álvaro Cuadra.*

Contra toda previsión, que apostaba más bien al lucimiento de Marco Enríquez-Ominami, ha sido Jorge Arrate quien ha tenido la mejor presentación en el encuentro televisivo. La pésima dicción del joven diputado, sumada a sus ideas algo dispersas, lo desdibuja en televisión. Por su parte, el candidato empresario, señor Piñera, no mostró nada distinto a su conocida retórica de puertas giratorias y promesas grandilocuentes, perdiendo, por instantes, la calma. Eduardo Frei, finalmente, se mostró certero y agresivo, aunque formal: logró sacar de sus casillas a su oponente. Pareciera que los años como “hombres de Estado” algo pesan, después de todo, en el aplomo frente a las cámaras de televisión.

Por ello, han sido los candidatos Frei y, especialmente, Arrate quienes han obtenido los mejores dividendos en este debate presidencial. La figura del candidato de izquierda Jorge Arrate crece tras este debate. Esto se explica, en parte, por la escasa cobertura que los medios han dispensado a esta candidatura.

Los chilenos poco conocen del personaje y sus ideas. Este prejuicio mediático se afirma, en lo sustantivo, en un magro 1% de preferencia ciudadana que  le confiere la última encuesta CEP

La voz y la imagen de Jorge Arrate han sido capaces de restituir una plena dignidad al discurso de la izquierda chilena. Su talante distendido, sus ideas claras, fundadas y razonables, contestan a aquel estereotipo con que los medios al servicio de la derecha han querido estigmatizar a los herederos de Salvador Allende.

La presencia en televisión del candidato del Juntos Podemos Más ha puesto en evidencia que este sector político no sólo es un legítimo actor en la precaria democracia chilena sino que es un actor imprescindible a la hora de pensar el futuro de Chile.

El debate presidencial, más allá de su encorsetado formato, sirve para que los ciudadanos conozcan a todos los candidatos, rompiendo por un breve lapso el cerco mediático de exclusión que se ha pretendido erigir contra las candidaturas críticas del modelo político y económico. En este sentido, la presencia de un aspirante que se atreva a plantear aquellos asuntos que han sido barridos de la agenda pública y que se atreva a llamar las cosas por su nombre es más que saludable.

Este debate mostró, además, que con todo lo crucial de los aspectos comunicacionales, incluido el “look” de los candidatos, los votantes reclaman ideas claras y definidas para pensar el mañana de nuestro país. Si bien la incidencia de estos eventos videopoliticos no es definitoria, éstos constituyen un buen índice del momento político del país y de quienes encarnan las diversas opciones. No en vano, se trata de “la- política- en-la-tele”, una manera de instalar los grandes temas en la vida cotidiana de los ciudadanos.

Finalmente, la presencia de los candidatos en un debate presidencial abre la posibilidad de confrontar visiones distintas para votar no por aquel que luce mejor o que los sondeos dan por ganador sino por aquel que se aproxima más a nuestros sueños y anhelos más profundos, el más digno de reclamar la presidencia de nuestro país.

* Doctor en Semiología y Lenguas
Universidad de La Sorbona.

 

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