Quienquiera llegue a La Moneda después de la segunda ronda electoral deberá hacerse cargo del espinudo tema de los Derechos Humanos. El país sabe que más allá de los acuerdos que comparte toda la clase política las desavenencias en este sentido son profundas entre la derecha y la izquierda.
Durante toda la posdictadura lo que han hecho los sucesivos gobernantes es comprometerse con la llamada “verdad histórica” que supone esclarecer las violaciones cometidas por el régimen civil militar, instar a los tribunales para que hagan justicia y definir medidas de reparación en favor de miles de víctimas./cloudfront-eu-central-1.images.arcpublishing.com/prisa/PEI3FQVGJLX4NBJERKIOLQUDAQ.jpg)
Toda una tarea que, por cierto, está inconclusa y en la que todavía hay muchos chilenos que fueron violentados en su dignidad y decenas de detenidos hasta hoy desaparecidos. Así como tantos miles que fueron exiliados, presos y torturados sin reconocimiento oficial y justa reparación.
Las víctimas consignadas por los informes de la comisión Rettig y Valech constituyen una tarea muy loable si se la compara con la situación de otros países que vivieron horrores similares en nuestro continente y en el mundo. Sin embargo, queda mucho por hacer en este cometido cuando mantenemos niveles de impunidad muy altos, aunque los más siniestros asesinos se encuentren condenados y recluidos a perpetuidad.
Con todo, hay muchas víctimas que le reprochan a los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría haber logrado mediocres avances al respecto, así como a los Tribunales haber
hecho muy poco en relación a la verdad, favoreciendo en buena parte la impunidad de los autores intelectuales y materiales de estas criminales transgresiones. Así como respecto de los “cómplices pasivos” con que el propio expresidente Piñera sindicó a la clase política que toleró todos los abusos de la Dictadura.
Todo hace prever que en el futuro se van a reanimar las tensiones políticas y sociales, especialmente si el que gana el balotaje es José Antonio Kast, cuando no pocos de sus voceros y partidarios hasta han prometido indultos en favor de los más tenebrosos asesinos. Además de acusar irregularidades en los procesos de esclarecimiento y reparación.
Es un hecho de la causa que el resultado de Kast en las recientes elecciones presidenciales habla de un Chile que ha virado hacia la extrema derecha y que le da prioridad a la consecución de otros objetivos, como la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico. Incluso avalando métodos que hacen recordar la represión pinochetista durante aquellos fatídicos 17 años de gobierno.
En este cuadro se ve muy difícil que prosperen acuerdos que favorezcan la concordia nacional
pese a las coincidencias que anotamos en materia económica, en que los gobiernos de Aylwin a Boric favorecieron las ideas neoliberales, la concentración de la riqueza y la dependencia del exterior. En otros términos, las ideas del capitalismo salvaje, la inequidad social y la existencia de millones de trabajadores desocupados, con ingreso precario y pensiones paupérrimas. Con graves déficits en la salud, la educación y la vivienda.
A más de 50 años del Golpe Militar de Pinochet quizás haya llegado el momento que, más allá de las “verdades históricas”, el país se empeñe en mirar más desapasionadamente el pasado e intentar construir historia respecto de todo lo acontecido.
Llegados a este momento, cientistas sociales, universidades y centros intelectuales ojalá se empeñen ahora en descubrir la causas que nos llevaron al quiebre institucional de 1973, por supuesto con una debida altura de miras. Porque lo acontecido no se explica solamente en el empeño antidemocrático de los golpistas como en la acción del imperialismo.
Qué duda cabe que seguir negando los despropósitos de la izquierda, de la Democracia Cristiana y de aquellos sectores que instaron la sedición no va a contribuir a la paz que el país demanda. Así como grave aún puede ser el negacionismo de las derechas, de los uniformados y de los más codiciosos empresarios.
Muchos tenemos la experiencia de observar el desconocimiento e, incluso, la desaprensión de las últimas generaciones de ciudadanos respecto de lo sucedido en nuestras últimas seis y siete décadas. Lo que se demuestra en los recientes resultados electorales y en el desmoronamiento de los tradicionales referentes políticos, en que el Partido Radical y otras expresiones ya no son ni la pálida expresión de lo que fueron. Lo mismo ocurre con aquellas organizaciones sindicales y gremiales tan huérfanas de afiliados y tan propensas a la corrupción.
A pesar de las reformas a la Ley Electoral, parece ser que todavía van a permanecer un conjunto de siglas y referentes que no representan para nada al pueblo chileno y que serán un obstáculo cierto a los acuerdos que deben acometer los sectores de auténtica representación.

Flagrantes minorías afincadas en las reyertas del pasado o que son expresión de los nuevos populismos de derecha a izquierda. Un marasmo de entidades con añejos idearios e insolventes caudillos que, menos todavía, se proponen la paz social, además de continuar medrando en el poder.
No se trata de que las derechas y las izquierdas decreten su disolución. Lo que se precisa es que sus actores no sigan aferrados a antiquísimas concepciones. Que se actualicen, al menos, en las nuevas realidades y desafíos de la humanidad.
Cuando, para colmo, podemos observar en nuestra vida pública a tantos otrora izquierdistas devenidos ahora en derechistas, como a tantos derechistas apropiándose de las banderas del progresismo.
A las nuevas generaciones les debemos una explicación histórica y desapasionada de lo que aconteció. De la responsabilidad que tuvimos unos y otros en la tragedia vivida y cuyos efectos todavía marcan nuestra difícil convivencia.
* Periodista y profesor universitario chileno. En el 2005 recibió en premio nacional de Periodismo y, antes, la Pluma de Oro de la Libertad, otorgada por la Federación Mundial de la Prensa.
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