Chile, mirar desde lejos: la democracia y el jarro de la discordia

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Nieves y Miro Fuenzalida*

Sucedió: el incidente protagonizado por una estudiante de enseñanza secundaria cuya antagonista, involuntaria, fue la ministro de Educación (“no nos escucha”, dijo la estudiante) sigue, tras semanas de haber ocurrido, pegado en la frente política, social, de las autoridades y estudiantil del país. Música, la alumna, fue expulsada del liceo por el cuerpo de profesores. Digno castigo dicen ya sabemos quienes, los demás callan. Pocos osan suponer que la expulsión constituyó una medida ilógica, cruel y desproporcionada.

He aquí una opinión, no sobre el asunto, sino a propósito del escenario en el que se desarrolló la tragicomedia en cuestión.
 
 
Con cierta tristeza se observa desde la distancia el incidente del jarro de agua lanzado por una niña a la ministra de Educacion que, a diferencia de otros países, ha adquirido una trascendencia que pone en evidencia el malestar con la institucionalidad chilena. Esto se sabía. Solo que el despliegue emocional con que el incidente se discute es revelador del desengaño que el sistema democrático, restablecido en 1990, hoy suscita, a pesar de que se ha puesto en vigencia la división de los tres poderes del Estado, las garantías para el respeto a las libertades y las reglas del juego democrático, como lo reconoce el informe de la UNESCO de 2007.
 
Lo que seria bueno recordar es que la consolidación de las reglas del juego democrático se logro mediante diversas reformas a la Constitución de 1980 que había sido elaborada y establecida durante la dictadura militar. Este hecho marca definitivamente las características del régimen político chileno. Una de estas es el hecho obvio de que las fuerzas políticas y sociales que sostuvieron la dictadura no fueron derrotadas mediante insurrecciones o movimientos sociales, como ocurrió en Argentina, sino que se replegaron ordenadamente dando lugar a una activa oposición de derecha cuya votación fluctúa entre un tercio y poco menos de la mitad del electorado.
 
Ello obliga a que todo cambio económico y político deba ser negociado y acordado en un espacio publico de centro-izquierda-derecha lo que hace bien difícil llevar a cabo cambios fundamentales en las instituciones de gobierno  que fueron moldeadas durante el régimen militar, como ocurre, por ejemplo, con la educación. 
 
Incluso, el informe de la UNESCO reconoce que, dentro de este marco, el juego político en Chile se da en marcos institucionales precisos y rígidos. Los espacios para la expresión social autónoma son reducidos y poco gravitantes. El movimiento sindical y campesino, que en los años previos al golpe de Estado de 1973 constituían la base de las movilizaciones sociales populares, se ha mantenido débil como lo muestra la tasa de sindicalización que alcanza a solo el 14,5% de los trabajadores o sencillamente desapareció como en el caso del campesinado. Y, a todo esto, habría que agregar el peso de los medios, en especial de la televisión, en la formación de la opinión publica y de la orientación del electorado, en donde ha sido siempre más relevante y que funciona bajo un esquema de medios de carácter privado.
 
Según Latinobarómetro (2007) Chile es uno de los países en los cuales más ha disminuido el índice de apoyo y satisfacción con la democracia en los últimos años, superando sólo a la Argentina, Honduras y El Salvador, situándose bajo todos los demás países. Lo que comparte con los otros países del continente es que el fracaso del Estado para proveer más bienestar, mejor seguridad y mayores oportunidades ha debilitado las instituciones democráticas al perder apoyo y credibilidad en los sectores populares.
 
En Chile, esto es posible verlo en la creciente disminución de la participación electoral de los jóvenes (Navia, 2004), en un insuficiente compromiso ciudadano con la construcción de la convivencia pacifica y democrática y con la ausencia de participación de los ciudadanos en la toma de decisiones a nivel local o comunal -que son los indicadores que muestran que la democracia chilena aun no alcanza su plena madurez.
 
Esta falta de maduración de la democracia y la debilidad del sentido ciudadano en la sociedad chilena se expresan en la persistencia de actitudes discriminatorias hacia los pobres, las mujeres, los inmigrantes o los que tienen opciones sexuales diversas (Latinobarómetro, 2004). La mentalidad discriminadora no solamente se observa a nivel individual, sino que también es un componente del “sentido común” de muchas de sus instituciones, como es posible ver en el acceso de los mas pobres a las universidades.
 
 Si bien para el conjunto de la población el crecimiento económico ha reducido la pobreza, aunque sin afectar la inequidad, en los segmentos poblacionales de las mujeres y los indígenas la pobreza y la desigualdad siguen formando parte de un mismo fenómeno. 
 
En términos de género, la situación de las mujeres, pese a avances en participación y no-discriminacion de las últimas décadas, está muy por debajo de lo alcanzado en los países mas desarrollados, e incluso en algunos aspectos por debajo de los demás países latinoamericanos; en relación a las poblaciones indigenas dentro del continente Chile se ubica en los últimos lugares -junto a Belice, El Salvador, Guyana y Surinam- en reconocer un mínimo o no reconocer ningún derecho indígena.
 
El Global Gap Index (Indice global de brechas de género) de 2007 sitúa a Chile, por ejemplo, en el lugar 86 entre 128 naciones, lejos de Cuba (lugar 22), Colombia (24) Costa Rica (28) Argentina (33), Panamá (38) y otras naciones latinoamericanas, quedando en los últimos lugares de la tabla junto a Nicaragua, México y Guatemala. Un análisis mas detallado muestra a Chile bajando al lugar 105 de la tabla en lo que se refiere a participación en la economía y en las oportunidades, al lugar 78 en lo que respecta a logros educativos, subiendo a la posición 58 en lo relativo a empoderamiento político y ubicándose en el lugar primero en lo que se refiere al sub-índice de salud y sobrevivencia.
 
De acuerdo a las metas acordadas por las Naciones Unidas, ésta indica, en su segundo informe, que Chile ha avanzado de manera paulatina y sostenida en el cumplimiento de las Metas del milenio fijadas para el año 2015, incluso gran parte de ellas, como reducir la pobreza extrema a la mitad y lograr la enseñanza primaria universal, se cumplen anticipadamente. Otras tienen altas posibilidades de alcanzarse a esa fecha. Sin embargo, el país aún no ha logrado pasar a la segunda fase de su modelo exportador.
 
No ha logrado exportar mayor valor agregado y sus principales rubros de comercio exterior siguen siendo los “commodities”, mayormente el cobre, la celulosa, los productos del mar y algunos agropecuarios. A pesar del crecimiento, la estructura económica chilena no se ha sofisticado.
 
Uno de los caminos que inevitablemente Chile va a tener que seguir, si quiere lograr una economía desarrollada, según el informe de la UNESCO, es el avanzar plenamente a la sociedad del conocimiento, con base en un crecimiento económico fundado en la agregación de valor, el uso intensivo de la ciencia y la tecnología, el empleo de recursos humanos cada vez mas calificados y especializados y bien remunerados, a una escala que produzca una distribución de los ingresos mucho mas equitativa y con altos niveles de sustentabilidad ambiental.
 
Un crecimiento como el descrito sentaría las bases para mejorar la equidad disminuyendo las brechas sociales y posibilitando una mayor igualdad de oportunidades sociales para las mujeres y las nuevas generaciones provenientes de sectores de menores ingresos. La tarea primordial a nivel político es avanzar hacia una democracia de mayor madurez, que vaya mas allá de la mera mantención de las reglas del juego democrático y el estado de Derecho mediante la incorporación plena de las mujeres, las naciones indígenas y las generaciones más jóvenes a una ciudadanía activa y comprometida en la proposición de metas y futuras orientaciones sociales.
 
¿Qué posibilidades existen 
de lograr estos objetivos?
 
La frágil democracia chilena se ve amenazada por dos frentes. Por un lado, la extrema derecha fascista (la unión de las fuerzas armadas y la élite económica), y, por el otro, el desencanto de vastos sectores populares que se abstienen de participar. Hasta el momento la izquierda no ha podido establecer un proyecto alternativo capaz de generar la movilización de una base popular suficientemente amplia para cambiar la situación política y económica y su retórica se ha concentrado mayormente en una política reactiva más que creativa.
 
Mientras esta situación permanezca el juego entre centro izquierda y centro derecha definirá la política chilena por un largo tiempo.
 
* Docentes. Residen en Canadá. 

 

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