Como viene sucediendo hace ya varios años, otra vez la ciudadanía, o al menos una parte considerable de ella, deberá someterse a la disyuntiva de votar por el “mal menor”, o sea por un candidato o candidata que detenga la llegada al poder de la derecha.
Sucedió en enero del 2000 cuando la alternativa de colocar nuevamente a un “socialista” en el poder concitó la adhesión de miles de izquierdistas que terminaron votando por Lagos y así, evitaron que Lavín llegara al poder.
Luego, en enero de 2006 Michelle Bachelet, capturó la mayoría necesaria para alzarse con la victoria y ser electa como la primera mujer presidenta del país, dejando en el camino a Piñera.
En enero de 2010 Piñera derrotó a Frei Ruiz Tagle. Ni todos los esfuerzos efectuados por la Concertación de Partidos por la Democracia y el rol activo jugado por una fracción del PS, pudieron evitarlo. Era tan malo el candidato y tan neoliberal, que nadie se compró en esa oportunidad el cuento de que había que parar a la derecha, el propio Frei la representaba. Piñera se convirtió por primera vez en presidente.
En las elecciones siguientes, el 15 de diciembre de 2013 en segunda vuelta Bachelet superó por amplio margen a Evelyn Matthei, logró más del 62,16% de los votos y se convirtió por segunda vez en presidenta de la república. El “cuco” de la derecha logró sus efectos.
Cuatro años después, un 17 de diciembre de 2017, en segunda vuelta, Piñera derrotó a Alejandro Guillier y, por segunda vez fue presidente de la República. Un domingo 19 de diciembre de 2021, Gabriel Boric después de ganar las primarias a Daniel Jadue, se convirtió en el candidato de las fuerzas progresistas derrotando al candidato de extrema derecha, José Antonio Kast por más de 900 mil votos.
El gatopardismo se consolida
El fenómeno electoral chileno es bastante peculiar. Una inmensa mayoría cae rendida al discurso del miedo. Tanto la derecha como la izquierda acentúan en sus relatos el supuesto caos que llegaría de ser elegido tal o cual candidato. Es la reproducción instalada por Pinochet hace más de 35 años y que cobra vigencia cada vez que se trata de contiendas electorales.
El fantasma del comunismo versus el fantasma del fascismo como herramientas de propaganda dan resultados. Instalan el temor en la población de un futuro incierto. Los temas relevantes no se abordan. La lucha por instalar ideas, programas, contenidos y ganarse adeptos sobre la base del razonamiento y la convicción ha dejado de ser el motivo de las competencias electorales.
La falacia es que en los últimos años la derecha formalmente ha gobernado en dos ocasiones; pero, las políticas que promueve y defiende -coherente y funcionales al modelo económico y social instalado hace ya más de cuatro décadas-, permanecen sin grandes modificaciones. Ante cualquier asomo de un cambio estructural, se abalanzan sobre quien lo formule todos al unísono, desde la derecha a la izquierda.
La hegemonía al interior de los partidos que han logrado las concepciones monetaristas (neoliberales) es de tal nivel que, en Chile, hablar de comunismo y fascismo es solo retórica funcional para que siga, finalmente, gobernando el partido del orden, para que nada -en lo sustantivo- cambie. En efecto, el actual gobierno llegó al poder con un programa reformista, quizá su propuesta más avanzada
y de carácter estructural era el cambio del sistema previsional, fin de la capitalización individual por un sistema solidario.
Una parte considerable de la población fue capturada por la sutileza de no permitir la llegada al poder de quien representaba al “fascismo”, aunque su programa, rimbombante, salvo matices no era tan distinto al programa con el que han gobernado los últimos mandatarios el país. Al final muchos votaron contra Kast, lo que permitió en esa ocasión alzarse con el poder a Gabriel Boric.
Nada de cambios estructurales durante su mandato. Por el contrario, la primera conducta de felonía al programa con el que se alzó con el poder fue la designación en la cartera de Hacienda de un monetarista de “tomo y lomo” como Mario Marcel. De ahí en adelante no se necesitaba ser experto para saber que aquellos que viven y sueñan con el “equilibrio de las finanzas públicas” harían todo para evitar cualquier exceso en gastos y, al mismo tiempo, evitar modificar en lo más mínimo el flujo permanente de los recursos obtenido de los salarios (cotizaciones previsionales) que se destinan sagradamente al mercado de capitales.
¡Las AFP no se tocan!, fue la sentencia definitiva de Marcel en representación de las compañías de seguros con las que se reunió en secreto no una, sino más de cinco veces en el exterior, para discutir las mejores estrategias que le dieran continuidad al sistema fracasado para las personas, pero exitoso para el gran capital.
Entonces a “parar la derecha” se ha convertido en un sofisma del cual obtienen réditos los que siempre están encaramados al poder que, por supuesto, no son los millones de hombres y mujeres que viven de su trabajo. Los que gobiernan mal, los que no cumplen sus promesas, los que traicionan las ilusiones de las mayorías son los únicos responsables de que la derecha crezca como ha crecido en Chile y en otras latitudes.
Pretender repetir la monserga del “mal menor”, sin que nadie les exija un balance a los responsables que pavimentan el camino a la derecha es inaceptable. Mucho más grave, es que se pretenda hacer responsable de su crecimiento al pueblo sencillo y corriente que jamás ha sido escuchado. La derecha crece por la inconsecuencia de la “izquierda”.
La hora presente agota los plazos, un pueblo que vive eternamente prisionero del chantaje del “mal menor” lo único que logra es consolidar el modelo de despojos instalado en Chile hace más de cuatro décadas. Ha llegado la hora de ponerse firmes y reasignarle a la política una dosis muy alta de coherencia y ética, así, la política adquirirá el valor que se merece y la demagogia, herramienta de la mayoría de los aduladores y actuales políticos profesionales, desaparecerá definitivamente.
*Profesor y ex Vicepresidente de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile
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