Chile, política. – A LA ALTURA DEL UNTO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La frase suena fuera de lugar en este entorno globalizado, tecnológico y virtual. Sin embargo, contiene una medida precisa. Llegar a la altura del unto, es caer en el descrédito. Y eso es, precisamente lo que está ocurriendo: La política chilena está a la altura del unto.

Muchos han hecho grandes esfuerzos por llegar a ese nivel. Lo más grave es que la mayoría no se da cuenta. Otros pocos creen que la virtualidad de esta política pragmática, no participativa, chata, lo permite todo. Y tienen razones para pensar así. La «democracia de los acuerdos» que han impuesto sólo permite expresarse mediante el voto. Y las alternativas son acotadas a lo que conviene a los intereses de quienes manejan el poder. Así, se puede despreciar al elector. Se le intenta manejar a través de los medios de comunicación. Y éstos, convertidos en grandes centros de belleza, escudándose en la estética formal de lo políticamente correcto, lavan cerebros como si fueran caballeras. Y hasta se dan el lujo hasta de cambiar la coloración del pelo.

Es posible que la historia rescate el momento actual con especial interés. Espero que los analistas del futuro tengan sentido del humor. Y tomen este lapso como un chascarro. Como un eructo provocado por la gran panzada que ha significado el auge económico chileno. Este éxito que nos ha llevado a ganar un sitial de privilegio –el décimo– entre las naciones que peor distribuyen la su riqueza en el mundo. Y con agudeza liviana, los historiadores sean benevolentes. Que comprendan que varios acontecimientos trastornaron a los políticos chilenos.

Para algunos transformar a los partidos políticos en bolsas de trabajo fue todo un hallazgo. Otros descubrieron en el lobbismo fue una profesión tardía y tremendamente jugosa. Unos pocos siguieron con una monserga socialistona poco creíble. Casi todos relegaron el interés general ante el apetito propio.

Y el escenario se complicó cuando a la mayoría de los chilenos se le ocurrió elegir como su jefe de Estado a una mujer. De inmediato, la oposición de derecha se lanzó sobre ella. Lo menos que le dijeron era que su presencia en el sillón presidencial era una clara manifestación de la Ley de Murphy. Lo que vino después esta demás. El conservatismo mostró sus mejores galas de machismo y la misoginia fue la guinda de la torta. En realidad, salió a la luz lo que la derecha chilena –y también una parte del otro lado del espectro político– siempre ha sido. La hipocresía se batió en retirada por un tiempo. Cómo no van a ser comprensivos los historiadores del futuro.

El diputado Gabriel Ascencio Mansilla, pese a ser democratacristiano –tal vez por ello mismo–, ha mostrado una singular capacidad para denostar a la presidenta Michelle Bachelet, a su presidenta. En la derecha también ha habido casos notables. Carlos Larraín, presidente de Renovación Nacional (RN), y Hernán Larraín, presidente de la Unión Demócrata Independiente (UDI), han sido feroces.

Desde su mirada de opus dei supernumerario, padre de 12 hijos, Carlos no le ha perdonado que la presidenta haya impulsado la entrega de la píldora del día después. Le han faltado epítetos para calificarla de abortiva. Ha llegado a decir que la presidenta gobierna con el libro rojo de Mao. Desconociendo, sólo horas después, que el nombramiento del contralor general de la República, puesto que recayó en Ramiro Mendoza, fue una concesión a la derecha. Un aporte de Bachelet a la democracia de los acuerdos.

Hernán, en cambio, ha orientado su tenacidad no sólo al ámbito político. Luciendo un espíritu mucho más renovado, una de sus últimas frases lapidarias apuntó a la intuición de la presidenta. Dijo que lo único que faltaba era que la mandataria citara a chamanes.

Desde el mismo sector, se escucharon muchas otras voces. Una, sin embargo, sobresalió. Fue la del senador UDI, Pablo Longueira. Dijo que esperaba que la presidenta fuera «digna» y que no le coqueteara al presidente venezolano Hugo Chávez, en la víspera del encuentro en Caracas. Esto ya no es sólo machismo, es estupidez. Quizás soñó con su guía espiritual y aquel le insufló algo de su misoginia. Vaya uno a saber.

De cualquier manera, el momento que estamos viviendo es complejo. Hay miradas contradictorias en el gobierno. Y esto ayuda a llevar la política a la altura en que está. El caso de Venezuela es emblemático, si el daño puede ser emblema de algo. La derecha –oposición– y la Democracia Cristiana –partido de gobierno– eligieron cuidadosamente el momento. Y el senado resolvió pedirle a la presidenta que protestara ante la Organización de Estados Americanos (OEA) porque el gobierno de Chávez no renovó la concesión de onda a Radio Caracas Televisión.

La resolución se conoció pocas horas antes de que la presidenta viajara a Caracas a participar en una reunión de energía. Chávez reaccionó y calificó al Senado chileno de fascista. El griterío aquí fue ensordecedor. El líder venezolano se había atrevido a inmiscuirse, «una vez más», en los asuntos internos de Chile.

Puede que Chávez no sea un tipo que gane un concurso de simpatía. Pero esta vez, por dignidad, tenía que decir la verdad que dijo.

La política chilena está a la altura del unto.

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* Periodista.
wtapiav@vtr.net.

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