Chile, política. – GIRARDI: NO UN ASUNTO DE PLATAS, DE ÉTICA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Guido Girardi, de profesión médico-cirujano, pecó de lo peor que puede pecar un político: de estupidez. Detrás de esa estupidez no subyace el convencimiento ni voluntad de salir impune, no es tan estúpido. Lo que hay es peor: un pálido reflejo de cómo son las cosas en Chile.

En tiempo electoral miríadas de jóvenes y no tan jóvenes, ciudadanos y no ciudadanos, recorren calles y plazas: pegan afiches, entregan puerta a puerta folletería y fotos, invaden las ferias libres –comercio callejero tradicional en los barrios de frutas, verduras, pescado y menestras– realizando un a veces pintoresco activismo por los candidatos. En apariencia son militantes convencidos, trabajadores voluntarios. No es así, son trabajadores temporeros de los comandos de las diferentes candidaturas. Se les paga habitualmente por hora.

La ley exige que todo pago debe ser hecho contra la presentación de una factura, boleta o recibo legal. Un gran porcentaje de la población «boletea» –a veces por años– tanto para emprendimientos privados como para institutos públicos y en toda la gama de actividades económicas. Los que, en razón de su pobreza o ignorancia, no gozan de un dichoso talonario para cobrar honorarios por la prestación de servicios –o no disponen de conexión a la internet (puesto que se puede emitir boletas electrónicas) y no pueden obtenerlas de un pariente o conocido –en ciertos casos de una gentil oficina contable, que cobrará un porcentaje– están a lo que el empleador quiera hacer con ellos: por ejemplo trabajar por migajas.

Girardi usó a estos temporeros en su campaña. Su comando les pagó («con fondos privados», alega) y para poder presentar una contabilidad correcta al aparato fiscalizador, pues lisa y llanamente se hizo lo que se hace a diario: conseguir una empresa más o menos fantasma, más o menos deshonesta, más o menos honesta –pero sí de buena voluntad– que emitió facturas por ésto y aquello.

No fue el único candidato que lo hizo; tal vez sí el más urgido financieramente. No hubo robo, no hubo apropiación, no hubo desfalco. Sencillamente «arregló la cosa». Pero la solución encontrada, violentar la ley para cumplir con la ley, fue una estupidez. Algo, por lo demás, que en esta parte de América se hace con fruición desde que los capitanes generales y secuaces repartieron las primeras mercedes de tierra y encomiendas de indios.

Evidentemente un calosfrío debe recorrer la espina dorsal de cualquier ciudadano. Girardi sobra en el senado. La pregunta obvia es si es el único que sobra en razón de sus yayas. Acaso si se mira bien sea posible encontrar parlamentarios con excelentes vínculos y relaciones con ricas empresas nacionales y extranjeras –y pudientes empresarios–, con estudios «jurídico-lobistas», con actividades de gobierno… O empresarios, lobistas y quizá contratistas ellos mismos o sus familiares directos.

La tormenta que sacude al Partido por la Democracia no es de las pequeñas, aunque los vientos soplan de antes (ver en esta revista Carta sobre la corrupción dirigida a la dirección del PDD hace un tiempo).

A esa carta se suma aquella, brevísima, en que Fernando Flores, también senador y uno de los prohombres del partido dirigió a su presidente; dice:

«Por intermedio de la presente comunico a UD. mi absoluta determinación de suspender, a partir de este momento, mi militancia en el Partido Por La Democracia.

«Los cuestionamientos a la rendición de cuentas electorales están dañando profundamente el prestigio del partido y la política, el que sólo puede ser restablecido sobre la base de un compromiso irrestricto con la verdad, lo que es incompatible con defensas corporativas. En estas circunstancias, deseo tener la más plena libertad para obrar del modo que mi conciencia me indica, lo que considero incompatible con tareas directivas.

«Para el caso que UD. estimare que la suspensión de la condición de militante no procede, ruego considerar la presente como renuncia».

Frente a la prensa Flores abundó: no seré senador de una pandilla, dijo.

Lo de Girardi es un escandalete, lo de Chile Deportes una práctica, quizá para el financiamiento de «punteros» y dirigentes de base, puede que para pagar asados y fiestas muy anterior al gobierno de Bachelet, que –y esto la honraría– parece haber tomado el toro por las astas para sanear la atmósfera.

Recordad, cristianos –y todos los políticos se reconocen cristianos (que la mayor parte de la población también lo sea debe estimarse, naturalmente, una mera coincidencia que se aprecia, puede pensarse, en el aumento de las visitas de los candidatos a los templos en época de campaña)–, recordad, decíamos, dos cosas: una los latigazos en el templo; otra el relato sobre quién arrojala primera piedra. La crisis no es de personas; ni siquiera de partidos.

La crisis es del sistema. O tal vez del costo que significa mantener una 4X4 y un tren de vida –verano en playa, primavera en campo, invierno en nieve, otoño en el exterior– de esos que hacían a las abuelas preguntarse : «¿de dónde sacarán… si no es de la sacristía?».

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