CHILE POST ELECCIONES (III): El TIEMPO Y EL TEMBLOR
Si triunfa Bachelet habrá efectivamente un sismo grado seis, pero en la escala de Mercalli; vale decir, apenas se moverán un poco las lámparas del Club de la Unión, tintinearán los vasos de whisky en ciertos salones de gerencia y alguna dama distinguida tendrá que esperar los escasos segundos que dure el temblor para completar su canasta sucia. Pero nada más.
El mismo temblorcillo ocurrió hace seis años y a ninguno de estos poderosos se le cayó la corona como al Cristo de Mayo. La base económica de las espectaculares cifras “macro” para los empresarios continuarán impertérritas su avance, independiente de quién gane. Ellas serán resguardadas por Sebastián Piraña si es elegido, o por el manto protector de las faldas de la Bachelet si ella logra remontar ese 50% que aparece todavía esquivo. Esto es tan unánime en todos los analistas que es un tópico que ni siquiera se comenta.
Tranquilizaos, entonces, que no habrá nacionalización de los medios de producción al estilo Allende y ni siquiera la “chilenización” de los vapuleados democristianos.
El suelo empieza a moverse
En cambio un terremoto, ahora sí grado diez y en la escala de Richter, se yergue amenazador en el horizonte del mundo político y, por rebote, en el ámbito social. Para entenderlo tenemos que ponernos en diferentes escenarios.
El primero de ellos es la llegada de la derecha al gobierno, lo que se vislumbra con tantas probabilidades como ocurriera hace seis años en las elecciones que llevaron a Lagos a la presidencia. Figurarse a Sebastián Piraña sentado en el sillón de Allende, perdón, de O’Higgins, nos obliga a imaginar una situación que conlleva el riesgo para nosotros de ser acusados de montar una “campaña del terror”, de esas que tanto gustaba a la derecha cada vez que veía amagada su hegemonía por algún candidato de izquierda en los lejanos tiempos de la guerra fría, sólo que ahora en sentido inverso.
Este cuadro, efectivamente terrorífico para el empresariado chileno, parte de un hipotético resultado exitoso de la derecha en la segunda vuelta, que daría nacimiento a un gobierno cuya oposición estaría ahora integrada por los partidos concertacionistas, además de lo que hoy es la izquierda extraparlamentaria. Hasta este momento, el sector más a la izquierda dentro de la Concertación y parte de la democracia cristiana de base, han marcado una presencia decisiva en los estamentos sociales, gremios, sindicatos, colegios profesionales, centros de pobladores y estudiantiles que no se puede negar aunque no nos guste.
En estos niveles de la base social del país, la Concertación ha cumplido un rol de gran importancia al mantener la estabilidad de los gobiernos desde Aylwin en adelante, frenando cualquier intento de protesta masiva y organizada contra el despiadado modelo de desarrollo que se lleva a cabo con la complicidad estatal. Baste señalar a manera de ejemplo, el pie en el cual se encuentra la otrora poderosa CUT de socialistas y comunistas, fustigada y reprimida hoy con la misma virulencia que emplearan gobiernos de triste recuerdo desde la década de los 50, cuando naciera como gran baluarte de la lucha sindical.
Un vuelco trascendental ad portas
Pero, ¿qué sobrevendría si la Concertación, que maneja la base social, es desplazada del poder después de 16 años, y pasa por primera vez a ser oposición, en donde se van a tener que juntar obligatoriamente con la izquierda extraparlamentaria teniendo ahora intereses comunes? ¿Se imagina usted qué harán socialistas, pepedés, radicales y democratacristianos, aunque sea un fragmento de estos últimos, ubicados en el otro extremo, ante un gobierno que sería ahora declaradamente de empresarios aplicando la política del agiotismo y la desigualdad a ultranza?
La respuesta, una etapa de grandes agitaciones sociales, es una verdad innegable, independiente del sambenito de “campaña del terror” que se le quiera dar a esta hipótesis. No en vano es tan decidora la ambigüedad y hasta cierto frío entusiasmo con el cual grandes empresarios se han tomado la candidatura de Piraña.
Cuando estos pragmáticos representantes del mundo empresarial se atrevan a decir que la Concertación da mayores garantías de gobernabilidad que una administración de derecha, no se refieren sólo a la mayoría parlamentaria que ahora tiene la coalición gobernante, como lo han señalado, sino que, de manera menos explícita, están considerando la tranquilidad social que garantiza también la Concertación para sus pingües negocios. Y tienen toda la razón del mundo.
Ser o no ser: he ahí el dilema
Piraña enfrenta una aguda disyuntiva en este aspecto. No podrá gobernar con los Novoa, Longueira, Fernández, Bombal, Moreira, y otros especimenes de claro corte pinochetista ante un pueblo que mantiene, quiéralo la derecha o no, una gran sensibilidad ante estos nombres, algunos de los cuales fueron ministros de la dictadura cuando las calles se llenaban de muertos en las protesta populares de aquellos años.
Podría optar por ocultar a este feo mamotreto que le legó la derrota de Lavín. Pero para gobernar tiene primero que ganar las elecciones y para esto requiere obligatoriamente de la UDI que se presenta tal como es: heredera sin ambages de la dictadura y a mucha honra para ellos –y a demasiada deshonra para el porcentaje que Piraña debe robarle a la Concertación si quiere ser presidente–.
Para colmo de males, a tres días de la primera vuelta esta “novia de Chuki” ya está golpeando la mesa “pirañista” recordándole al candidato empresarial que, si quiere contar con ellos, los UDI no serán los convidados de piedra del nuevo escenario.
El dilema del candidato de la plutocracia es aún más grave porque, por otro lado, necesita demostrar su desprendimiento de esos molestos aliados si quiere atraerse a democratacristianos de peso y no a la lista ridícula de cuatro gatos sin relevancia que mostró hace pocas horas.
¿Y qué pasará políticamente en su eventual gobierno? ¿Colocará, por ejemplo, en el ministerio del Interior al derrotado Sergio Fernández, de gran experiencia en reprimir a sangre y fuego las protestas que vendrán de las filas de los trabajadores contra su gobierno? ¿O le dirá a la UDI que lo apoye “de afuerita”, es decir, será el González Videla de la ultraderecha? Qui lo sa.
En el otro lado…
Tradición no significa usar el mismo sombrero que usó mi abuelo, sino comprar uno nuevo, tal como hizo él.
F. Marck.
En las filas de Michelle las cosas no están mucho mejor. Ella requiere de otro molesto convidado de piedra: la izquierda extraconcertacionista que, con su casi 8% que obtuvo en las parlamentarias, está decidiendo la balanza. Sin embargo, a diferencia de Piraña, Bachelet cuenta aquí con una gran ventaja: la supina miopía de los dirigentes del conglomerado que postuló a Tomás Hirsch.
Lo decíamos en otro artículo en este mismo sitio (A boca de urna): la exclusión de casi dos décadas de la izquierda chilena se debe no sólo al sistema electoral heredado de la dictadura, sino a una pésima conducción que mantiene a esta fuerza como un conglomerado desperfilado del rol político que debe cumplir en la sociedad del Tercer Milenio.
La izquierda se ha movido hasta ahora en cualquier terreno disgregante, menos en el de una fuerza política que posee un peso histórico que debe contar a la hora de dar solidez a cualquier conglomerado que tenga pretensiones serias de conducir a una nación. Conservar este peso histórico de la izquierda no significa esgrimir las mismas tácticas, los mismos esquemas que fueron éxito en una realidad que, aunque no queramos, ya cambió, sino elaborar un camino nuevo, dinámico y realista, como lo hicieron para su época y en su momento grandes dirigentes como Salvador Allende, Miguel Enríquez, Gladys Marín y tantos otros.
Por eso Bachelet duerme tranquila, en este aspecto mecida por la conducta obtusa de esta dirigencia de la izquierda que insiste en marginarse en momentos de gran trascendencia de la historia del país. Sin mover un dedo sabe que, igual que antes, casi nadie obedecerá la instrucción de anularse a sí mismo en la tarea de atajar a Sebastián Piraña.
Decíamos al comienzo que en ninguna de las dos candidaturas está todavía en juego el modelo económico del ultraliberalismo globalizado. Pero, insistimos, estamos ante las puertas de un posible cambio significativo en el esquema político luego de 16 años de inmovilismo y dominio sin contrapeso del modelo implantado desde arriba.
El giro a la izquierda al interior de la Concertación, donde incluso las más altas mayorías las obtienen figuras vinculadas al sector más consecuente del socialismo, abre perspectivas de un cambio que las propias circunstancias pueden forzar, y para las cuales la izquierda extraparlamentaria debe estar preparada. Afortunadamente, al margen de la postura de los humanistas, el Partido Comunista parece estar retomando la eficacia y la entereza de sus viejos tiempos y, tres días después de la elección, se mantiene expectante y atento al desarrollo de esta nueva etapa de la carrera presidencial sin apresurar su decisión definitiva.
Bolivar cabalga de nuevo
La situación fuera de nuestras fronteras parece también dirigirse en el mismo sentido. Se presume como inminente un triunfo de Evo Morales este domingo en Bolivia, con lo que se estructuraría un interesante fenómeno en el cual el eje Habana-Caracas-La Paz no es mal visto por gobiernos menos radicalizados, pero reacios a seguir sin discusión los dictados de Washington, como el de Lula en Brasil, el de Kirtchner en Argentina y el de Tabaré en Uruguay.
A esto se agrega la situación de gran tensión que se vive en Ecuador y cuya salida es hasta ahora imprevisible. Entonces más que nunca se requiere conservar en Chile un gobierno que, si no es el ideal para las grandes mayorías, al menos no sirva de punta de lanza de Wáshington contra los procesos progresistas que están en marcha en América Latina, como ocurriría si Sebastián Piraña llegara al poder.
No queda tiempo para más vaguedades en la izquierda chilena. No sólo el país está expectante ante la posibilidad de un retorno del pinochetismo legalizado al poder, sino que el mundo, y en especial Latinoamérica, tienen los ojos puestos en todas las fuerzas políticas que pueden impedir una tragedia de tal envergadura.