Chile, tolerancia. – NO SON LOS TIPOS SOLOS, ES EL SISTEMA Y LOS TIPOS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Los festejos de la institucionalización por la ONU en 1996 de lo «políticamente correcto» –el Día de la Tolerancia– tuvieron lugar en la Plaza de Armas de Santiago de Chile. Se trataba de celebrar la pesada lucha de los chilenos contra la segregación de las minorías étnicas, sexuales o de los extranjeros avecindados en el país –ciertamente muchos menos que la enorme cantidad de chilenos que debió vivir en otros países, incluyendo en el número a algunos de los actuales pro hombres de la política local–.

Los asistentes se congratularon porque el gobierno pidió urgencia al trámite de un proyecto de ley que sancionará –castigará– la discriminación.

Ha caminando con velocidad dicha legislación, apenas poco más de un año que lo envió al congreso el ex presidente Lagos. Como corresponde en un país civilizado y cristiano, si se aprueba un día de estos el proyecto, habrá indemnizaciones a calcular si alguna persona se siente segregada por su condición de minoría. Lo que tendrá que ponderar, claro, un tribunal de justicia.

La ministra de Planificación señaló que habrá que «cambiar la cultura de la discriminación por una de la convivencia». Para aplaudir el idealismo ministerial. ¿Por qué no se adoptan medidas para un reparto equitativo del producto nacional? La pregunta es irrelevante, tal vez oculte un afán discriminatorio a los que se quedan con ella. Con la riqueza, no con la ministro.

Plata, la cosa es por plata…

Las horas de la tarde del miércoles, como las aguas de una película argentina, bajaron turbias. Asuntos de plata. Los asuntos de plata conmueven al poder, sus símbolos y atributos. Fue penoso para millares ver en la tele las –sin duda entonces novísimas– «líneas de expresión», los surcos marcados en las caras de algunos parlamentarios del pacto de gobierno que reconocían que sí, que platas cuyo destino era ayudar a los más pobres habían sido «redireccionadas» aquí y allá con fines electorales.

El bromista del bar de la esquina salió en defensa de la Concertación. Sostuvo que esas platas perdidas, lejos de haber sido amañadas, ya darían cuenta de sus destinos: «es que vienen en el Transantiago», dijo. El bromista es hombre con suerte, por eso se permite chistes de mal chiste: no le tocó en suerte una vivienda social de nueve –o 12– metros cuadrados para él y su familia.

El presidente Lagos, bajo cuyo mandato ocurrieran esas miserabilidades, no aparece. Sin duda descansa del estrés que quizá le produjo apadrinar el homenaje rendido en ese zoco llamado Feria del Libro a Nicanor Parra. Pocas veces un conchabo político dilapida con tanto gusto y alegría una herencia moral. Tal vez lo hace porque en lo que queda de sus conciencias saben que se apoderaron de un legado ajeno.

El legado no lo dejó Allende y la Unidad Popular, el legado es el capital –palabra que entienden y usan a menudo– ético amasado por más de un siglo de luchas sociales, y que han comenzado a traspasar con no menor alegría a sus presuntos adversarios que habitan el barrio de la derecha. Por bastante menos en otros países han pedido perdón. O se han suicidado.

Ellos no: confían en la mala memoria. Y en medio de este lío propio de la comedia del arte el señor ministro Lagos Weber sin arrugarse manifestó que el gobierno condenaba –eso sí: de comprobarse– las acusaciones de la comisión especial de la Cámara de Diputados sobre el desvío de recursos de programas de generación de empleo a campañas políticas. Dijo:

«Si el informe preliminar establece determinadas presunciones de desvíos de fondos públicos para otros fines que no fueron los planes de emergencia y que eventualmente fueron a campañas políticas, es condenable y ciertamente La Moneda no solamente lo condena sino lo rechaza profundamente”.

La palabra profundamente no se escuchó con llanto de violines: falla atroz de los asesores en comunicación. Pero no importa, se impondrá probablemente la «moral corporativa» y quizá tengan los chilenos una culpa sin culpables o una culpa que caerá sobre segundones que no supieron borrar sus huellas. Ha ocurrido antes. La derecha inmoral presionará «hasta ahí nomás», la otra derecha, la concertacionista, puede que escancie un whisky de malta para meditar en el pago de la complicidad.

El pueblo: bien gracias (pero el pueblo no existe: ahora sólo hay «la gente» y esa «gente» crédula no pesa, no existe, y si quiere existir, como los estudiantes secundarios, por ejemplo, se controlan fácil: basta con reventarles el futuro). Sucede que cuando un grupo variopinto amparado en el pragmatismo político y en recién descubiertas oportunidades de negocios asume el gobierno de un país se pudre rápido. La pudrición augura nueva vida, como lo sabían los alquimistas, pero el proceso es lento y poco grato. Y no se ve en Chile, por más que se otee, reserva moral y capacidad intelectual en los grupos organizados en torno del calor –o del fresco– del poder para siquiera echar una mirada al proceso.

Juana Calfunao

La lonko ha cometido un crimen: se reivindica mapuche. No la castigan por ser mapuche, la odian porque siente orgullo de serlo. El 12 de mayo de 2000 fue detenida –virtualmente raptada– por carabineros de la 2ª Comisaría de Temuco, quienes la sometieron a torturas y vejámenes causándole un aborto. Empero se la acusó de “maltrato a carabineros en servicio” y condenada por ello. Ha sido nuevamente arrestada –tomada prisionera, dice su pueblo– y es de esperar que no le rompan más dientes. Porque alguno se lo han roto.

Que Juana Calfunao responda por pegarle a quien sin duda considera un mequetrefe, pero uno abusador y discriminador, parece razonable, ¿pero alguien ha respondido por su bebé, esa guagua que no llegó a nacer y que ella quería que naciera? Su aborto no fue accidental: la fueron a buscar. Han disparado contra su casa y su familia. Los hostigan.

Ella da la cara. ¡Qué lección para los «conductores» de la democracia chilena y sus «socios asociados en sociedad!»

Perder un hijo ¿qué importancia tiene? Los pobres ven poca tele y por eso tienen demasiados hijos. Uno de los hijos de doña Juana está preso. Lleva semanas esperando se abra el proceso. Lo han trasladado de cárcel, torturado –no maltratado, torturado– y debió apelar a la huelga de hambre en un desesperado intento para que lo escuchen. Inútil. Sigue en el limbo guantanamero criollo.

Rapidito se llevan presa a Juana Calfunao. Rapidito se castiga a los mapuche. CELCO liquidó un santuario de vida silvestre y puso en peligro a la población humana de las cercanías. Pero son empresarios. ¿Con quién tomarán el te?

Rapitido se castiga a los malvados mapuche. La minera Los Pelambres amenaza todo un valle, se apodera de sus aguas, pone en riesgo a sus pobladores y cultivos. Son empresarios que toman el te. En Pascua Lama quedará antes de siete años un desastre ambiental catastrófico. Son empresarios y se los protege. La ciudad de Santiago es destruida cuadra a cuadra, barrio a barrio: es el progreso. Un presidente se bañó en aguas de playa «limpia». Un baño de tres minutos. La población del lugar vive con el veneno en el aire. No demasiado lejos Tocopilla –el balneario del inca– agoniza.

En el sur las represas del progreso arrasan con poblados, animales y personas. Más al sur la cría de salmones plantea un problema serio que si no es tomado en serio tendrá consecuencias incalculables. De no haber sido por los fueguinos no existirían las últimas lengas –todavía las talan, pero no importa: tardan apenas mil años en reproducirse, si se logran reproducir–.

Hay un Chile para pocos y un Chile para muchos. Los dos faraónicos: sólo que unos serán enterrados en las pirámides que los otros, a punta de latigazos culturales, construyen. Y no, los responsables no son unos cuantos tipos. Es el sistema y esos –y otros– tipos. Mientras, la sociedad duerme. Ojalá –esto es: quiera dios– que al despertar no tenga el agua, ya tiene el barro, más arriba del cuello.

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