Chile: valores y cambios. – CRISIS POLÍTICA, ACASO ÉTICA Y BRÚJULA PERDIDA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La economía chilena espera –disfrutando el vendaval de buenos precios que acaricia al cobre y a las exportaciones de salmón de criadero– encontrar intacta la olla de oro cuando se ilumine el arcoiris que señalará, en este caso, el fin de la bonanza. Algunas voces, no demasiadas, advierten que el tesoro del cuento podría ser nada más que plomo.

Señalan esas voces, con distintos matices de preocupación, datos; entre otros: la merma notoria en el tonelaje conseguido en los últimos meses por las actividades pesqueras; el deterioro ambiental grave, con sus consecuencias económicas y sociales que se produce o afectará a distintas zonas aparentemente comprometidas en emprendimientos mineros –Pascua Lama–; industriales –ductos de plantas de celulosa que podrían verter riles en áreas costeras o directamente en ríos–; agrarias –no se detiene la tala de bosque nativo, se desafectan terrenos de cultivo, no existe una política hídrica racional–.

Si el ambiente natural presenta llagas y lunares, tumores y cáncer, no es menos digna de atención la cuestión social. En este caso el cáncer se llama trabajo precario y endeudamiento sobre cualquier posibilidad lógica de acabarlo. Ecomistas, educadores, sociólogos y otros expertos y estudiosos advierten –en una dimensión que escapa a este artículo– sobre asuntos mayores que hacen a la capacidad productiva y orientación de lo que se produce en el país, al reparto del producto nacional, a la infraestructura vial y de comunicaciones, a la seguridad social, etc…

Trabajo precario es trabajo y todo trabajo se deuda
(se ruega disimular la sonrisa. O la mueca)

El trabajo precario tiene distintos rostros. Uno es el del empleo sin seguro social, que se expresa en el llamado boleteo, que consiste en fingir cumplir una actividad remunerada de tipo profesional, más o menos casual, reiterada mes a mes, a veces durante años (puede ser gasfitería, labores domésticas, asesorías de cualquier tipo, tareas extractivas mineras, trabajo agrícola, en el comercio, la docencia, el periodismo, etc…), sin que por ello el trabajador adquiera jamás la condición legal de empleado de su patrón o empresa a la que presta servicios.

Otro es el de microempresario, vuelta de tuerca estadística para cubrir índices de cesantía. Quien recoje cartones en la calle es un microempresario; quien acude con triste fervor a las decenas de cursos, talleres, seminarios, retiros, etc…, para aprender a administrar o gerenciar pequeñas empresas de cualquier índole, va camino a ser un microempresario; quien hace pastelillos en su domicilio o lava y empaqueta manojos de verdura para venderlos, o vende libros usados o lápices o cualquier cosa, a metros de las puertas de los malls y supermercados o en las plazas y «mercados persas» los fines de semana, es microempresario.

(Aquellas/os, muchas veces menores, que se limitan a vender el placer que pueda brindar su cuerpo, hasta en la Plaza de Armas de Santiago al caer la tarde, ¿serán también microempresarias/os?).

Su situación no es peor, en todo caso, que la de aquellas/os que tienen la suerte de un trabajo estable, merced al que obtienen una renta de $ 135.000 –promedio– mensual (poco más de US$ 250) por jornadas que, en el caso de trabajadores del comercio y la gastronomía, son de lunes a lunes y no siempre reconocidas las horas extra, restando a esos sueldos del Chile que crece unos $ 30.000 por concepto de transporte y alimentación. No hablemos de vestuario y otros gastos.

Tampoco mencionemos a las trabajadoras –que han atado o encadenado a los mesones de trabajo «porque van mucho al baño»– y trabajadores temporarios del rubro frutícola, que deben ser atendidos en los agotados hospitales públicos como indigentes, no pocas veces por envenenamiento por contacto con los pesticidas.

Ni a los jefecillos/as de oficinas públicas que exigen horarios absurdos y maltratan a su personal.

Más de la misma fauna,
única que no corre peligro de extinción

Un rostro más del trabajo precario es el de los microempresarios del arte: muchachas y muchachos que hacen juegos de malabarismo con antorchas cuando el semáforo está en rojo, cumplen el rol de estatuas o cantan en los buses de movilización colectiva urbana, en la calle, en los parques.

En cuanto al endeudamiento, lo cierto es que lo que deben trabajadoras y trabajadores de ingresos medios y bajos, son sumas que superan con largueza a veces hasta veinte sueldos mensuales, crédito obtenido en su mayor parte mediante el método de adelantos a sus remuneraciones gracias a diferentes tarjetas de créditos de grandes tiendas –muchas tienen sus propios bancos–.

Otro sistema es adquirir, con esas tarjetas, ropa o electrodomésticos a crédito para venderlos al contado, más baratos, entre los vecinos de barrio o compañeros de trabajo. Los dineros recaudados (?) sirven para comprar gas en invierno, pagar alguna mensualidad del colegio de los niños, comprar comida o artículos de aseo, etc… Alrededor de un 25% de la fuerza laboral ocupada vive así. Son pocos los chilenos que no engrosan los listados de los diferetes boletines comerciales que anotan a los morosos.

Comienzan a funcionar «talleres» coordinados por sicólogos para ayudar a esos deudores convertidos en enfermos adictos a las deudas. No se habla de sueldos dignos.

Los pobres antes leían su vida social en la crónica roja, hoy en el DICOM.

Es una burbuja semejante, pero de miseria, a la que infló el negocio de las punto com hace algunos años; y, como en el caso de la gigantesca deuda externa argentina de las últimas décadas del siglo XX, no está demás preguntarse quiénes son los responsables.

La «copia feliz del Edén» y los valores

Hay dos visiones de Chile. Una, la optimista, se ampara en los números que la macroeconomía gotea. Sube el precio internacional de la libra de cobre, los importadores que consumen salmón en ultramar tragan sin chistar la malaquita verde, se quiere continuar desarmando la geografía en aras del progreso con más embalses y centrales hidroeléctricas; las empresas de construcción de viviendas las entregan como paquetes de galletas rotas; los bancos deberían comprar más bóvedas para guardar –si conservaran y no remitieran a sus matrices en el exterior los más sólidos– sus ganancias; la medicina privada es una fiesta –aunque los enfermos perturben la risueña algarabía exigiendo atención: miren los desagradecidos, con todo lo que se los ayuda…–, en fin.

Transantiago adquirió autobuses con la mejor mecánica del mundo para mejorar el transporte cotidiano de pasajeros de la capital, pero esos flamantes Volvo circulan con la misma exacta comodidad que ofrece a sus pasajeros vacunos un vagón de ganado. Y, por dentro, además, comienzan a desarmarse por virtud de las malas –baratas– terminaciones.

La otra visión es la de la vida diaria de quienes no tienen efectivo ni acceso a los créditos para ir a Dominicana o Miami o playas brasileñas

(ni siquiera a la costa más próxima –nunca a más de tres horas de sus viviendas–. Chile, país marino);

y también la de los que no tienen atención médica segura y humana –no por desidia del personal de consultorios y hospitales–; de los que no pueden pagar escuelas primarias, secundarias o universidades a sus hijos estudiantes –un porcentaje escandaloso de jóvenes puede deletrear un texto escrito, pero no comprende lo leído–; de los que nunca han ido al teatro ni han leído un libro. Los libros chilenos son los más caros de América, y Chile produce papel, los empresaraios están orgullosos de su parque imprentero.

Se diría que los sectores dominantes guardan celosos el equilibrio cósmico de algunas escuelas esotéricas: si hay bien para algunos, debe haber penar para otros. Este país se remodeló para un cinco por ciento de la población, para que otro 30 por ciento incube esperanzas de tomar alguna vez el ascensor social y que se joda el resto.

No es responsabilidad de los gobiernos de la Concertación por la Democracia este modelo. Su responsabilidad es haberlo sostenido, fortalecido y profundizado a lo largo de la década de 1991/2000 y años siguientes.

Nunca un obrero muerto en una obra –porque la programación del trabajo no consultó medidas de seguridad– significó preocupación concreta de las autoridades; nunca casas para pobres inhabitables cuando llegó la primera lluvia dió pábulo a más que declaraciones cínicas de «pronta solución» a esos dramas.

Puentes camineros y de ferrocarril han caído o «patinan» sus bases o son frágiles sus defensas; se pavimentan kilómetros de avenidas urbanas a costo sideral y el producto de esos trabajos –entregados a la ciudadanía con bombos, platillos y autoridades edilicias y de las otras de casco blanco– no duran un año; un tercio casi de los ascensores en uso en la capital chilena carecen de mantenimiento adecuado… Y jamás se ha sabido de una sola demanda a las empresas detrás.

Con el beneplácito de las autoridades parten la capital como un pastel porque el «progreso» reclama autopistas, muchas inútiles para el tráfico de mercancías. Chile es una California surera y grotesca remodelada sobre plusvalía que no se extrae sólo del trabajo asalariado, se roba en seco a la vida humana.

Los valores. A los estamentos de la minúscula parte superior de la pirámide social les encanta decir «temas valóricos». Asumen rostro serio y, como si usaran golilla, dicen «es un tema valórico».

No saben lo que dicen. Son ignorantes, zafios, desalmados. La palabra valórico no existe –no se la puede definir por ello–, y en cuanto a tema, entiendo que es aquello sobre lo que se escribe, o las distintas materias de un programa de estudio. O tal vez la idea fija de algunos dementes…

Lo «valórico», entonces, no pasa de ser jerga de fulanos con aspecto de tenderos jubilados –prósperos, eso sí–, de aspirantes a señores que dirigen instituciones que no representan a nadie, pero les permiten jugar con el destino de muchos, a la que se pliegan otros señores con su traza de comerciantes o agiotistas retirados más prósperos todavía –cuyos hijos seguirán con el negocio así como ellos lo heredaron de sus padres– que también manejan instituciones que no representan a nadie, pero les permiten jugar con el destino de muchos y que pactan con los anteriores.

Los primeros son los capitostes de la Concertación, los últimos los de la Alianza, hermanos de sangre desde el pacto por el cual unos asumieron el vestuario del poder y los otros se quedaron con sus frutos –menos la propina, claro–.

Cuando la presidenta Bachelet en su primer mensaje del 21 de mayo de 2006 se refirió a esas casas indignas, a la necesidad de ambulancias, destacó la necesidad de mayor participación de la mujer, leyó la carta de un niño, etc…, ¿de qué otra cosa habló si no de valores sociales?

Pero no. Necesitaban los tenderos y los grandes comerciantes que sólo estableciera una «carta de navegación». Carta de navegación es decir que se destinarán 130 millones a paliar la triste condición de los más pobres, pero es una cuestión de valores pensar que esos 130 millones de pesos son parte de una masa próxima a los 10.000 millones. De dólares. En gran parte invertida por el Fisco en el exterior.

Cuidado: derrota es el rumbo de los barcos, pero también ser vencido.

Partidos políticos: entre renovaciones y gatos pardos

Si el Poder Ejecutivo inicia su caminar con un rumbo determinadamente trazado –en parte hecho público y en parte probablemente con mucho todavía in péctore–, los partidos políticos chilenos quizá se dediquen hasta el final este primer semestre de 2006 a afinar los recambios de administración y estilo producto de las elecciones de sus nuevas directivas.

Por ahora, en todo caso, se insiste en todo el arco del espectro político en distintas versiones de «mano dura» para frenar la desobediencia popular. Ésta en la actualidad cotidiana de las últimas semanas está centrada en el movimiento estudiantil, los reclamos de la nación mapuche, el asomo de un nuevo movimiento sindical en sectores de la raleada clase obrera (entendida según los clásicos) «subcontratada». Al capital, eso sí, nadie lo toca. Aunque un trabajador deba mantener su hogar a costa de acumular 20 sueldos de deuda.

A los partidos de derecha –según todos los indicios– el gobierno de Bachelet no les crea en principio mayores dificultades en tanto permanezca fiel a los lineamientos del pacto que posibilitó la «civilizada» salida de escena de Pinochet. La Alianza por Chile, que los reúne, dista de plantearse una discusión sobre asuntos relacionados con valores superiores: los amuralla la Iglesia de Roma tanto como la defensa de sus intereses comunes. Si disputaren, será por asuntos en lo sustantivo menores.

«Su marcha sin querellas» –como la del tango– sólo podrá verse interrumpida por la irrupción poco educada de ambiciones personales. Todo aquel –y toda aquella– que tenga más de 10 años en política contingente cuya actuación haya de un modo u otro significado exposición pública no del todo negativa, aspira a la Presidencia de la República.

Si ello ocurre, si las ambiciones y apetencias no se pueden desimular –y parece que ocurrirá así inevitablemente–, no estará de más recordar que Sur habla de esa marcha «por las calles de Pompeya». Pompeya fue destruida hasta los cimientos por una erupción volcánica.

business are business. Pocas veces una sociedad ha parido tantos reyes desnudos.

La Democracia cristiana ha iniciado un galope hacia la derecha –más hacia la derecha– que seguro cubrirá con un lenguaje reformista. Se diría que su constante fuga de generadores de opinión al interior del cuerpo social, y consiguiente declive electoral, obligará a su recientemente elegida presidenta a sacar del cajón izquierdo del escritorio frases, senderos, bosques y almenas de otro tiempo so pena de convertirse la gama dirigencial del partido en una de esas elites mosquianas o paretianas condenadas a desaparecer. Desaparecer es un vocablo que cumple un rol adjetival: sus prohombres (¿o deberíamos escribir propersonas?) integran el circuito –o el circo– de los emprendedores empresarios que pueden mirar con tranquilidad el futuro personal. Negocios son negocios.

Del Partido Socialista nada se puede decir. O sí. Ha instalado la legendaria «Oficina» en su secretaría general –aunque en honor a la verdad se debe reconocer que la idea de esa «Oficina» fue compartida, ay, por demasiados que hoy esconden la mano con la misma velocidad con la que olvidaron su cara.

Un escrito de Patricio Altamirano que circula por la internet en estos días afirma:

«El PS, Partido paralizado, sin vinculación con el mundo social, o si la tiene ésta es de contención, es un partido recluso entre París y Londres calles de Santiago donde se ubica su Comité Central, no ya las capitales europeas). Un partido al que le han «desaparecido» la izquierda, le han borrado los trabajadores, la democracia popular (…) le fue sustituida por un lenguaje renovado-liberal. Sólo conserva la carátula de partido de izquierda.

«Las tendencias que socavan y construyen un PS estéril son la nueva izquierda escalonista y los renovados ortodoxos. Los primeros provienen de los seguidores Almeyda, quien fuera un sociólogo marxista, director la Escuela Sociología de la Universidad de Chile, formador de marxistas; sus ideas políticas son muy distintas a las de Camilo Escalona o de Jaime Andrade, el viejo Almeyda se asombraría de la evolución de sus hijos políticos.

«Los renovados ortodoxos provienen del Partido Socialista que lideró Carlos Altamirano, Ricardo Núñez y Jorge Arrate. Núñez continúa en una postura renovada ortodoxa –esa que evoluciona a un liberalismo absoluto–. Carlos Altamirano y Jorge Arrate se desembarcaron de los renovados, y han tomado caminos más heterodoxos».

El juicio de Altamirano es lapidario*:

«Esto indica que lo más representativo del Partido Socialista es no participar en él. Es un partido doblemente aislado, hacia el exterior no crece, no capta; por tanto esta socialmente aislado. En el interior tampoco crece y se reduce su participación.

«El 69% que no participó en las últimas elecciones internas, no tiene puestos en el gobierno nacional ni comunal. No es funcionario del partido en la sede de París. Son personas que trabajan y se ganan su vida como la mayoría de los trabajadores de este país: sobreviven en base a su puro esfuerzo».

El juicio podrá ser estimado un yerro mayúsculo, pero qué triste que pueda formulársele al partido de Salvador Allende –por otra parte más de tres veces negado por sus «herederos»–.

El Partido Radical, el menor de la Concertación, no logra hacer pie en tierra, tampoco puede mantenerse sobre la antigua montura del Frente Popular que llevó a dos de sus militantes –y a un tercero traidor– a la presidencia. Le pesa un pasado de alimentar burocracia y todo en él huele a naftalina, rociada con prodigalidad probablemente por sus aliados, que lo quieren incapaz de recuperar sus banderas.

Tal vez el grupo más interesante de los organizadores y únicos convidados a los dos decenios concertacionistas sea, hoy, el PPD.

El Partido por la Democracia constituye una creación habilosa en lo principal de Ricardo Lagos, que –no conviene olvidarlo– se nutre políticamente en sus años mozos del radicalismo en lo que fue el radicalismo: maña, astucia, también inteligencia, no desdeñable cultura, frialdad analítica, mano firme en la mesa de operaciones. Se fundó como un «partido instrumental» en la lucha por la democracia que tuvo su frente «intelectual» en Europa y EEUU –mientras eran apaleados o muertos los que sí buscaban recuperar al país dentro del país–.

Como producto intelectual, con claro objetivo electoralista y para la extracción de cuadros de segunda y tercera línea para la burocracia estatal y centros de estudios políticos y económicos afines con la Concertación, el PPD nunca tuvo demasiadas preocupaciones ideológicas. Lo conformaron básicamente «pragmáticos» ex marxistas y nunca marxistas, algunos cristianos y otros ciudadanos perdidos en el confuso mar de la dictadura en retirada –previo pacto de no agresión por eso de «mira tú, que me llevo el Máuser»– y otras buenas personas que jamás hubieran entonces votado por socialistas, ex miristas o –¡válgame dios!– comunistas (no se mencionan anarquistas porque si algo caracteriza al anarquismo es que todos lo quieren liquidar, por una parte, y por la otra porque no son muy afectos a los saraos electorales).

Detrás o más bien al costado de esa masa hambrienta de democracia a fines de la década de 1981/90 manejaban las riendas del PPD una serie de bienaventurados iluminatti que dan la vida por cultivar el país, por educarlo, pero eso sí: que nada cambie en el orden social legado por la «dictatorship».

Este 28 de mayo de 2006 el PPD, para no ser menos que la UDI, la DC, RN o el PS, cambia su directiva. No importa quienes se enfrentan por una de las llaves del botín que brinda el Estado. Lo curioso –en algún sentido sorprendente– es el planteo de una de las listas. Pide el voto de los afiliados (ya no hay militantes en este siglo XXI) para la «reorganización profunda de nuestro partido, que hoy se encuentra en una crisis preocupante de dirección».

Si obedece a un intención real de las bases que piden el voto para Sergio Bitar la declaración, algo podría moverse en la joven –y tan anquilosada– Concertación. Veamos:

«Estamos por un partido progresista, de izquierda socialdemócrata, que defienda a los trabajadores, junto a los que sufren violaciones a los DD.HH., eliminación del 10% de cobre que se da a los militares, invertir los excedentes de las ganancias del cobre en Programas Sociales, solidaridad con los pueblos indígenas de Chile y Latinoamérica, y castigo a los empresarios que violan las normas del Sistema Ecológico y Medioambiental».

Definitivamente no vivimos un tiempo proclive para el vuelo. No se ve Utopía en el horizonte, la política tiene paticas cortas. Pero el párrafo debe preocupar: ¿qué es eso de estar por un partido progresista, que defienda a los trabajadores, etc…?

Lástima que los estudiantes que hoy –madrugada del 24 de mayo de 2006– ocupan «ilegalmente» cuatro o cinco liceos, de niñas y varones, no militen en el PPD ni, seamos sinceros, se acerquen siquiera a la Concertación –ni menos se inscriban al cumplir 18 en los Registros Electorales–. Hay una sabiduría en los viejos. Otra se expresa en los jóvenes.

Los cuatro presos políticos mapuche inician esta madrugada su tercer día de la nueva huelga de hambre, luego de haber ayunado durante 63. ¿El gobierno? Si el gobierno desdeña a los estudiantes «blancos» ¿por qué se va a conmover por cuatro indios revoltosos?

La historia de Chile bien puede describirse como la relación de sus pérdidas y un relato de traiciones.

* Publicaremos en una próxima edición el documento completo.

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