CHILE: VOTAR, SUFRAGAR, ELEGIR… VERBOS LEJANOS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoEl domingo 11 de Diciembre la temperatura del territorio antártico chileno era de 12º bajo cero, suficientes para calificar de cálido el verano austral, según indicaba un comandante de la marina, y señalaba que los 48 ciudadanos del territorio blanco, 6 mujeres y 42 hombres, habían ejercido muy temprano su derecho al sufragio, a votar, a elegir al o a la presidenta de Chile, un derecho que muchos no tenemos, pues fuimos privados de nuestra nacionalidad por la dictadura, o simplemente porque vivimos en el ancho mundo y según las leyes chilenas sólo votan los que viven en Chile.

Pero aún así, como chileno sin derechos, desde España sigo el día de la elección pegado a internet, escuchando las voces de los periodistas de Radio Cooperativa, esa radio amiga que tanto nos acompañó durante los años negros de la dictadura. Hace frío en Gijón, pero el calor de Santiago escapa desde las voces de mis amigas y amigos de la radio, y con mi compañera hacemos comentarios, tenemos nuestra esperanza puesta en el triunfo de Michelle Bachelet, aunque sabemos que los grandes cambios no llegarán con la llamada “centro izquierda”, porque en política el “centro” es un eufemismo para disfrazar la falta de valor a la hora de aplicar principios esenciales.

En Copiapó, muy al norte, alguien entrego los resultados de la primera mesa: Sebastián Piñeira 23 votos, Tomás Hirsch 10 votos, Joaquín Lavín 21 votos, Michelle Bachelet 57 votos. No podía ser de otra manera, Copiapó es región de mineros, y a la entrada del desierto de Atacama los hombres y mujeres siempre han estado al lado izquierdo de la barricada. Cómo nos hubiera gustado votar en Copiapó, o en la Antártica, votar, sufragar, elegir: hermosos verbos lejanos.

Una comentarista cita que, como siempre, muchas mesas empezaron a funcionar tarde, pues los chilenos evitan llegar los primeros para que no los nombren vocales de mesa, y los obliguen a estar todo el día cumpliendo con un deber cívico, civil y civilizado.

Los chilenos hablamos de una manera especial, nuestro acento es tímido, no diferenciamos “s” de “z” o de “c”, y tenemos una tendencia a disminuir el volumen de las cosas a fuerza de diminutivos. Cómo quisiéramos estar ahí, preparando el “asadito” regado de un buen “vinito” para celebrar el triunfo de Michelle.

Le pregunto a Carmen, mi compañera, si cuando estuvo en el infierno de Villa Grimaldi pensó en que alguna de las muchachas –Michelle Bachelet fue una de ellas- que estaban ahí, y que no sabían si saldrían con vida de la tortura, sería la primera mujer que ocupara la presidencia de Chile. Me dice que no, que la esperanza no era tan grande y bastaba con sobrevivir.

Somos chilenos y sobrevivientes. Fieles a nuestra cultura, a las cinco de la tarde nos tomamos un “tecito”, pegados a la radio y escuchando que, por ejemplo, al diputado derechista Longueira cuando fue a votar lo escupieron y llamaron asesino, o que a un ciudadano de Quinta Normal le robaron el documento de identidad justo cuando depositaba el voto.

La primera vez que votamos en nuestras vidas fue en 1970, y fue emocionante marcar la “equis” junto al nombre de Salvador Allende. La última vez fue en Gijón para las elecciones europeas: una vez más nuestro voto fue socialista y con natural desconfianza. ¿Quién confiaría en socialdemócratas como Blair o Schroeder?

Desde Valdivia, Milena Chacón -¿cuántos años tendrá la dueña de esa hermosa voz de muchacha?- informa que un ezquizofrénico golpeó a un teniente del ejército, y naturalmente fue detenido por alterar el orden público. Antes, otra bella voz de chilena ha contado que en otra mesa, “los desconocidos de siempre” robaron material electoral, es decir votos, urnas, lápices, botellas de agua, y que el candidato de las fuerzas de la izquierda no representada en la extraña democracia chilena, Tomás Hirsch, almorzaba en un hotel de Santiago. “Humitas”, indica Carmen, “los compañeros comen humitas en verano”. Yo opino que comía “locos”, el mejor de los mariscos chilenos, y que mientras más se prohíbe su venta para preservar la especie –para los chinos y los coreanos- mejor sabe. ¿Qué comías, Tomás? ¿Sabías a esa hora que en el territorio antártico sacaste más votos que la derecha?

Joaquín Lavín, el hasta hace poco delfín de Pinochet, espera los resultados en su casa y con cautela. Tal vez se huele los sobacos y creer sentir un tufillo a sujeto políticamente muerto. Sebastián Piñeira, el otro candidato de la derecha, juega tenis y mantiene un optimismo propio del hombre que se sabe el sepulturero de su rival.

Ni Lavín ni Piñeira se preguntan qué ocurre con Pinochet, a estas horas detenido en su casa y con la posibilidad de ser juzgado como ladrón y criminal cada vez más cerca. El analista Guillermo Holzmann señaló con claridad: “ Los candidatos más cercanos al pensamiento de Pinochet han optado por una actitud de indiferencia y no verse involucrados en lo que podría ser un juicio del pasado, que juegue en contra de sus posibilidades electorales”. Pinochet es ciertamente un cadáver, pero aferrado a las espaldas de toda la derecha chilena.

Pudahuel es una comuna popular cercana al aeropuerto de Santiago. Una voz de mujer lee los resultados de su mesa: Piñeira 46 votos, Lavín 43 votos, Hirsch 13 votos, Michelle Bachelet 92 votos. Y son las cinco de la tarde, exactamente las cinco de la tarde.

Y a esta hora garcíalorqueana, Sebastián Piñeira debe preguntarse qué hace históricamente la derecha chilena dividida, y la respuesta debe parecerle obvia: acercarse a la democracia cristiana.

Michelle Bachelet, con inteligencia política sabe que sólo se deben hacer valoraciones luego de tener más de un 70 por ciento de los votos escrutados, pero también sabe que , de no triunfar en la primera vuelta, la Concertación para la democracia –la coalición gobernante y que la respalda– saltará en mil pedazos, pues el juego de seducción de la derecha hacia la democracia cristiana rozará la pornografía. Y también sabe que la esperanza generada en torno a su personalidad de mujer tolerante, mesurada, más que capaz para presidir al país, la conducirá inexorablemente a abrir mayores esperanzas y a cumplir con el más caro de los anhelos de las chilenas y chilenos: terminar con la constitución heredada de la dictadura, redactar otra, moderna y republicana, y devolver a Chile la plena normalidad ciudadana, hacer de Chile un país civil y civilizado.

Michelle Bachelet sabe que todas las controversias respecto de la transición chilena a la democracia, han estado viciadas de falsedad y cinismo: de ella dependerá que la transición empiece realmente, y ella culminará cuando los intereses de la sociedad civil chilena no estén determinados por los intereses de mercado, por el más que discutible modelo económico chileno, que ha hecho de Chile el país de mayor crecimiento macro económico, pero el de peor reparto de la riqueza.

Michelle Bachelet debe representar el urgente cambio generacional para la izquierda. La derecha ya lo hizo a su manera; Lavín era un joven con mentalidad de dinosaurio. Ahora es un perro viejo lamiendo las heridas de su fracaso.

Al atardecer de Chile, cuando los vocales y presidentes de mesa entregan los documentos que legitiman la elección, y hacen planes respecto de un buen vino blanco muy frío en algún boliche del barrio Bellavista, las cifras anuncian que habrá segunda vuelta y se abre entonces el espacio para la meditación. La derecha liderada por Piñeira ya sabe qué hacer: terminar de sepultar el pinochetismo abierto y desenfadado de Lavín, y agotar las existencias de perfumes insinuantes, aromas papales, efluvios vaticanos para conquistar al beaterío incómodo con un segundo mandato socialista.

Michelle, por su formación, por su experiencia y su cultura, sabe que debe ganar por la izquierda, y esa es la tarea más difícil en un país como Chile. Y Tomás Hirsch sabe, y si no lo sabe debe saberlo, que los votos perdidos son votos para la derecha, que la política es el arte de lo posible, de la negociación de cara a los electores, y que tanto las posiciones inmovilistas de la derecha como el maximalismo de izquierda sólo conducen a más de lo mismo, a la preservación de un sistema injusto y al desprestigio de la política, ese regalo del cielo que siempre beneficia a la derecha. Es hora de pensar, pero de pensar como mujeres y hombres de izquierda.

Así, desde España vivo las elecciones en Chile. Votar, sufragar, elegir, esos hermosos verbos tan lejanos para las chilenas y chilenos que vivimos más allá del mar y la cordillera.

* Escritor.

Crónica publicada en Le Monde Diplomatique edición chilena (www.lemondediplomatique.cl/-Columnas-de Luis-Sepulveda-NUEVO-.html).

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