Ciencia Ficción: Latinoamérica Unida, el nuevo mecanismo de integración que EU debe respaldar

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Los veinte países que componen América Latina están avanzando con rapidez en su acuerdo para formar una unión política y económica supranacional. La propuesta de Latinoamérica Unida sería similar a la estructura de la Unión Europea, federación de naciones con libertad de movimiento interno, una divisa única, nada de tarifas arancelarias entre sus miembros y regulaciones en común. Se espera que la entidad promueva la unidad regional, el buen gobierno y que fortalezca las economías de los Estados miembros.

Hasta ahora la respuesta de Estados Unidos al plan ha sido, pues… exagerada. El representante republicano por Wyoming Steven Allworth dijo que Latinoamérica Unida es “un intento de acaparar poder que amenaza las fronteras” estadounidenses, aunque no aclaró qué le correspondería hacer a Estados Unidos para evitar que se forme el bloque. En una visita a la Casa Blanca, la presidenta francesa, Anne Nouguez, señaló que Washington parece tener “pánico latinoamericano”, a lo que la portavoz Indra Vernon respondió que Francia ha sido particularmente agresiva en sus acciones recientes contra la expansión de la Unión Africana. En medios y redes sociales abundan las imágenes provocadoras y los rumores: multitudes de supuestos migrantes, desfiles y grafitis críticos con Estados Unidos.

No queda claro aún cómo responderá el gobierno estadounidense a la propuesta de unificación, pero si procede la presunta amenaza existencial con los veinte países —o tal vez diecinueve, pues no es seguro que Cuba cumpla con los requisitos de membresía—, ¿qué debería hacer Estados Unidos?

La respuesta más clara y sencilla es: nada. Washington ya ha metido sus narices demasiadas veces en la política regional al tumbar o respaldar regímenes en prácticamente cada país. Ahora es tiempo de que tomemos un paso atrás y dejemos a los latinoamericanos decidir qué tipo de gobierno y sistema quieren, sin interferencia estadounidense.

Dicho eso, siempre parece que somos incapaces de mantener tal mesura; en este caso el motivo es algo comprensible. En su totalidad, América Latina es la nación vecina más grande de Estados Unidos y con una población dos veces mayor. La larga frontera que compartimos con México y la proximidad de muchos vecinos caribeños dejan a Estados Unidos especialmente expuesto en casos de cambios a la política comercial o de seguridad. Si todas esas fronteras se vuelven parte de una sola entidad —la cual sigue siendo desconocida e impredecible— que tenga una sola política exterior podría pensarse como posible amenaza, a pesar de que las negociaciones y los tratados serían más sencillos.

Dado que Estados Unidos tiene la economía más grande para un país individual, está acostumbrada a tener la posición de dominancia económica. Pero de combinarse todas las economías latinoamericanas, eso cambiaría. Estados Unidos quedaría adelante en términos de su PIB, pero Latinoamérica Unida luciría menos como un lugar necesitado de asistencia financiera y más como un rival poderoso. Puede que haya tropiezos económicos en el camino a la unificación, pero al final la economía conjunta de Latinoamérica Unida terminaría creciendo.

La unión promete ser un respaldo financiero y administrativo sólido para las metas económicas regionales y para los productos internos, con previsiones para las comunidades indígenas. El mercado común facilitaría el comercio dentro de Latinoamérica Unida, pero con las experiencias combinadas de todos en la región se impulsaría también el comercio hacia el exterior; eso significaría mayor competencia con los productos estadounidenses.

Los legisladores y economistas que diseñaron el tratado de unificación aprendieron de experimentos pasados de moneda común y estarán realizando un experimento propio: la región adoptaría una sola divisa, pero usará algoritmos sofisticados para que haya flexibilidad a nivel micro en la política monetaria subregional según las pequeñas diferencias en bienes estándar y controles de arbitraje más locales. Estados Unidos debería estar más preocupado por la posibilidad de que Latinoamérica Unida vincule el valor de su peso americano al yuan chino en vez de al dólar.

La posibilidad de una economía más grande y creciente en el resto del continente asusta, es comprensible. Pero hay muchas razones por las cuales creer más bien que tal comunidad fortalecida sería buena para Estados Unidos.

Con ello tendría un socio comercial más grande; podríamos diversificar nuestra exportaciones e importaciones, y reducir nuestra dependencia en China.

Incluso una América Latina unificada posiblemente tendría más cabida para implementar estándares abarcadores para el bienestar de los trabajadores y la protección medioambiental. Yeruti Benítez, vicepresidenta de Paraguay y quien ha hablado abiertamente de que quiere tener una posición de gobernanza en Latinoamérica Unida, ha dicho que estandarizar las leyes sobre derechos laborales será una de las movidas iniciales de la entidad. Hasta mejoras moderadas en este tema, y la aplicación correcta de las leyes respectivas, tendría un efecto considerable en reducir la tercerización de ciertos trabajos de Estados Unidos hacia países latinoamericanos. Si los políticos realmente se comprometen con el “capitalismo ético”, el término que más está de moda, deberían estar contentos con el prospecto de un campo de juego más parejo.

Una América Latina más unificada reduciría además los compromisos del gobierno estadounidense con la región. Estados Unidos gastó casi 100 millones de dólares en asistencia posdesastre a Latinoamérica, la mayoría de esos fondos fueron, claro, por el devastador tsunami en la cuenca del Caribe. Latinoamérica Unida requeriría que sus miembros hagan inversiones para la preparación en casos de desastres y tendría un presupuesto regional para la respuesta a estos, para tener una mayor resiliencia y menos necesidad de asistencia extranjera.

Además, la organización supranacional sería la primera parada de contacto para los Estados miembro que tengan problemas financieros o una crisis política. La disputa diplomática que hubo el mes pasado entre Bolivia y Chile —exacerbado, a decir de la prensa amarillista, por las letras de una cumbia— ha sido usada por algunas personas para argumentar que hay muchos desafíos para realmente unificar a América Latina.

Pero la experiencia de otras organizaciones supranacionales sugiere que son especialmente adeptas para resolver este tipo de incidentes: tanto la Unión Europea como la Asociación de Naciones del Sureste Asiático han logrado ser mediadores entre los Estados miembro para que los momentos de excesivo orgullo nacional no se salgan de control. Aunque Estados Unidos todavía debería tener un papel importante hacia sus vecinos con eso sería más propicio para las personas latinoamericanas solucionar problemas latinoamericanos.

La unidad en América Latina tendría, además, un efecto importante en el tema más espinoso de la discusión: la migración. Probablemente facilitará la vida de los millones de estadounidenses que cada año se jubilan y se mudan a países latinoamericanos, con procesos más agilizados, así como los viajes turísticos en general en la región. Claro que esa no es la migración sobre la cual a tantos políticos estadounidenses les gusta gritar. Están más preocupados por la migración hacia Estados Unidos, sobre todo la no autorizada, desde América Latina, a pesar de que las cifras de esos movimientos han estado cayendo desde hace décadas.

Los Estados miembro potenciales del grupo siguen debatiendo cómo será el tema migratorio dentro de la unión. Ya se propusieron la libertad total de movimiento, documentos migratorios con vigencia temporal y posibles cuotas subregionales. En cuanto a qué sucederá en este tema para su relación con Estados Unidos, sí quedan claras algunas cosas y quedarían a nuestro favor. Cualquiera de las políticas propuestas mejorará el desplazamiento de los trabajadores dentro de América Latina, para que las personas puedan trasladarse por la región sin el peligro, los altos costos o la inesperada revocación de documentos.

Después de la unificación europea se disparó la migración interna, lo cual alivió el desempleo en algunos países y aumentó la demanda de mano de obra en otros. A medida que mejore la economía de Latinoamérica Unida y se vuelva más fácil para la gente aprovechar las partes que mejor funcionen de esa economía será cada vez menos necesario hacer el viaje riesgoso hacia Estados Unidos. El que se faciliten los movimientos internos también aumentará las opciones de las personas que se vean amenazadas por la violencia y por abusos a los derechos humanos, además de quienes son afectadas por la pobreza.

Lo que es más, dado que la mayoría de la migración no autorizada hacia Estados Unidos involucra traslados en por lo menos dos países antes, tener una autoridad única que lidie con la política migratoria sería un desarrollo positivo. De hecho, algunos economistas han sugerido que la mayor desventaja para Estados Unidos de la unión latinoamericana propuesta es que la cantidad de inmigrantes, que impulsan la economía estadounidense, bajaría.

Entonces ¿por qué hay tanta gente con pánico?

Parece que este acuerdo empezará a atender, aunque no resuelva por completo, muchos de los problemas que los políticos en Estados Unidos le han atribuido a América Latina por tantos años. Por lo que en respuesta a la unificación latinoamericana, en Estados Unidos debemos más bien sacarnos de la ecuación.

Que los latinoamericanos sí se encarguen de cómo quieren gobernarse. Hay que respaldar sus intentos de establecer un autogobierno más poderoso y mejor o, de plano, no hacer nada. Hay que darle la bienvenida a lo que seguramente terminaremos por llamar —gracias a la cantidad de su población, economía y geografía, aún si todavía no tenga otros rasgos— una nueva superpotencia.

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