Circo chileno. – LA GRAN ESTAFA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Lo primero es reconocer que la pista no es buena. Es larga y angosta y no redonda como los negocios que hacen los dueños del circo. Lo segundo es que en el reparto de las llamadas “cachetadas del payaso”, la que recibe todos los premiados es siempre la mujer de goma, aquella que una vez creyó que sería el número estelar del programa circense, pero que hoy no es sino el receptor final de cuanto golpe artero se cruzan entre sí los lastimosos payasos del circo nacional.

Pero dejemos la alegoría a un lado porque en verdad la manga de saltimbanquis, malabaristas, escamoteadores, magos y bufones que han hecho de la política chilena un triste y desolador espectáculo, están deslizándose por un terraplén demasiado peligroso para tomarlo a broma, por ridículo y grotesco que parezca.

Peligroso porque están creando lo que Unamuno llamó “una psicología de masas”, una aceptación generalizada de que la política es así y, sobre todo, que no existe ninguna salida más que aquella de contemplar con desesperanza y frustración cómo la degradación moral va emponzoñando, de manera trágica y no cómica, los rincones más impensados de nuestra realidad sociopolítica local.

Cuesta, sin embargo, esconder la carcajada al presenciar esta bolsa de gatos en la cual los golpes dentro de la Concertación vuelan a diestra y siniestra como en una trifulca de borrachos. Uno de los capítulos más relevantes de esta comedia absurda y fraudulenta ha sido, sin duda, la reacción del conglomerado de gobierno ante el tongo de mal gusto que protagonizó la derecha hace algunos días.

Como se recordará, la UDI y Renovación Nacional anunciaron, con gran estridencia y cínico oportunismo, su oposición al proyecto de ley de depreciación acelerada que el ministro de los grandes capitalistas enquistado en el gobierno, el señor Andrés Velasco, enviara al Congreso como apoyo a la cúpula del empresariado nacional y extranjero que domina la economía chilena desde la época de la dictadura.

Esta derecha, la misma derecha antiguamente oligarca, luego dictatorial y fascista, hoy neoliberal y globalizada –pero siempre patronal y plutócrata– pretendió erguirse como defensora de los pequeños empresarios, aquellos que más sufrieron los embates económicos cuando gobernaba Pinochet. Una maniobra, sin duda, burda y politiquera que se une a otras del mismo corte que viene realizando para alcanzar el poder político. Sin embargo, con todo lo descarado que ello sea, esto se puede considerar normal en la conducta de un conglomerado que hace pocos años formaba parte de una de las dictaduras más feroces del continente.

Lo que mantiene perpleja –y por desgracia paralizada– a la opinión pública nacional, son las volteretas y contorsiones que rayan en lo ridículo de los personeros de gobierno y de los partidos de la Concertación. ¿Cuál es el escenario objetivo que hoy exhibe la comedia política del país?

Por una parte un gobierno supuestamente de centro izquierda, representante de un importante sector progresista del país y, por si fuera poco, con una presidenta socialista que perteneciera al ala más consecuente de ese partido en el que militara un día Salvador Allende. Por el otro, la derecha, brazo político del gran empresariado que mantiene en sus manos todo el poder económico de la nación.

Sin embargo los mejores proyectos y planes económicos inmediatos y de largo plazo para favorecer a ese gran imperio del dinero capitalista y explotador, que mantiene bloqueado, como siempre, el surgimiento de una sociedad más justa y equitativa, provienen precisamente de la socialista Bachelet y del conglomerado político que la apoya. ¿El mundo al revés, piensa usted? No, mi querido y paciente lector. Este aparente circo de bufones y contorsionistas tiene una lógica clara y perfectamente explicable a la luz de lo que ha sido el devenir nacional y también en el mundo en los últimos 20 años.

La marca de Caín en la frente de Abel

El termino de la dictadura, es bueno recordarlo, se produjo básicamente por un acuerdo entre el flamante conglomerado de oposición, hoy gobernando el país por casi 20 años, y los servicios de inteligencia y del gobierno de los Estado Unidos que vislumbraban, a finales de la década de 1981/90, el colapso del socialismo como ideología y como amenaza concreta al derrumbarse las naciones comunistas del este. La nueva cara que debía exhibir el imperio del norte ante el fin del fantasma socialista implicaba desembarcar a sus socios de tropelías, las dictaduras pardas del continente, demasiado desprestigiadas e impopulares, pero sobre todo por ser ya inútiles a los nuevos intereses del imperio.

A esta necesaria operación cosmética, se agregaba en Chile el peligro representado por la envergadura que tomaban las protestas que podían conducir a un caos que desembocaran en un bogotazo al estilo Gaitán, que pudiera írsele de las manos a la dictadura dando paso a una salida de imprevisibles consecuencias para el imperio. Un acuerdo ventajoso, entonces, con el único conglomerado opositor de aspecto coherente y confiable permitiría al Departamento de Estado yanqui sacar al dictador de manera “civilizada” y sin traumas para el futuro sociopolítico del país.

Pinochet comenzaba a quedar solo, abandonado incluso por la derecha económica que veía –en la agudización de la lucha antidictatorial, un peligro latente para sus intereses. El sátrapa tenía, sin embargo, su “sindicato”, como llamaba Carlos Ibáñez a las Fuerzas Armadas que le eran incondicionales, lo que le daba todavía una capacidad de maniobra relativamente amplia. Pero a la CIA no le asustan los taimados.

Uno de los capítulos mas significativos que grafica los métodos del Departamento de Estado para desembarcar incluso a quienes fueron sus aliados, lo representa el ya olvidado episodio de las uvas envenenadas que conmovió a la opinión pública, pero que tuvo un claro objetivo estratégico político y económico para obligar al tirano a ceder ante las presiones del norte.

Hay que recordar que en ese entonces, sin el alto valor del cobre actual ni el auge alcanzado más tarde por otras ramas de la economía, como por ejemplo la industria del salmón, el país basaba sus expectativas en la exportación de la fruta cuyo éxito significaba un balón de oxígeno para la vapuleada economía de la dictadura. EEUU, mediante la maniobra de las uvas envenenadas, que cerró el mercado norteamericano a la exportación frutícola chilena amenazando extenderse al mercado oriental y al europeo, le demostró al tirano que podía asfixiarlo agarrándolo por su punto más débil, el económico, si se negaba a entregar el poder a los opositores moderados que habían ganado el plebiscito para dar paso a una democracia cautelada, gradual y vigilada, como efectivamente ocurrió poco después.

Esta fue la génesis del acceso de la Concertación al poder. Nació amarrada y comprometida con el gran gendarme que le garantizó amarrar los perros del militarismo, asegurándole la cooperación económica del gran capital hacia sus pares nacionales, además de privilegiarla en el trato de su política de Estado, a cambio del compromiso de la flamante coalición de cerrar el paso al extremismo y a los planes de justicia social heredados del gobierno de Allende.

Una de las perlas más significativas del cumplimiento de este acuerdo, fue el TLC, tratado de libre comercio, que Wáshington estableció tempranamente con Chile, mucho antes que se destara la diarrea de tratados con los que hoy el imperio intenta amarrar a las economías latinoamericanas, denunciado certeramente por Hugo Chávez.

¿Cuál ha sido el papel de la izquierda chilena en estos últimos 20 años?

Simplemente ninguno. La izquierda, desmembrada políticamente después del viraje socialista y su incorporación a la gran estafa de la democracia chilena, cayó en un terraplén de chambonadas y desaciertos en los cuales la responsabilidad principal corrió por cuenta de un Partido Comunista que quedó “marcando ocupado” como dice la jerga popular, luego del derrumbe de su mentor ideológico, la Unión Soviética. Había desaparecido “el Hermano Mayor”, al que la ingenuidad y pocas luces de la dirigencia local veía como el paraíso terrenal leninista “caminando ya por la etapa superior del socialismo: la sociedad comunista”, como le gustaba repetir a los Volodias, Corvalanes y compañía.

El Partido Comunista, al que hay que reconocerle sus grandes aciertos locales entre ellos el haber sido el verdadero artífice del triunfo popular de 1970, optó ya antes del plebiscito que significó la salida de Pinochet, por una línea desfasada, antimarxista al enajenarse de la realidad que comenzaba a vivir el país, y casi caricaturesca al convertirse en una montonera marginal circunscrita a los extramuros de la política chilena.

Bajo la conducción de la dama de hierro del comunismo, Gladys Marín, convirtieron la lógica de la destrucción, la molotov, la honda y hasta la del saqueo, en la línea unilateral, absolutista y obsesiva de un partido que debió posesionarse y adaptarse rápidamente, como fuerza política y no militar, al nuevo escenario que se abría con el advenimiento de una democracia. Esta, aunque deficiente y vigilada, permitía estructurar un programa coherente y sólido que concitara la confianza y las esperanzas de un país que estaba ya saturado de violencia y sangre, y al que sólo se le ofrecía un futuro concertacionista que nacía amarrado de pies y manos a los designios del imperio del norte.

Hemos recalcado, y lo repetimos, el valor personal de una luchadora honesta e inclaudicable como lo fue la dirigente comunista. Pero ello no obsta para esclarecer el error garrafal que cometiera Gladys al empujar a un partido tan importante como el suyo, a una política errada que empantanó a la izquierda por casi 20 años. Más aún si el Partido Comunista quedó casi como el único referente con coherencia organizativa ante el vergonzoso contubernio en el que aceptó entrar su antiguo aliado socialista.

El Partido Comunista tenía, entonces, una doble responsabilidad que no asumió en el momento histórico que se vivía.

La prueba más palpable del pobre papel jugado por la izquierda en todos estos años, lo muestra la realidad actual que comienza a vivir Chile y, principalmente, lo que está ocurriendo en toda América Latina. Fracasada la Concertación, desenmascarada su política claudicante y ante su caída en la credibilidad y el apoyo ciudadano mostrado por las últimas encuestas, la gran masa de desencantados no tiene a dónde volver la vista.

Es absolutamente explicable que ese gran porcentaje nacional que hoy comienza a abandonar a la Concertación, no aparezca sumado a la cuenta de la derecha. El pueblo chileno quedó saturado de dictadura, aborrece y reconoce, por suerte, el rostro engañoso y timador con el que se presenta estos flamantes paladines de la justicia social representados por los viejos líderes golpistas de la UDI y Renovación Nacional. Pero, insisto, no tiene esta mayoría dónde depositar sus esperanzas ante el sitio vacío que queda a su izquierda.

El “mensajero del imperio” vuelve a recorrer el continente

¿Qué ocurre entretanto en el continente latinoamericano? No lo decimos nosotros, sino el más retrógrado y conservador representante del Santo Oficio inquisitorio, convertido hoy en psapa gracias al poder del Opus Dei dentro de la Iglesia Católica. El antiguo nazi Ratzinger, apareció la semana pasada, y no de manera casual, en Brasil llevando su mensaje de odio y sometimiento que le encomendara el imperio. No hace sino repetir el esquema de su antecesor que en la década de los ochentas recorrió América Latina predicando contra los movimientos de liberación nacional, misión comprendida en el vasto plan de la CIA para derrotar el avance del socialismo en el continente.

No vamos aquí a analizar el peregrinaje de tan “santo” varón cuyas intenciones se conocían desde mucho antes de su advenimiento al papado. Una sola de sus frases pronunciada en Brasil, refleja el verdadero objetivo de su visita: llamó a tener cuidado con “las viejas ideologías que parecen estar renaciendo en América Latina”.

Gran verdad. Gracias a Dios, señor Ratzinger, las benditas teorías de la liberación que usted fue a aplastar en Brasil y en nuestro continente, están efectivamente renaciendo. El gran complejo de la izquierda mundial heredado de los socialdictadores de las ex naciones socialistas, un fracaso que algunos, incluso en la izquierda, quisieron atribuírselos a la ideología, está siendo superado y en ello ha jugado un papel preponderante y vigoroso la revolución bolivariana de Chávez en Venezuela.

No sólo en la patria de Bolívar, sino extendiéndose cada vez más en el continente, renace una izquierda sin complejos ideológicos, reivindicando los principios fundamentales del socialismo, tanto en la base económica del Estado socialista como en el ordenamiento social y político de la superestructura.

Las razones de este renacer hay que buscarlas en la conducta realista, madura y estratégica con que la izquierda de estas naciones aguantó el chaparrón que ocasionaran los traidores de la ideología. Eso les ha posibilitado ofrecer en sus países una salida con grandes posibilidades de éxito para romper el aparente destino fatal con que el imperialismo quiere convencer al mundo que nos reserva el futuro. Esta izquierda latinoamericana ha podido alcanzar mediante el sufragio, el gobierno en esos países para iniciar las transformaciones que derroten al neoliberalismo que sólo ha traído mayor pobreza y dolor en las naciones sometidas por el capitalismo internacional.

En Chile, en cambio, al optar por decenas de años por una política de violencia irracional –la violencia racional también existe, pero el arte del revolucionario es detectar el momento en que ella debe ejercerse– sembraron en la base social del país la sensación de una izquierda caótica, sin un programa político y socioeconómico realista y alternativo al fraude concertacionista que comienza a hacer agua en este último tiempo.

Esta realidad es la que oscurece de negros presagios el futuro inmediato y de más largo plazo de nuestro país.

fotoUna cabeza de turco o la gran ingenuota del momento

Hace algún tiempo, en otro artículo, nos referimos a Michelle Bachelet como una mujer honesta y colmada de buenas intenciones, pero víctima de la política perversa y claudicante de la Concertación y de su propio partido. Dijimos de ella, parodiando lo que se dijo del Cid en el famoso romance, que habría sido un muy buen vasallo “si oviese buen señor”. También vaticinamos hace tiempo en este mismo sitio, que la “pobre Michelle” pagaría con su cabeza, como Luis XVI, los excesos de Luis XIV, hoy flamante cabecilla de la defensa ecológica de la tierra.

Michelle Bachelet, la mujer de goma del circo mencionado al comienzo, camina hacia la hoguera con el estoicismo de su congénere francesa del siglo XV, la doncella de Orleáns. Sólo que su guerra no durará cien años: Apenas cuatro, de los cuales ya gastó más de uno.

La piara de payasos, contorsionistas, magos y bufones de este circo tan sui generis continuarán la función hasta que el público, hastiado del mal gusto, abandone las graderías en señal de repudio. Lo malo es que afuera de la carpa, al menos por ahora, no lo estará esperando nadie para ofrecerle un espectáculo más digno y de mayor calidad.

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* Escritor.

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