Claudio Simiz:  Un mundo que nos afila las garras y nos tapona los oídos…

1.803

Claudio Simiz nació  en la ciudad de Buenos Aires y reside en la ciudad de Moreno, provincia de Buenos Aires, República Argentina. Es Profesor en Letras (desde 1983) y Licenciado en Letras (desde 2003) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Desde 1985 se desempeña en Educación Superior y ha estado al frente de diversas cátedras.

— A los veintitrés años te recibiste de Profesor en Letras y cuatro lustros después de Licenciado en Letras. Qué te habrá inclinado hacia la obtención del segundo título universitario. Y ahora, habiendo ya aprobado los seminarios correspondientes, estás elaborando tu tesis a los efectos de recibirte de Doctor en Letras.

 Provengo de una familia humilde, gente del interior. Si bien mi madre era lectora y mi padre partícipe entusiasta de movidas sociales, la vida académica era algo muy distante en mi hogar (ellos sólo habían hecho la escuela primaria), aunque me apoyaron en la “idea rara” de estudiar Letras. Lo menciono porque la facultad (“Filo en UBA”) fue un mundo muy extraño para mí (por ejemplo, no sabía que existían “los prácticos”, casi pierdo unas cursadas por eso).

Hice la carrera en cinco años, porque había pedido prórroga para el Servicio Militar, tenía que recibirme “sí o sí” y cumplir con la beca que conseguí en el último tramo de mis estudios. Cursé entre 1978 y 1982, o sea con los militares en el poder; la universidad (y encima Filo) había sufrido una poda espantosa, y era apenas (lo comprendí con los años) un profesorado de cierto nivel, además con muchas “zonas oscuras” (el énfasis estaba puesto en lo clásico, lo estetizante; recuerdo que me sugirieron, ante mi propuesta de dar a Gabriel García Márquez en mis prácticas, que “evitara autores que están en ciertas listas”).

En síntesis: luego de cinco arduos y bastante amargos años (nunca del todo integrado a ese cosmos), por un lado, me sentía orgulloso de haber llegado “ahí”, o sea, mi título universitario, el primero en toda mi familia paterna y materna, y a la vez percibía cada vez con más intensidad que me faltaban muchas cosas. Las busqué en la militancia política, en el desarrollo de tareas periodísticas y culturales…

Por otro lado, y como rubricando mi “extrañamiento”, había formado parte de un grupo de investigación en la facultad, que se disolvió por renuncia del profesor (no se sintió bien tratado por las nuevas autoridades, era una persona muy prestigiosa y bastante mayor) antes de intentar el ingreso al Conicet, así que desde 1983 mi nexo con lo académico prácticamente se restringió a mi noviazgo con una chica de la facultad. Mi escritura poética se fue tornando, por entonces, notablemente esporádica.

Mi vida laboral se orientó entonces a la docencia y a las actividades que mencioné, así que sólo catorce años después decidí retomar la senda universitaria, cuando se me impuso la necesidad de realimento intelectual, de planificar una nueva etapa, luego de pasar por otra de “cuerpo a cuerpo” con el mundo, que incluyó la formación de una familia y mi especialización (más fáctica que teórica) en Educación Terciaria.

En simultánea, reapareció la veta de la escritura artística, semiabandonada durante una década. Promediando la licenciatura (que cursé bastante rápidamente), una beca de investigación del Fondo Nacional de las Artes me permitió viajar por el interior, indagando sobre los grupos literarios del ‘40 al ‘80.

En ese transcurso cobré conciencia de la conveniencia de desarrollar miradas más amplias en el ámbito de nuestra cultura, y también de que mi experiencia como periodista, docente, escritor y animador cultural me brindaba un instrumental eficiente y un “puesto de observación” original para desarrollar los estudios que me proponía, más allá de mi precaria formación como investigador universitario.

Así, un par de años después, desemboqué en el doctorado, centrado en uno de los grupos que había investigado. Esa fue otra etapa, que me abrió un amplísimo horizonte de contactos, fundamentalmente con investigadores de las provincias, en jornadas, congresos y simposios.

— ¿Cuál es el tema de tu tesis, Claudio? ¿Cómo lo planteás?

 — Mi tesis (aún no tiene título definitivo) se plantea, en principio, como el análisis del proyecto “Tarja”, emprendimiento artístico-cultural generado en Tilcara (1955-1960), que significó, entre otras cosas, la fundación del campo intelectual jujeño y la proyección al ámbito nacional de algunos de sus integrantes. Un grupo de poetas (Néstor Groppa, Jorge Calvetti, Mario Busignani y Andrés Fidalgo) junto al plástico Medardo Pantoja, desarrollaron una serie de actividades (fundación de la primera librería literaria jujeña, teatro de títeres, conferencias, conciertos, debates…).

Y, fundamentalmente una publicación periódica de excelente nivel, que alcanzó los dieciséis números y cierto reconocimiento nacional y hasta continental. En ese marco confluyen problemáticas vinculadas a las identidades, historicidad, articulaciones regionales, etc. Digamos, un grupo de escritores de una provincia “marginal” dice, promediando el pasado siglo, “aquí estamos” y plantea su diálogo con su propia comunidad, el país, el continente y el mundo desde ese lugar simbólico, entre reconquistado y construido.

Había planeado “hacer todo en un día” en San Salvador de Jujuy (cuatro entrevistas, nada menos), y si bien lo conseguí (igual me perdí el último micro a la ciudad de Salta), aconteció un hecho decisivo: la charla con Groppa (paradójicamente, no me dejó grabarlo), que vino acompañada del regalo de la colección completa de la revista“Tarja” y otros materiales. Con Héctor Tizón (que había hecho sus primeros pininos en el grupo), tuve dos charlas telefónicas, nunca estaba en Yala cuando yo andaba por la Quebrada. A Calvetti le realicé un reportaje en las últimas semanas de su vida.

Nunca ha dejado de asombrarme el entusiasmo que genera en escritores e investigadores jujeños (del interior en general) que un porteño de la UBA se preocupe por sus cosas… Este hecho me hizo reflexionar sobre lo que acaso sea el aporte más relevante de mi tesis: la verificación de notables constantes en el origen de los grupos culturales del “interior profundo” (mayoritariamente nucleados en torno de la poesía), su desarrollo y articulación con el campo intelectual porteño y nacional y entre sí.

De allí derivaciones a la temática del canon, la relación de la cultura-la historia-la política y un largo sueño, compartido con otros artistas e investigadores, como Osvaldo Picardo, de rearmar el mapa de la cultura argentina en un marco continental e intercultural (aclaro: lejos de ciertas connotaciones demagógicas que han proliferado en los últimos tiempos alrededor de estos conceptos).

Finalmente, el poner en el centro de la escena a estos grupos (desde lo temático) y la aplicación renovada del comparatismo (en lo teórico) en diálogo con distintos paradigmas (el geocultural, la sociocrítica, entre otros) y el uso de variedad de fuentes (en lo metodológico) constituyen, creo, un incentivo a otros investigadores para recorrer los senderos de nuestro acervo y sus potenciales desarrollos.

Con Gregorio Angelcos

— Uno de los trabajos que conforman “Actas del Vº Congreso de Narrativa Folklórica” (Universidad Nacional de La Pampa, 2001) es tu “Héctor Gagliardi: Identidad porteña en los ’40 y polémica sobre la cultura popular”.

 Héctor Gagliardi [1909-1984] fue una figura insoslayable (por llegada al público, originalidad e influencia) en la cultura porteña (y de algún modo, nacional), durante por lo menos tres décadas. Era un tipo talentoso, que logró una irrepetible síntesis entre la cultura tradicional del porteño “del ‘40 en adelante” (tango, radioteatro, tertulia), la tradición payadoril campera y los nacientes escenarios artísticos que fueron surgiendo en la época (fundamentalmente, el radiofónico, aunque sus

Con sus hijos

poemarios se vendieran en los kioscos de diarios y revistas y no cesaran de re-editarse, habiendo participado, además, en programas televisivos y en espectáculos teatrales).

Su poesía, emotiva, tradicional en su estilo, sensiblera, por momentos, sabía reencontrar a su público con las vivencias y personajes “típicos” (la maestra, la primera novia, la “barra” del barrio…); difícil era escucharlo y no sentir que asomaba algún recuerdo desde lo más íntimo. El gran secreto de Gagliardi, en mi opinión, era su modo de recitar, cambiante en el tono, sabiamente dramático, insuperable en el manejo de los silencios, una gesticulación estudiada y llegadora.

Con Sonia Olmo

Me recuerdo de niño, lagrimeando al escuchar “El Rusito” o “El Sapito”; he visto extasiarse a hombres y mujeres, hoy desaparecidos en su mayoría, ante la caravana evocativa de sus poemas. Por otra parte, él despertó, además del innegable apoyo popular, más de una tensión en ese gran caldero ideológico-cultural que fue el peronismo en su origen y despliegue.

Es notable que los prologuistas de sus libros (Homero Manzi, Alberto Vacarezza, Horacio Becco, Cátulo Castillo, Jorge A. Bossio, entre otros), embanderados en lo que llamaríamos “cultura popular” (con las polémicas connotaciones de la época), duden en cómo clasificarlo y hasta en reconocer plenamente sus dotes.

Manzi esboza en su prólogo (en polémica con Borges, al que admiraba pese a la polarización política)

Con Rafael Alberto Vásquez

un intento de explicación sobre “lo popular” (así titula, y con signos de admiración) en Latinoamérica, a partir de la aceptación de lo bueno mezclado con lo malo, pero asumido como propio por el pueblo, como identidad, defensa y proyecto. Éstas y otras tensiones han despertado Gagliardi…

A tantos años de mis primeras emociones ante sus versos (confieso que salvé de “irse a diciembre” a un alumno porque recitó magníficamente tres poemas suyos), no puedo evitar reflexionar sobre los momentos de felicidad que sólo el arte popular (en el más digno sentido de la expresión) puede depararnos, trascendiendo los velos del solipsismo, del “refugio interior”, rumbo a los espacios solidarios de las vivencias y sueños compartidos.

— Desplazándonos hasta 2013, advierto que un ensayo que titulaste “Diez apuntes sobre la poesía de Amelia Biagioni” se incluye en el volumen dedicado a la obra de dicha autora (1916-2000), compilado por Santiago Sylvester.

 La poesía de Biagioni fue uno de los azoramientos estéticos de mi adolescencia. La atmósfera mística de “El Humo” y después, en rápida sucesión, sus otros poemarios editados, me impresionaron vivamente: en “un ratito” memoricé “Oh tenebrosa fulgurante”…; sentí que había tropezado con “otra cosa” acaso más profunda, sin dudas más misteriosa que mis admiradísimos Atahualpa Yupanqui, Jorge Luis Borges y Alejandra Pizarnik de la época.

Pasaron las décadas y los poetas, y en una presentación literaria, Sylvester (codirector de “Época”, una más que interesante colección de libros de ensayos sobre poesía argentina de Ediciones del Dock) me comenta respecto de la preparación de un volumen sobre Amelia; yo le manifiesto mi admiración por la santafesina y mi reciente relectura de sus textos, en una biblioteca de pueblo que ella había visitado alguna vez. “¿Cómo no pensé en usted?”, irrumpe Santiago y ahí empezó a nacer mi ensayo.

En el libro aparecen, entre otros, textos de especialistas y amigos de la poeta, como Cristina Piña y Valeria Melchiore (escribió su tesis doctoral sobre Biagioni casi conviviendo con ella). Opté por mostrar un panorama propositivo de los caminos que habilita al lector y al crítico el acercamiento a su poesía. Por eso lo titulé “Diez apuntes…”, sin tratar de llegar a definiciones concluyentes, ni cierres definitivos.

El marco de estudio que intento trazar se despliega entre la constitución de un “yo poético”, el desarrollo de un lenguaje original, en permanente mutación, y la búsqueda inclaudicable de lo inefable. A partir de este escenario, postulo, en distintos parágrafos, algunos “puntos de observación” sobre su obra, a saber: su lugar en nuestra poesía femenina.

Los puntos comunes y diferenciales de su itinerario desde su Gálvez natal hasta su consagración; el misticismo (se llamaba a sí misma “la cósmica”, diferenciándose de sus amigas Pizarnik y Olga Orozco) de su poética; la articulación de los lenguajes-miradas artísticas en sus poemas y la consideración de su obra como un todo con “estaciones” (cada uno de sus seis libros) armónicas y secuenciadas.

Sobre el final, propongo una distinción entre mística, filosofía y arte, y ubico a Amelia dentro de ese triángulo, pero mucho más cercana al vértice artístico: un intento de aprehender y expresar la realidad, en última instancia, a través de la búsqueda denodada de la belleza.

— ¿Cómo y cuándo fuiste accediendo a la dramaturgia? Descubrí que una pieza de tu autoría, “Circo Éxodos”, trata sobre el éxodo jujeño, e integró el VII Festival Iberoamericano de Teatro: Cumbre de las Américas. ¿Qué otras obras tuyas se estrenaron? ¿Qué otros textos teatrales has escrito?

 Siempre me interesó el teatro (hasta me casé con una profesora de teatro, pero eso es otro tema). A fines de los ‘80 escribí mi primera obra,“Historias de chicos”, una trilogía de dramas breves centrados en la denuncia de la marginalidad, sobre todo la infantil. Una de las piezas, “Historia de una puerta”, fue estrenada como teatro leído en la Escuela de Teatro de la ciudad de Moreno y cuenta las peripecias de unos niños vendedores del Ferrocarril Sarmiento.

Éstos, en sus juegos, molestan a los pasajeros, hasta que uno de los pibes termina cayendo a las vías “accidentalmente”. El único ejemplar existente (creo recordar) está en el Grupo de Estudios de Teatro Iberoamericano y Argentino (GETEA), un instituto de la UBA, en edición fotocopiada.

Siguió un largo interregno en mi creación dramática, hasta que me presenté (y fui seleccionado) a un concurso de dramaturgos, convocado por la Comedia de la Provincia de Buenos Aires y las autoridades educativas. Se trata del programa “El Teatro y la Historia”, una propuesta de llevar en lenguaje teatral determinadas situaciones y personajes de nuestro devenir, desde una perspectiva no tradicional, a escuelas, centros culturales, cárceles, etc.

Un historiador nos propuso temas/situaciones y una profesora de dramaturgia nos proveyó de algunos lineamientos (obras de no más de tres actores y con un máximo de una hora de duración, fácilmente montables). Yo elegí una situación de personajes “anónimos” en el Éxodo Jujeño (claro, yo estoy bastante empapado de lo que concierne al Noroeste Argentino, por lo ya referido), y así nació “Éxodos”(más tarde rebautizada “Circo Éxodos”), que fue representada por el grupo “Terrafirme”, dirigida por el brillante y hoy desaparecido Claudio Bellomo.

El asunto se centra en dos historias paralelas: dos patriotas y sus dudas de abandonar su tierra, por orden del General Belgrano, y un par de cirqueros, en crisis por su imposibilidad de echar raíces, en medio de su itinerancia. El tema es el desarraigo.

En este sentido, la obra es un homenaje tanto a los esforzados patriotas del interior y su sacrificio (hubo una decena de éxodos en la Quebrada de Humahuaca, en las luchas de la independencia), como a los artistas del circo criollo, cuna de nuestro teatro popular. Los actores fueron alternando sus papeles (patriotas-cirqueros) en escenas sucesivas, hasta donde confluyeron las historias, el momento de la “decisión final”.

Un payador (en la versión de Bellomo, el dueño del circo) efectuaba, en verso y con guiños hacia el público, el “hilván” entre las escenas. Esta obra, escrita en 2010, se representó en institutos con menores privados de su libertad, en un festival internacional, en el festival en homenaje al actor Carlos “Negro” Carella; se la representó, además, en versión infantil, y fue elegida por Lito Cruz para relanzar el programa “El Teatro y la Historia”; el elenco original la repone, de tanto en tanto.

Otra obra que conoció las tablas fue “Don Pedro de la Cueva”, con elenco amateur dirigido por el multifacético Alfredo Costas Herrero, en Merlo. Es una pieza que quiero mucho, se ambienta en una librería “de viejo” que está por “mudarse” (en realidad, es un cierre encubierto). Dos empleados jóvenes encaran la coyuntura con mezcla de bronca y resignación, y uno muy anciano, que está desde su fundación, yace, en una especie de locura mística en el sótano, ordenando amorosamente los libros en cajas.

La presencia de una clienta que viene buscando al Quijote (al que cree un personaje existente) precipita los acontecimientos y al final el viejo emerge de su encierro y se va del brazo con la clienta. Él era, en realidad, Don Quijote. La obra (que se juega, en buena parte, en verso) es un homenaje a la literatura y el teatro, y a los viejos, irremplazables, libreros de Buenos Aires.

Tengo varias obras no representadas (y con pocas esperanzas de pasar de libreto); destaco dos: “Clamona” (drama en tres cuadros) y “Mingo” (tragicomedia en cinco actos). La primera es un juego entre dos mujeres “típicas” (señorona y su criada), que en su ir y venir y bajo el sonido casi ininterrumpido de la radio, en 1982, van develando su drama: la criada (Ramona) intuye que su hijo ha muerto en Malvinas.

La patrona (Clara), termina confesando que su hijo fue secuestrado por los militares y probablemente esté muerto, aunque intente mantener, con su esposo, la farsa del “viaje de estudios”. Ambas mujeres se unen en la lucha, Clara y Ramona se vuelven “Clamona”, clamor de madres.

  “Mingo” cuenta, en versión libre, la historia de Menocchio, un molinero del Friuli, que, a partir de ser (extrañamente, para la época) alfabetizado, de su cultura de origen campesino y de una aguda inteligencia crítica, esboza una serie de teorías sobre el origen del mundo y la sociedad, que son cuidadosamente seguidas por la Inquisición (la investigación que realiza el italiano Carlo Ginzburg se basa en los archivos de ésta), preocupada por los incontenibles efectos ideológicos de la imprenta, en plena Contrarreforma.

Luego de una detención de dos años, y ante las nuevas arremetidas de Menocchio (esta vez cuestionando el orden social), y llegado el caso a Roma, se produce la inevitable incineración del molinero. La obra se juega en dos planos: el pueblo en sus cotidianos haceres, con un Mingo “afiladísimo”, una especie de protoanarquista, y el poder, que habla en off y en verso, estudiando el “peligroso caso” del molinero que pensaba con su propia cabeza y lo expresaba.

Al final, en clave brechtiana, se produce el juicio a Mingo, con invitación al público: y entonces los personajes del pueblo hablan en verso y los poderosos en arrastrada prosa. Final abierto.

También escribí varias obras de teatro breve (monólogos, soliloquios, teatro sin palabras), algunas de las cuales fueron publicadas y premiadas, principalmente a través de la Cátedra Internacional Garzón Céspedes y su publicación “Cuadernos de Gaviotas” (por lo tanto, googleables). Acoto que estar desempeñándome como profesor de Dramaturgia I y II y Teorías del Arte II en un conservatorio de teatro, me ha reconectado con esta disciplina, peligrosamente apasionante.

En los últimos años publiqué varios libros e interactué bastante en la web (principalmente en los géneros poesía y cuento), sin embargo, se me hace cada vez más manifiesta la necesidad del teatro, en sus variadas expresiones, como espacio de comunicación intensa, auténtica, comprometida, en medio de un mundo que nos afila las garras y nos tapona los oídos cada día un poco más.

El teatro es imprescindible para la nueva humanización que pide a gritos la sociedad contemporánea o, al menos, los que soñamos una sociedad distinta, “humana” en el más pleno sentido. Por el momento, no tengo entre mis prioridades publicar mis dramas, preferiría verlos “en vivo”, razón de ser de lo teatral.

— De tu dramaturgia deslicémonos a tu narrativa breve. ¿Qué asuntos preponderan en ella?

 — Ante todo, una aclaración: aunque han aparecido un par de microrrelatos míos en algunas publicaciones latinoamericanas, no me dedico a lo “micro”, tan a la moda en narrativa. Lo mío es, hasta ahora, el cuento breve y el relato. Llegué a escribir tres novelas, dos de la cuales destruí y otra que reconvertí a distintas textualidades.

Cuando hablo de cuento breve me refiero a un tipo de narración ficcional de no más de tres cuartillas, generalmente centrada en un personaje. En“De solitarios” los llamo “discuentos”, porque los juzgocarentes de ciertos atributos, de esa admirable completitud que caracteriza a Horacio Quiroga, Borges o Juan Rulfo, mis maestros en castellano (menos piadosamente, podría hablar de mi distalento).

Ese libro lo publiqué por un premio internacional (había competido con dos cuentos), lo cual me obligó a crear tres o cuatro textos más para armar algo así como un volumen respetable. Seleccionando entre lo ya escrito y planificando los textos complementarios, fue apareciendo el eje convocante de la soledad, la incomunicación de personajes que ensayan infructuosamente la comprensión del mundo y la comunicación con “el otro”.

De allí el título; de algún modo se lo puede considerar un volumen temático y bastante autobiográfico, que, entre otros, debe bastante a Kafka, Dino Buzzatti y Vladimir Nabokov.

En el caso de “Los años pasan según”, también publicado por premio, el concurso era de relato (género que, si bien despuntaba en un par de cuentos del libro anterior, sólo abordé más decididamente en el último lustro), pero el texto ganador es parte de un volumen donde alternan cuento breve y relato, con un tema definido: las huellas del paso del tiempo y la forma de asumirlas por los personajes.

Al igual que en “De solitarios”, la mayoría de los textos son realistas, aunque algunos podrían leerse como fantásticos, acaso metafísicos. En lo técnico, retomo en varios de ellos la multiplicidad de puntos de vista y registros lingüísticos, con los que había experimentado en mi juventud; estoasomaba en tres de los cuentos del libro anterior.

Lo autobiográfico es fuerte, tanto desde la vivencia personal como desde el contacto intenso con personajes reales y su experiencia vital. En algunos casos, debí realizar pequeñas investigaciones para no desmadrarme del marco histórico. Todos los textos fueron desarrollados siguiendo la brecha temática señalada, aunque el relato premiado, “La espera”, nace de dos anécdotas mías centradas en las dolorosas experiencias que atraviesa un escritor ignoto. Para finalizar con mi aspecto de narrador, estoy terminando el plan de una novela coral,“La cofradía del tacho”.Resultado de imagen para Claudio Simiz:

Y una pregunta que tal vez no tenga respuesta: ¿puedo “correrme” del poeta cuando narro, y eso sería positivo?… Un amigo, destacado novelista y ocasional cuentista, terminó confesándome que más allá de uno u otro detalle a mejorar, no podía criticar a fondo mis cuentos porque “son otra cosa, son muy poéticos”.

— Transcribo unas frases de un trabajo que se presentó en 1988 en Fundación del Campo Freudiano, en Buenos Aires, y del que ignoro el nombre de su autor: “La poesía manifiesta una violencia infligida al uso del idioma. Se funda en la ambigüedad de un doble sentido. Alusiva al igual que el oráculo, se constituye más allá del sentido. Lo que despierta es su polisemia, su imprevisibilidad. Para escucharla no se puede permanecer pegado al sentido. ¿Acaso el poeta no logra a veces la proeza de que un sentido esté ausente?” ¿Qué agregarías, Claudio?

En la biblioteca de una escuela

 — Hay una afirmación de Roman Jakobson que demoré en comprender (creo que recién lo estoy haciendo ahora), que, de algún modo, dialoga con la paradoja señalada. Aunque parezca todo lo contrario, es en el territorio de la poesía donde las reglas de la lengua se cumplen con más inflexibilidad. Hay una cierta “ferocidad” inherente a la palabra que trasciende al que la emplea, aunque sea el poeta…

En la Escuela Municipal de Música de la ciudad de San Miguel

“Las palabras tienen vida propia/por eso saben herir tan limpiamente” nos dice Guillermo Boido en un dístico apabullante. El poeta no debe “hacerse cargo” de la ambigüedad, desvelarse por ella, pues ésta es inherente a lo que somos y no somos, al lenguaje, que nos dice y nos desdice…

Esto consolida (al menos para mí) la imagen del poeta como oreja y lengua del gran latido cósmico, médium más que maestro, albañil más que arquitecto, que intenta manejar el fuego de Zeus (que no es suyo) con la “herramienta” díscola del lenguaje (que precariamente cree dominar) para comunicar algo a otros seres (que son y no son como él). Por eso cuando creo un neologismo (se da con frecuencia en mis textos), hay algo de derrota (no di con la palabra, el lenguaje no me abrió del todo su cofre) y de triunfo (“descubrí” ,“fundé” algo).

Con O. Perdigón, Jennie Escobar Montes, S. Rodríguez Ares, Norma Gianico, D. A. Sorbille, G. Tisocco e Ivana Szac

En este sentido, ya en el terreno de las imágenes y del poema mismo, experimento esa misma sensación de “develar la simpatía universal”, digamos un segmento del ADN cósmico, a la par de brotarme la estremecedora duda de haber realizado, apenas, un jueguito verbal, una pirueta que se sueña salto mortal. A veces envidio a los pintores y a los músicos, los siento ante un campo abierto; nosotros, los poetas, estamos en la jungla del lenguaje, acechantes y acechados.

— Ricardo H. Herrera declara: “Me gustan los poetas que se aproximan a su tema como Cézanne lo hacía a los suyos: con esfuerzo, obstinadamente. Nada de abstracciones de escritorio sobre el papel, tan sólo lo que se conoce por experiencia de los sentidos. (…) Me gusta que el color de la palabra transmita el sentimiento nombrándolo apenas…” ¿Qué te despiertan estos enunciados?

Con I. Marcks, Roxana Palacios, C. García Oliver, Élida Manselli, G. Tisocco, Stella Maris Vence y Horacio Laitano

 — Perseverancia, obstinación, por un lado, y sugerencia, sensorialidad, por el otro, parecerían términos de una formulación contrastiva. A mí me orientó bastante al respecto una charla sobre la poética de Dylan Thomas (desafortunadamente, no recuerdo al expositor, tal vez fue Esteban Moore); en ella se puntualizaba el enojo del galés cuando la crítica lo ubicaba demasiado cerca del Surrealismo.

Y se entiende, según él, algunos poemas le llevaban meses de paciente y a veces desalentadora “lima”… Nada más lejos de la escritura automática y las asociaciones azarosas. Y, sin embargo, la poesía de Thomas sabe internarnos en los pasadizos de la pesadilla, el deseo y la desesperación de manera más honda, y sin dudas más conmocionante que la mayoría de las zambullidas de la tropa bretoniana.

Cuando la poesía realmente lo es, será sugestiva, más allá de la técnica de “maleado verbal” empleada, más allá de ideología pregnante; siempre, volviendo a una pregunta anterior, se nos escapará de las manos, siempre nos de/re/sangrará los labios y los oídos, o sea, los portales del alma.

Ficha

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*Entrevista realizada a través del correo electrónico:  en las ciudades de Moreno y Buenos Aires, distantes entre sí unos 40 kilómetros, Claudio Simiz y Rolando Revagliatti.

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