Clonación de embriones humanos

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

«Democracia de ciudadanos y ciudadanas», es el título que da nombre al último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). La explícita aspiración del informe es situar a la Política como primera condición para el progreso de nuestras sociedades.

Por sobre el Estado y la economía, incluso desafiando la poderosa influencia de la globalización, la política es reivindicada como la actividad desde la cual los seres humanos deben conducir la vida colectiva. El nuevo debate sobre los valores nos recuerda, sin embargo, que por encima de la política se encuentra la ética. Y lo que es aún más crucial, nos señala que el repliegue de la etica puede generar peores trastornos que los originados por los renunciamientos de la política.

fotoPor estos días, el Consejo de Políticas de Ciencia y Tecnología de Japón, recomendó a su gobierno autorizar la generación de embriones humanos clonados para fines científicos y terapéuticos. La polémica decisión se suma a la que hace un tiempo adoptaron Inglaterra, Francia, Corea del Sur y Singapur respecto a este tipo de prácticas que, en lo sustantivo, consiste en transferir el núcleo de una célula adulta a un óvulo, y luego extraerle las células madre al embrión así concebido.

El propósito de la clonación terapéutica -a diferencia de la reproductiva, que busca crear un ser humano genéticamente similar- es emplear las células madre de embriones clonados para producir tejidos y órganos que pudieran ser utilizados en trasplantes. Por cierto, en esto una vez más la disputa surge de preguntas morales esenciales: ¿el embrión de 14 días es o no es un ser humano? ¿Cuándo comienza la vida?

Vivimos en medio de la mayor paradoja de nuestro tiempo. Todavía la humanidad no acaba de dar respuesta a estas preguntas elementales y ya está desatando la tecnología genética más poderosa conocida hasta ahora. En 1997 la primera oveja clonada, en 2001 el primer embrión humano y, en 2002, anuncia que conseguirá clonar al primer ser humano.

Ni la sociedad civil ni los legisladores -y no digamos los partidos políticos-, vieron sucederse estas vertiginosas innovaciones, ni menos entenderlas ni controlarlas. De ahí que actualmente nos encontremos literalmente perplejos ante lo que adviene. Y es porque ha pasado a ser real lo que antes considerábamos ficción.

La tecnocultura de Blade Runner está más cerca que el año 2019 en Los Ángeles. Hoy por hoy, es absolutamente cierta la posibilidad de crear vida humana con material genético modificado, que estas vidas humanas pierdan sus derechos fundamentales, que los ingenios transnacionales resuelvan alterar la estructura de un ser humano, que se transfieran embriones humanos a animales, que se produzcan embriones humanos sólo para experimentos de laboratorio y que se instituyan patentes comerciales de genes humanos, de la misma forma en que un día no muy lejano nuestros frutos de exportación serán identificados por su ADN.

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Es inaceptable para sociedades libres, humanistas y democráticas, que sea la ciencia la que les diga lo que deben hacer. Es intolerable que quienes decidan los temas de futuro sean los poderes económicos de los países ricos y no los ciudadanos y las instituciones de los Estados menos poderosos. Y que algunos hasta se den el lujo de amenazar con venir a hacer sus experimentos a países subdesarrollados donde no existen regulaciones.

Deberíamos prestar mayor atención a la influencia que tienen tales agentes en la Organización Mundial de la Salud, que es la entidad que fija la pauta a seguir y a la que habitualmente apelamos en busca de argumentos de autoridad.

La Carta de Naciones Unidas de 2002 insta a los Estados a adoptar normas contrarias a la clonación humana. La Unión Europea recomienda regulaciones en la misma dirección, aun cuando el Reino Unido autoriza la clonación terapéutica y también Francia, pero por un tiempo limitado. Estados Unidos no sólo ha prohibido cualquier tipo de clonación de embriones, sino que ha presionado fuertemente en los foros internacionales en contra de estos usos tecnológicos. Y en América Latina no existe pronunciamiento de la OEA, si bien en países como Argentina, Brasil, Costa Rica, México y Perú la clonación está penada por la ley.

En Chile hace siete años, el 18 de marzo de 1997, originado en una moción parlamentaria, ingresó al Senado el proyecto de ley que busca la protección de los embriones humanos. La iniciativa legislativa establece sanciones penales para quienes practiquen la clonación, la elección artificial del sexo, la transformación artificial de células reproductoras humanas, la hibridación o mutación, la ectogénesis (desarrollo de un organismo en un ambiente artificial) y la fecundación post mortem.

fotoEn su artículo XI el proyecto prohíbe expresamente «la clonación de seres humanos y cualquier intervención humana que dé por resultado la creación de un ser humano genéticamente idéntico a otro, vivo o muerto». Asimismo, si bien admite la clonación de tejidos y órganos -las células madre pueden extraerse del cordón umbilical o de médulas óseas-, es muy preciso al advertir que «en ningún caso podrán usarse para tales fines embriones humanos». Pero el proyecto no se ha movido de donde quedó estacionado.

El mérito del Consejo de Políticas de Ciencia y Tecnología de Japón consiste en que, no obstante haber votado una moción diametralmente opuesta a la prescrita por la ley vigente desde 2001 que prohíbe la clonación de embriones, ha sido capaz de tomar una posición. En Chile, a juzgar por el modo oblicuo en que cierta clase política acostumbra a enfrentar los desafíos -abandonando la conducción de los asuntos públicos a la violencia, a la economía, a los tribunales de justicia y a la tecnología-, parece que nuestro destino es llegar siempre tarde donde nunca pasa nada.

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*Sociólogo. Artículo publicado en: www.portaldelpluralismo.cl

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