Colombia: Un asco (otro más)
Antonio Caballero*
Iba a titular este artículo con la palabra ‘Desfachatez’ . Creo he titulado así ya unos diez artículos en estos ocho desfachatados años de gobiernos del presidente Álvaro Uribe. Desfachatez: descaro, desvergüenza, cinismo. Cualidad o comportamiento del que obra sin preocuparse de si lo que hace es lícito o no. O de si lo que dice es cierto o no. Desfachatez. El presidente Uribe acaba de superarse en desfachatez a sí mismo.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó esta semana al Estado colombiano (por sexta vez en los últimos tres años) por el asesinato, hace 16 años, del senador Manuel Cepeda, dirigente de la Unión Patriótica. Y a las pocas horas salió por diez radiodifusoras el presidente Álvaro Uribe a decir que pedía perdón, pues así lo exigía la sentencia en su calidad de representante del Estado. Pero a decir que no. Así:
Colombia tiene que pedir perdón a toda la ciudadanía afectada por la violencia, perdón. Ofrecer perdón, pedir perdón. Corresponde al Presidente de la República hacerlo, independientemente de la época de los crímenes. Yo lo hago con toda humildad.
¿Colombia? No: es demasiado amplia esa cobija. El que acaba de ser juzgado y condenado por la Cidh es el Estado, no el país. Pero Uribe lo niega:
–Yo no puedo decir que el Estado asesinó al senador Cepeda o al uno o al otro. Lo que sí puedo decir es que lo asesinaron. Y que eso es muy grave y que eso no se puede repetir.
Repetirlo es imposible: no se remata a un muerto, y ya fue exterminada minuciosamente toda la Unión Patriótica en su momento, dejando más de tres mil cadáveres. Uribe se limita a decir tautológicamente que como Manuel Cepeda fue asesinado, lo asesinaron. ¿Quiénes? Los asesinos. Como en el cuento del bobo del pueblo que denunció a los que se habían robado las campanas de la iglesia: "Los ladrones". Prosigue el presidente Uribe:
–Y yo pido perdón. Yo hago parte de ese 50 por ciento de las familias colombianas que ha sufrido en carne propia esa violencia. Sé qué es ese dolor. Y por eso desprevenidamente pido perdón.
Y ya no es el jefe del Estado acusado quien habla, sino una víctima: el hijo huérfano de un hombre asesinado por las Farc. No por una violencia innominada, indeterminada y como gaseosa: por las Farc, así como la que se llevó a Cepeda fue también una violencia específica (y señalada con nombre propio por la Cidh): la del Estado colombiano. Cuyo jefe toma ahora de nuevo la palabra:
–Pero hay que tener en cuenta una cosa: no se puede implorar, exigir a la justicia internacional que obligue al Estado colombiano a pedir perdón y al mismo tiempo adelantar falsas acusaciones, proceder con odio a maltratar injustamente a compatriotas, a maltratar injustamente la honra de los gobiernos. Eso es muy grave. Porque es tan grave el crimen físico como el crimen moral. Entonces en eso hay que tener mucho cuidado.
¡Caramba, Presidente! ¡Si Manuel Cepeda fue el asesinado, no el asesino! El compatriota "maltratado injustamente" fue él. Y no se trata de "falsas acusaciones" : ya en el año 2001 el Tribunal Superior de Bogotá halló culpables materiales del asesinato a dos sargentos del Ejército, y los condenó a 43 años de cárcel (habría que averiguar si los están cumpliendo, o si les dieron la casa por cárcel o les redujeron la pena o andan por ahí con el brazalete magnético de los consentidos del Inpec, matando gente). Y en cuanto a "la honra de los gobiernos", son los gobiernos mismos los que se deshonran cuando comenten crímenes o los amparan, o cuando niegan que tales crímenes hayan sido cometidos.
Que es lo que sigue sucediendo ahora (pues lo de Cepeda y la Unión Patriótica, tal como dijo el presidente Uribe como quien se espanta moscas, "fue hace años, mucho antes que este gobierno"). Lo que sigue sucediendo ahora lo resumió la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) hace diez días, publicando que en lo que va de 2010 ya son 31 los sindicalistas asesinados. Diez días antes, la Confederación Sindical Internacional había dado la cifra para el año pasado, el 2009: 48. Y saltó entonces el gobierno a protestar indignado (por boca del ministro que se llama de Protección Social, nada menos), corrigiendo el dato: hay que contar solo 28, porque los otros 20 muertos eran "líderes sociales que no tenían relación con el sector sindical". No es fácil ir más lejos en la desfachatez.
Este gobierno tiene una rara capacidad para invertir la realidad, como en un espejo: para acusar a los acusadores, culpabilizar a los inocentes, inocentar a los culpables, defender a los victimarios contra sus víctimas. Como dijo hace unos días el ex presidente César Gaviria (y eso no significa que su propio gobierno estuviera limpio de polvo y paja y sangre) "este gobierno es un asco".
Ya casi se acaba: gracias sean dadas a la Corte Constitucional. Pero deja puestos tres huevitos de serpiente.
*Periodista y escritor colombiano. Publicado en revista Semana