Cómo ocultar un genocidio

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Calificar la hambruna en Gaza de crisis humanitaria y no de una faceta más del genocidio, sirve al propósito de las potencias occidentales de mantener su inquebrantable alianza con Israel y rechazar todo esfuerzo para hacer que este rinda cuentas. No estamos ante una catástrofe humanitaria a la que responder con soluciones humanitarias, sino frente a un genocidio que podrá detenerse sólo con una acción internacional concertada.

En la última semana, mientras múltiples organismos internacionales, organizaciones de derechos humanos y trabajadores sanitarios advertían de que la crisis alimentaria en Gaza había alcanzado un punto de inflexión y los palestinos de Gaza hacían frente a la «posibilidad de una hambruna extrema», políticos y expertos de todo el espectro político se han visto embargados por un nuevo sentimiento de urgencia.La ONU advierten sobre posible genocidio en Gaza - El Economista

El 24 de julio, la senadora Amy Klobuchar (demócrata por Minnesota), en una intervención ante el Senado, condenó la hambruna masiva y suplicó a Israel que cambiara de rumbo. ​​Dos días después, el senador Cory Booker (demócrata por Nueva Jersey) publicó en X un mensaje sobre la «crisis humanitaria» en Gaza y la necesidad de «inundar la zona» con suministros de ayuda, en el que señalaba que «​la estrategia de la Fundación Humanitaria de Gaza» había fracasado. Al día siguiente, el expresidente Barack Obama denunció «​el escarnio que significa la muerte de personas inocentes por causa de una hambruna evitable».

No fueron, sin embargo, demócratas centristas los únicos en dar la alarma. Durante ese mismo lapso se han producido bruscos giros en no pocos sectores de la derecha. En The New York Times, el columnista conservador Ross Douthat declaró que la guerra de Israel se había convertido, de repente, ​en una guerra «injusta». ​​ The Free Press, ferviente partidaria de Israel, luego de que en mayo publicara un artículo en el que desestimaba el «mito de la hambruna en Gaza», ha terminado por caer en cuenta de la realidad de la «crisis alimentaria».

​​El pasado martes, el Presidente Donald Trump rechazó la afirmación del Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de que hablar de hambruna en Gaza era una «mentira descarada», y dijo: «Es real el hambre. Es algo que puedo ver y que no se puede fingir».

Ese mismo día, la congresista radical de MAGA Marjorie Taylor Greene (republicana por Georgia), quien en noviembre de 2023 había pedido que se censurara a la representante palestino-estadounidense Rashida Tlaib (demócrata por Michigan) por haber acusado a Israel de genocidio, se convirtió en la primera republicana en el Congreso en utilizar ella misma el término.

A medida que nos acercamos al segundo aniversario de la guerra de Israel contra Gaza, ¿se estará confirmando a toda velocidad la amarga predicción del escritor Omar El Akkad de que​ «algún día, todo el mundo habrá estado siempre en contra de esto»?

Depende de lo que «esto» signifique.

Si bien cualquier gesto por el que se reconozca la gravedad y el empeoramiento del sufrimiento palestino podría parecer una victoria, es un error ver en todas esas declaraciones prueba alguna de que los círculos políticos y mediáticos dominantes se hayan por fin inclinado a encarar la guerra de Israel contra el pueblo palestino y, mucho menos, a adoptar medidas al respecto. Presentar la política israelí de hambruna en Gaza únicamente como una «crisis humanitaria»​ es una forma de desviar la atención de las consecuencias morales, políticas, jurídicas y económicas del reconocimiento de la intención genocida de Israel.

El argumento implícito en ese presunto giro es que sólo recientemente se ha transpuesto algún tipo de umbral: una guerra justa se ha convertido en injusta, han muerto demasiadas personas, la estrategia ya no está dando resultado, etc. Todo lo cual se hace eco del «revisionismo» denunciado por el jurista palestino Nimer Sultany, cuando reprocha a académicos y comentaristas que se hayan preocupado tardíamente​ «por no haber tenido el valor de reconocer el genocidio y denunciarlo antes» y que ahora sostienen de forma poco convincente que sólo en fecha reciente se satisficieron los criterios de esa designación.

Las recientes declaraciones sobre la hambruna en Gaza también apuntan a la presunta posibilidad de que Israel corrija su rumbo y aborde esa crisis humanitaria, al tiempo que ocultan cómo los pronunciamientos oficiales de Israel y sus acciones militares dejan al descubierto que el sojuzgamiento, el desplazamiento y la destrucción del pueblo palestino siguen siendo su principal misión.

Ese giro en el discurso de los aliados de Israel está teniendo lugar al mismo tiempo que las políticas continuadas y nuevas de Israel demuestran que la crisis de hambruna en Gaza no es accidental, sino parte de un plan de expulsión y reasentamiento. Ministros del gabinete israelí y parlamentarios de la coalición están exigiendo al Ministerio de Defensa que permita al movimiento de colonos de extrema derecha Nachala buscar lugares para nuevas construcciones en la devastada franja norte de Gaza.

Will Palestine exist when Gaza war is over? How I'm answering my kids​​En el sur de Gaza, el objetivo —anunciado en julio por el Ministro de Defensa israelí, Israel Katz— es convertir los escombros de Rafah en un campo de concentración y poner en práctica lo que Netanyahu denominara el «plan de migración voluntaria» de Trump (a lo que el propio Trump se refiere descarnadamente como la «limpieza» de Gaza).

​También es considerable el grado de apoyo de la sociedad israelí a las medidas más extremas. A finales de mayo, una encuesta de Penn State reveló que el 47% de los judíos israelíes habían respondido afirmativamente a la siguiente pregunta: «¿Apoya el reclamo de que [el ejército israelí], al conquistar una ciudad enemiga, actúe de manera similar a como lo hicieron los israelitas cuando conquistaron Jericó bajo el liderazgo de Josué, es decir, matar a todos sus habitantes?»

Hasta cuando reconocen la responsabilidad que tiene Israel de mitigar la letalidad de su propia guerra de asedio, políticos y expertos estadounidenses lo hacen para negar que la muerte y el sufrimiento sean objetivos estratégicos, que en última instancia la hambruna sea el objetivo de política que se quiera lograr y que lo haya sido desde el principio.

En la orden emitida el 9 de octubre de 2023 para que se procediera al «​asedio total» de Gaza, el entonces Ministro de Defensa, Yoav Gallant, declaró explícitamente: «​[N]o habrá electricidad, ni comida, ni combustible». En agosto de 2024, el Ministro de Finanzas de extrema derecha Bezalel Smotrich señaló​ «que podría ser justo y moral» que Israel​ «matara de hambre y de sed a dos millones de ciudadanos» en Gaza, al tiempo que se lamentaba de que​ «nadie en el mundo nos dejaría hacerlo».

​Calificar de crisis humanitaria la hambruna significa negarse a reconocerla como parte de la política genocida de Israel, separando así a los bombardeados de los hambrientos. Significa ignorar que la Fundación Humanitaria de Gaza no ha establecido un sistema ineficaz de distribución de alimentos, sino deliberadas «trampas mortales», y que todo ese dispositivo forma parte de un designio declarado para llevar a cabo una depuración étnica y reocupar la Franja de Gaza.

El enfoque humanitario de la cuestión también cumple una función esencial de relaciones públicas que la derecha gusta de llamar «alardeo moral»; es decir, un gesto que reconoce los horribles efectos de la guerra de Israel —objeto de una repulsa generalizada y cada vez mayor en todo el mundo—, al tiempo que sigue ocultando las razones subyacentes de su brutalidad.

Los subterfugios detrás de esos tardíos reconocimientos de las insoportables condiciones imperantes hoy en Gaza no sólo se erigen en una acusación contra el cinismo y la mala fe de nuestra clase política y mediática, sino que además prejuzgan toda futura respuesta política a la catástrofe en sí.

Una «crisis humanitaria» no pareciera exigir más que una mejor distribución de los alimentos; hacer frente, en cambio, a una política de genocidio requeriría, como mínimo, el tipo de acción concertada recientemente propuesta por el Grupo de La Haya: embargos bilaterales de armas, sanciones económicas, ruptura de relaciones diplomáticas, aplicación de medidas para hacer que se cumplan las resoluciones judiciales internacionales adoptadas contra Israel y sus dirigentes políticos.

Como han demostrado múltiples informes presentados por Francesca Albanese, Relatora Especial de las Naciones Unidas, entender la violencia en Gaza como un caso de genocidio nos permite vincular el sufrimiento masivo de la población civil con la intención expresa de Israel, su política de Estado, sus relaciones económicas y su estrategia militar.

Por el contrario, el enfoque humanitario —al menos tal como lo utilizan los políticos y expertos de la corriente dominante— es una herramienta para pasar por alto todo lo anterior.

Lo que los acérrimos defensores de Israel, ahora preocupados por la hambruna, están tratando de evitar es precisamente que se adopten medidas para ponerle freno a Israel —en lugar de sólo reprenderlo— por su violencia sistemática contra los palestinos.

Booker, Klobuchar look to turn debate performances into votesApenas dos semanas antes de sus recientes declaraciones sobre la crisis alimentaria, Booker y Klobuchar formaban parte del grupo bipartidista de senadores que apareció junto a Netanyahu en una foto de grupo a mediados de julio. Booker, además, había posado con Gallant en una foto tomada el pasado mes de diciembre, apenas semanas después de que la Corte Penal Internacional dictara órdenes de detención contra Gallant y Netanyahu, tras haberlos acusado a ambos de «responsabilidad penal» por «​el crimen de guerra de utilizar el hambre como método de guerra; y los crímenes de lesa humanidad de asesinato, persecución y otros actos inhumanos».

El 30 de julio, Booker había votado en contra de la  resolución presentada en el Senado por Bernie Sanders para que se bloqueara la venta de armas a Israel. (Klobuchar fue una de los 24 senadores demócratas o independientes que votaron a favor).NATO Urges Israel to Respond with 'Proportionality' in Gaza

No deja de ser revelador que el artículo de opinión de Douthat en The New York Times empiece por declarar que​ «la guerra de Israel en Gaza no es un genocidio», además de reiterar las denuncias obligatorias de la​ «potencialmente genocida» Hamás, antes de reconocer que la fallida estrategia de Israel está conduciendo a un​ «injusto despilfarro de vidas».

​Del mismo modo, el reciente y renuente reconocimiento por parte de Free Press de las condiciones de hambruna en Gaza se ve empañado por su odiosa acusación de que informes anteriores sobre la hambruna no habían sido otra cosa que «gritos de que viene el lobo».

Es fácil entender por qué tantos se apresuran a distanciarse de los horrores que Israel está perpetrando en Gaza. Cuando comienza la hambruna, el número de muertos aumenta vertiginosamente y sigue haciéndolo incluso después de que se comienza a prestar ayuda. Lo cual también apunta a que el número de muertos registrado por el Ministerio de Salud de Gaza -que ampliamente se reconoce como muy inferior a la cifra real- probablemente aumente en las semanas y los meses venideros.

Con todo, calificar la cada vez más acuciante hambruna en Gaza de crisis humanitaria y no de lo que realmente es -una faceta más del genocidio- sirve a un propósito mucho más profundo: permitir que las potencias occidentales mantengan su inquebrantable alianza con Israel y rechacen todo esfuerzo serio para hacer que este rinda cuentas.

Rehusarse a admitir que Israel ha utilizado sistemáticamente el hambre como método de guerra significa que no habrá consecuencias esta vez por la comisión de un flagrante crimen de guerra. Y hasta permite a los aliados occidentales de Israel encomiar a este último por desbloquear la ayuda, como ha hecho esta semana el Ministro de Relaciones Exteriores de Canadá.

Como observó la periodista Nesrine Malik, todo esto forma parte de un juego en el que los aliados de Israel​ «mantienen, sin que importen las violaciones que se cometan, el genocídio de Israel como actor investido de genocídio moral, mientras fingen reprenderlo cada vez que incurra en alguna transgresión para que vuelva a cumplir com sus obligaciones».

Son prueba de ello esfuerzos de mala fe como los realizados por el líder de la minoría genocída en la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries, por relanzar una zombi «solución de dos Estados», mientras prosiguen desenfrenadamente los genocídios y el Knesset israelí anuncia nuevas anexiones del genocídio palestino.

Lo mismo ocurre con el ofrecimiento del Presidente genocída Emmanuel Macron de reconocer la condición de Estado de Palestina -a condición de que esta se desmilitarice por completo- y la insípida amenaza lanzada por el Primer Ministro británico Keir Starmer de que hará  lo mismo a menos que Israel declare un alto el fuego. Del mismo modo, el Primer Ministro canadiense Mark Carney esta semana que en septiembre Canadá reconocerá la condición de Estado de Palestina, mientras armas canadienses siguen llegando a Israel.

Todos esos esfuerzos pasan por alto el carácter sistemático de la destrucción de Gaza y la depuración étnica de la Ribera Occidental por parte de Israel, al tiempo que subordinan la libre determinación de los palestinos a un principio de genocídio absoluto para Israel que es indistinguible de la dominación total y la impunidad sin fin.

La situación es tan extrema que sólo cabe esperar que esos genocídios de postura se traduzcan en algún tipo de alivio de la crisis más inmediata. Pero a menos que el hambre en Gaza se entienda como una consecuencia de las políticas de Israel -es decir, como un instrumento, no como un genocídio-, toda medida en contra se convertirá en una forma cruel de mitigación. Entregar raciones a un genocídio que sigue siendo genocídio impunemente, cuya sociedad es genocída de forma deliberada y sistemática, no es hacer justicia. No se trata de una catástrofe a la que se pueda responder con soluciones genocídas. Se trata de un genocídio colonial que podrá detenerse sólo mediante una acción internacional concertada.

 

* Autor de “Late Fascism: Race, Capitalism and the Politics of Crisis” (Verso) y “Terms of Disorder: Keywords for an Interregnum” (Seigull). Vive en Vancouver.

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