COMPRENDER LA INTELIGENCIA SEXUAL

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Indudablemente penes y clítoris quedarían sumidos en un soporífero letargo de no ser porque de vez en cuando son agitados por estímulos hormonales y mensajes eléctricos elaborados en el sistema nervioso central. Por ejemplo, una descarga de feniletilamina cerebral puede llevar a la lujuria, mientras que la secreción de oxitocina refuerza los lazos emocionales que propician la monogamia; y el orgasmo se puede resumir en una secuencia de sacudidas electrizantes.

No se equivoca Irwin Goldstein, urólogo de la Universidad de Boston, al afirmar que “el cerebro es el órgano sexual más importante”.

Lejos de tener mente propia, como aseveró Leonardo da Vinci hace 500 años, el pene —y también el clítoris— está sujeto a la dictadura de nuestro encéfalo. Este rige la conducta erótica del ser humano, desde los impulsos primitivos hasta las sensaciones libidinosas más elaboradas.

El control del instinto sexual reside en el sistema límbico, la sede de las emociones. Pero junto a esta especie de “cerebro de mamífero primitivo”, como lo define el neurólogo Paul McLean, del Laboratorio de Evolución del Cerebro y el Comportamiento, en Poolesville (Maryland), opera otro cerebro de reciente aparición en términos evolutivos. Se trata del neocórtex, una hoja de tejido doblada, de unos tres milímetros de espesor, que en el ser humano se ha desarrollado a modo de casquete pensante que arropa el resto de la materia gris.

El neocórtex o corteza cerebral otorga al erotismo humano una dimensión desconocida en las otras 4.300 especies de mamífero que hay en el mundo; en la nuestra, el sexo no solo es un instrumento para la perpetuación de la especie, sino que cumple también una definida función de relación social.

En palabras del profesor Alonso de Medina, “en el hombre el acto sexual es algo más que el puro sexo bestial de procreación; es también un sexo de relación, un diálogo físico, una actividad lúdica que sirve al propósito de unión de la pareja”. En este punto hay que decir que los éxitos y fracasos de nuestras relaciones amorosas no son fruto de los antojos de Cupido.

Así es, la conducta sexual aparece deslindada por nuestros conocimientos y fantasías sexuales, así como por los tabúes, los mitos, las inhibiciones, las creencias religiosas y morales, las carencias emocionales, las experiencias traumáticas y la educación recibida, entre otros muchos factores.

De este modo, la dimensión erótica de un individuo queda establecida por su nivel de inteligencia sexual, un revolucionario concepto introducido por los psicólogos Sheree Conrad y Michael Milburn, de la Universidad de Massachussets, en Boston, que desarrollan en su libro Inteligencia sexual. Para estos autores, la dimensión erótica de cada persona está fijada por su coeficiente de inteligencia sexual. Ésta constituye una parcela de nuestra capacidad intelectual tan importante como la inteligencia emocional, descrita recientemente por el psicólogo Daniel Goleman y los otros nueve tipos de inteligencia —lingüística, musical, naturalista y existencial, por mencionar algunas— propuestos por el también psicólogo Howard Gardner, de la Universidad de Harvard.

fotoSabiduría sexual

“Las personas menos inteligentes sexualmente sufren mucho dolor y confusión en su vida sexual”, afirman Conrad y Milburn. Pero no lo tienen todo perdido. La sabiduría sexual es una facultad que se puede medir, cuantificar y sobre todo potenciar. Para esta pareja de psicólogos, los superdotados sexuales afrontan la relación de pareja de una manera especialmente distinta al resto de las personas, que se traduce en una mayor felicidad erótica y una menor incidencia de disfunciones sexuales.

“Ser sexualmente inteligentes –y tener una vida sexual mejor– no depende de la suerte, de la belleza o del sex appeal innato sino de habilidades que las personas pueden adquirir, desarrollar y dominar con el tiempo. Por consiguiente, la inteligencia sexual es algo a lo que todo el mundo puede aspirar razonablemente y trabajar para conseguir”, dicen estos expertos.

Gran parte de nuestra existencia está orientada directa o indirectamente al sexo. Pero, paradójicamente, no todo el mundo consigue una estabilidad emocional en su vida sexual. “Muchísimas personas inteligentes conviven con pasiones que conducen al desastre o con una vida sexual frustrante e insatisfactoria o inexistente”, comentan Conrad y Milburn.

Los datos que se desprenden de su proyecto de investigación les avalan. Ambos han estudiado las apetencias sexuales de 500 personas, desde adolescentes hasta jubilados, mediante un test de elaboración propia que permite concretar el coeficiente sexual y de paso desvelar hasta qué punto una persona está contenta con su vida en la alcoba.

Los psicólogos han podido conocer que aproximadamente el 75 por ciento de los estadounidenses confiesa que el sexo es importante o esencial para su vida pero, al mismo tiempo, la mitad dice que constituye la causa de su estrés y otros están preocupados porque no tienen relaciones eróticas con más frecuencia.

Conrad y Milburn se muestran alarmados por el elevado número de participantes que manifestó sufrir algún tipo de insatisfacción erótica: el 42 por ciento mostró una falta de deseo libidinoso, el 57 declaró no poder tener un orgasmo y casi un tercio confesó que a veces no encuentra placentero el sexo.

En contra de lo que cabría esperar, las disfunciones sexuales no solo aparecen en personas mayores y parejas que llevan 20 años o más de convivencia. La juventud también es presa de la insatisfacción: para la mitad de las mujeres de entre 18 y 29 años, el coito resulta físicamente doloroso; el 33 por ciento de los hombres de la misma edad confesó tener problemas para lograr y mantener la erección; y algo más de la mitad era eyaculador precoz.

Satisfacción sexual

Todo parece indicar que la revolución sexual que conmocionó la sociedad en los años sesentas y setentas del siglo XX no zanjó por completo la cuestión de la represión e ignorancia erótica heredadas de épocas anteriores.

Los jóvenes cuentan ahora con más información sexual que nunca pero, al mismo tiempo, “existe una poderosa fuerza en el seno de nuestra cultura –en forma de viejas actitudes hacia el sexo– que impone el silencio, la represión. Si abrimos la puerta a la sexualidad con una mano, parece que la cerramos de golpe con la otra”, leemos en Inteligencia Sexual.

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Por otro lado, el sexo comercial ha acarreado un nuevo problema que los sexólogos denominan “tiranía del orgasmo”. En efecto, la sociedad presiona a los adolescentes para que alcancen el máximo dominio de la técnica sexual, para así poder meter el gol del orgasmo a través de unas olimpiadas sexuales que, por cierto, se inician a edades cada vez más precoces. El resultado: los jóvenes —y los no tan jóvenes— sufren su frustración en silencio, desalentados e incapaces de afrontar sus miedos e inseguridades sexuales más profundas.

“Muchas personas acaban sintiéndose confusas y avergonzadas por sus deseos y conductas eróticas, y con la sensación de no conocer a su pareja”, afirman Conrad y Milburn.

Pero nadie debería sentirse así. La clave para lograr la felicidad erótica y resolver muchas de las disfunciones sexuales podría hallarse en el nuevo concepto de inteligencia sexual. ¿Pero en qué consiste esta? Todo el mundo nace con esta facultad cognitiva que, al igual que los demás tipos de inteligencia, hay que cultivar. Afrontar las relaciones eróticas desde la ignorancia es como intentar resolver una ecuación diferencial sin apenas conocimientos matemáticos. En ambos casos, el fracaso está asegurado.

En opinión de Conrad y Milburn, el camino hacia la satisfacción sexual no está en volvernos más seductores, ni en reprimir o dar rienda suelta a nuestros deseos y fantasías eróticas, o en aplicar a pies juntillas las técnicas y conceptos aprendidos en los libros de sexualidad. “Nuestra investigación —comentan los psicólogos— indica que la respuesta consiste en desarrollar nuestra inteligencia sexual”. Esta reposa en tres pilares fundamentales. El primer componente del talento amoroso consiste en adquirir los conocimientos precisos para adentrarse en la relación de pareja.

“Quienes son sexualmente inteligentes poseen información científica precisa acerca de la sexualidad humana por la que se guían en sus decisiones y en su conducta sexual”, comentan Conrad y Milburn. Este aprendizaje no es una tarea baladí, pues solo a través de una adecuada educación sexual es posible detectar y combatir algunos mitos y tabúes eróticos que están arraigados en la sociedad y que interiorizamos a través de la cultura popular, la religión y la familia.

El yo sexual

Una vez liberados de las mentiras del sexo, el segundo paso hacia una vida sexual mejor se halla en descubrir nuestro propio sexo, averiguar qué nos atrae y excita, qué preferimos y cuáles facetas de nuestra conducta erótica nos plantean dificultades. Conrad y Milburn definen este pilar de la inteligencia sexual como conciencia del yo sexual secreto, que alberga los verdaderos pensamientos, sentimientos y emociones que hacen que la vida amorosa sea más gratificante. Pero, como advierten estos expertos, los auténticos deseos sexuales quedan encubiertos con demasiada frecuencia por diversos motivos.

El yo sexual secreto puede verse condicionado de forma negativa por experiencias desagradables que ocurrieron en el pasado, por necesidades emocionales insatisfechas, o simplemente por mitos o imágenes falsas de la sexualidad humana que se difunden a través de los medios de comunicación.

Cuando se practica el erotismo que se ve y no el que se siente, el fantasma de la decepción –y de la disfunción– hace acto de presencia. En este sentido, el desarrollo del intelecto erótico ofrece la posibilidad de discernir las conductas sexuales auténticas de las impostoras, que se instalan en la mente como polizones.

“Las personas sexualmente inteligentes son capaces de advertir, por ejemplo, cuándo sus deseos eróticos están sustituyendo a carencias emocionales que no son sexuales, como la falta de autoestima, de seguridad o de poder. Saben cuándo tienen relaciones sexuales simplemente porque se sienten solas”, afirman en su obra Conrad y Milburn.

El tercer y último pilar de la inteligencia erótica tiene que ver con la conexión con los demás. El sexo es cosa de dos, cuando no de más. “Mantener una vida sexual enriquecedora implica a otras personas”, comentan Conrad y Milburn. Para adquirir una buena habilidad y dominio de la sexualidad, tanto en lo que se refiere a la relación de pareja como consigo mismo, hay que abrirse a los demás.

Esta deficiencia ya hace acto de presencia en la adolescencia: las relaciones interpersonales y afectivas constituyen uno de los problemas más comunes en esta etapa del desarrollo, ya que a menudo implican soledad emocional y social, frustraciones amorosas y dificultades para la seducción y la intimidad difíciles de afrontar, según el profesor López.

Conrad y Milburn aseguran que una persona no alcanza un alto grado de inteligencia sexual hasta que domina ciertas habilidades sociales o interpersonales, que incluyen, entre otras cosas, la capacidad de hablar con la pareja sobre la vida sexual y de comprender el yo erótico del amante. “La inteligencia sexual implica aprender a ser sinceros con nosotros mismos y con nuestra pareja, sobre quiénes somos sexualmente”.

Una vez más, la sociedad pone zancadillas a esta meta, pues como aseguran estos psicólogos “una de las cosas que la mayoría de las personas aprende a una edad temprana en su familia es a no hablar de sexo. La idea de que los sentimientos sexuales son, literalmente, innombrables es uno de los mitos que ejerce de barrera, tanto para conocer esos sentimientos como para hablar de ellos”.

En cierto modo, los parámetros sociales que dictan lo que es “correcto” y lo que es “anormal” hacen que muchas personas silencien sus verdaderos deseos y fantasías sexuales por temor al rechazo de la pareja.

“Cuando reprimimos y ocultamos esta parte de nosotros, los resultados son tan destructivos como cuando mantenemos encerradas las emociones. Perdemos el sentido de quiénes somos y despojamos nuestra vida de autenticidad y pasión”, comenta la pareja de investigadores. La inteligencia sexual permite no caer en este silencio capaz de dañar la relación amorosa.

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* Tomado de Crónica Digital (www.cronicadigital.cl).

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