CON EL CORAZÓN EN LA MANO

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Jesucristo, en uno de los pocos momentos en que está completamente alejado del realismo de los evangelios, se saca el corazón del pecho y se lo muestra a sus discípulos. Las elecciones repiten ese milagro. Mediante él, el pueblo extrae su llameante centro y lo muestra a quien quiera verlo. En el caso de la primera vuelta los chilenos se mostraron claramente concertacionistas, pero al mismo tiempo, deseosos de cambio.

Un cambio de edad primero: la mayor parte de los nuevos elegidos derrotaron a viejos políticos, algunos con mucha y buena experiencia; y un cambio de retórica también, privilegiando un discurso más directo, y al mismo tiempo más político y sin complejos. Un discurso que privilegia el dinamismo, las ganas, la ambición por sobre la meditación, la seriedad, o la melancolía.

Enríquez-Ominami, Girardi, Escalona, la Alvear, Longueira, o el mismo Piñera, deben su éxito a ese hálito de energía nueva y de nuevas ganas. El humanismo cristiano, el pinochetismo Opus Dei, la nueva política ciudadana, o el socialismo de ayer y hoy, poco tienen que ver con los resultados. Vengan de donde vengan, y digan lo que digan, el pueblo chileno parece pedir sangre nueva, para aguantar la tempestad que sin duda se avecina.

Leer los resultados en términos de los tres tercios es perder el tiempo. A grandes rasgos eso no ha cambiado. La centro izquierda sigue siendo una débil y frágil mayoría. La derecha necesita tratar de no ser del todo ella misma, para lograr buenos resultados. Lo ha logrado esta vez de dos maneras distintas y contradictorias: no ser ella misma porque es popular y populista, y no ser ella misma porque es elitista y centrista. De ahí su éxito. Éxito perfectamente reversible, porque esas dos maneras de ser no se reconcilian en Piñera, un hombre poco dúctil y poco sensible para saber escuchar cuando hay que hacerlo, y para hablar sólo cuando hay alguien que lo escuche.

Piñera no es capaz de leer los resultados de las elecciones, y de hecho se encamina peligrosamente a hacer patente que es un viejo bien tenido y no un joven con mucha experiencia. Está la UDI y los traumas y el lenguaje de pepepato que se conoce del colegio. En su confusión le ayuda, sin embargo, la completa sordera, ceguera y torpeza de Michelle Bachelet.

Es cierto que ahora la candidata completa las frases y habla con energía y eficiencia. Es cierto que ahora no parece ni ausente ni asustada. Pero es una pena que esta nueva claridad coincida con una completa falta de sentido común y frialdad política a la hora de tomar decisiones. Sergio Bitar (buen ministro pero ni un hombre nuevo, ni un ganador de elecciones), Andrés Zaldívar (que acaba de perder una elección), peleas con la Alvear, declaraciones enojosas contra Piñera que ayudan a mostrarlo como una víctima.

Lo más viejo de la política más vieja, junto con una muy moderna falta de discurso y de ideas. Una falta total de mundo, de mirada, de sentido de la historia o de mínima sensibilidad que es el retrato exacto de lo peor de estos 16 años. El ensimismamiento del funcionario público al que no le gusta la gente nueva ni enérgica porque deja al descubierto su propia inoperancia.

Lo peor de nuestras dos culturas políticas ha quedado frente a frente. A un lado el patrón y sus empleados, al otro el funcionarios y su resentimiento. A un lado la arrogancia y el clasismo, al otro, la venganza y la falta de imaginación.

A un lado un RN dirigido por el mesianismo católico de la UDI, al otro una socialista abocada a dar sentido a la decadencia catolicona y mesiánica de la DC. A los dos lados el humanismo destruido y caricaturizado por el cristianismo a la chilena (el humanismo es por esencia no cristiano, es la lucha por la emancipación laica del hombre); a un lado la frivolidad del rico, al otro la frivolidad del rasca.

Antes esos dos extremos que se complementan tan bien, Chile han quedado con el corazón en la mano.

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* Escritor chileno. El artículo se publicó en la revista The Clinic (www.theclinic.cl).

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