CORREA Y GARCÍA, ECUADOR Y PERÚ – ¿OTRA VEZ PICHINCHA Y AYACUCHO?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Y es que, para esta oligarquía todopoderosa, excepcionalmente eficaz en gobernar a pesar y en contra del rechazo popular –como con Toledo, que llegó a gobernar con hasta 80% de reprobación de la población–, el triunfo de ese “amigo de Chávez” como repetían hasta al cansancio los medios masivos peruanos, casi como si fuera su segundo apellido, con la clara intención de mancharle, de hundirle, es más de lo que pueden soportar.

En efecto, ni la derrota en las elecciones congresales de su “faro guía” –el presidente norteamericano Bush– a manos de sus oponentes demócratas, ni el triunfo del sandinista Daniel Ortega habían podido mellar su majadero y omnipresente discurso, decretando la “muerte” del “chavismo”, al que intentan convertir –sin éxito por cierto– en una suerte de Hussein u Osama ben Laden latinoamericano. Sin embargo este último golpe, tan cercano y tan inesperado, al menos para muchos de sus miembros que llegan a creerse su propia propaganda, terminó por quebrar las últimas resistencias.

Un silencio elocuente

Ya desde antes de la elección, al sincerarse, como suele ocurrir, a última hora, las empresas encuestadoras, dando ventaja a Correa, aparecieron las primeras caras preocupadas de algunos “analistas”. Pero la constatación inapelable del triunfo fue notoria, pesada.

Mientras CNN dedicaba transmisión directa de la noticia hasta por 5 minutos seguidos y al menos cada media hora, en los canales de Perú no había una sola mención al hecho, ni siquiera en los flashes informativos. El silencio era elocuente. Ya avanzadas las horas y perdida seguramente toda esperanza, comenzó a entregarse la noticia en los noticieros de la noche; de tan breve modo, que podemos transcribir casi literalmente el estilo: “Según los primeros aprontes electorales, el candidato Rafael correa habría logrado la ventaja en las elecciones presidenciales de Ecuador. Se trata de resultados no oficiales y parciales, habrá que esperar para saber quién es el presidente electo de Ecuador”.

La costumbre de hacer de la noticia la pura voz del poder, enfrentada a una realidad odiosa que no podían simplemente manipular, llevaba a los medios y sus empleados –el título de periodistas es inaplicable, salvo mínimas excepciones, como el siempre díscolo y reprimido Hildebrandt, y el muy respetado pero de limitados espacios Giacossa–, a un patético último y desesperado esfuerzo por poner diques manipuladores a la marejada adversa de la realidad.

En una coincidencia que, a nivel simbólico, lo dice todo, el vocero del gobierno Bush hacía lo propio en el mismo momento.

La insoportable soledad neoliberal de García

Muy pronto, las primeras señales, tanto de Correa, como de la oligarquía peruana, han venido a confirmar los peores presagios de esta última. El presidente electo se alinea claramente en la construcción de la nueva Suramérica bolivariana, siguiendo un modelo que se repite en la región, anuncia la re distribución hacia los sectores excluidos, vía nacionalización de las riquezas naturales, y la democratización, vía asamblea constituyente, de la institucionalidad política.

El anuncio inmediato de que no se renovará el contrato de la base militar norteamericana de Manta, que vence en 2009, ahorra todo comentario del papel que dicho gobierno puede jugar en este proceso de cambios.

Como el hasta hace poco locuaz presidente García –sentenciador de muerte de violadores, terroristas y “chavistas”–, aún no sale de su repentino mutismo, es por boca de la ministra de economía, Mercedes Araoz, que se manifiesta la hostilidad al presidente electo ecuatoriano, señalando que su elección afectará negativamente el proceso de la Comunidad andina de Naciones (CAN), de la que ambos forman parte.

El hecho de que la declaración haya sido rápidamente desmentida, muestra el desazón en las filas del aprismo, que salen perplejas de la intoxicación que les produjo su propio triunfo electoral presidencial, conseguido a duras penas y en alianza con lo peor de la política oligárquica peruana (incluido los impresentables fujimontesinistas, hoy los más firmes defensores del gobierno).

Y es que no se trata sólo de meras preferencias o afinidades políticas. Se trata de constatar que una profunda y madura crisis estructural, política y social, de carácter incluso civilizatorio, recorre América del Sur. Y es a ella que responden las búsquedas y las respuestas de liderazgos y programas que ahora vemos avanzar en los procesos electorales de la región.

La negación propagandística de esta realidad es la que se cae y pone en evidencia la insoportable soledad regional de García y el gobierno aprista peruano, quienes apostaron todo a la profundización neoliberal, causante de la crisis, como su solución, y ahora empiezan a comprender que se equivocaron.

Pretendiendo llegar “segundos” –porque para ellos, Chile es el “primero” a seguir–, pero antes que todos los demás en Suramérica, al inevitable camino neoliberal y el seguro desarrollo que traería, envalentonados por el control totalitario de los medios de la oligarquía más ferozmente recalcitrante de la región, se lanzaron incluso sin tapujos a ser el dique contenedor del “chavismo retrógrado” al que atribuyen –en una especie de mundo al revés– la crisis de exclusión económica y deslegitimidad política generalizada.

Ofreciéndose, en ese mismo acto, como la pieza clave de la política de Bush en la región, sin darse cuenta que al corto plazo éste no podrá conservar siquiera su poder dentro del propio EEUU y será incapaz de darles el TLC que públicamente han implorado hasta la indignidad.

Se cierra el cerco

Para colmo de males, y esto hace más duro el golpe y más pesado el silencio con que se intenta negar la realidad, la victoria del presidente Hugo Chávez en la inminente elección presidencial venezolana es un hecho anunciado, que viene a cerrar el cerco de este gobierno entregado por completo y ya sin regreso posible a la feroz oligarquía peruana, la más centralista, racista, excluyente y explotadora de la región.

Un gobierno que en apenas tres meses ha devenido en una mezcla de efímeros golpes mediáticos, impresentables medidas antipopulares –como el contrato con Telefónica, que le permite a ésta robar “legalmente”, mes a mes, a todos los peruanos, una ficticia e inexplicable “renta básica”– y creciente cara represiva, que ya ofrecido la pena de muerte a “terroristas”, cárcel a los manifestantes callejeros, intervención militar a sindicatos y universidades, y control estatal a las ONGs e incluso a la Defensoría del pueblo. Todo esto –como no puede ser de otro modo en el Perú– lo tiene con un 60% de aprobación popular según las “encuestas”, los medios de comunicación masivos, toda la plana pública fujimontesinista, el alto empresariado y el mismo George Bush.

Nada más un problema. Queda por ver si la crisis estructural de exclusión y deslegitimidad del neoliberalismo económico y la democracia formal política, es real o no, y si su causa está en la política neoliberal, como creen la mayoría de los pueblos suramericanos, o en su “falta de más neoliberalismo”, como supone el gobierno aprista. Esta la clave de la cuestión.

Ya el propio García logró sortear apenas –tensando todas las fuerzas oligárquicas, derechistas, fujimontesinistas, y hasta la coincidencia de hecho con impresentables líderes de la ahora minúscula izquierda tradicional– para vencer por apenas 5% al nacionalismo antioligárquico y antiimperialista de Ollanta Humala en las últimas elecciones presidenciales. En las recientes elecciones regionales y municipales “no ganó nadie”, incluso el propio aprismo gobernante, en un hecho inédito en décadas, perdió la presidencia regional de Trujillo, su cuna y zona histórica.

El electorado se diluyó en una serie de opciones de carácter marcadamente regional, que si bien muestran el cansancio creciente con el centralismo oligárquico limeño, expresan también la mayor fortaleza de ésta: eficacia en demoler toda opción política de mayorías que la amenace.

De ahí que, a pesar de ser evidentes los resultados adversos para todos, los siempre dóciles medios, se hayan dedicado a presentarlos como la “muerte política” del nacionalismo antioligárquico y antiimperialista de Ollanta Humala; ése –y no otro- es su claro objetivo, impedir que la exclusión, la pobreza (que alcanza a casi la mitad de la población del país) y el descontento encuentren alternativa de gobierno. Como en el emblemático caso del ex presidente Toledo, la Lima oligárquica puede perfectamente gobernar, aún con el rechazo de la mayoría, siempre que ese descontento esté dispersado entre innumerables e impotentes expresiones políticas.

Y es ésta la lección, de inteligencia, generosidad y grandeza, que deben aprender las fuerzas opositoras, antineoliberales y antiimperialistas.

Por lo pronto, continúa la novedad de las vacilaciones y temores de los medios. Las dudas y confusiones, como nunca desde que asumió el actual gobierno, se notan. Ya no parece tan seguro eso de atacar día y noche a Ollanta como amigo de “Chávez”, “Evo”, “Fidel” y “Correa”, más bien se da la impresión de que está entonces destinado a ser el próximo presidente. Incluso de atacarlo con las permanentes acusaciones, todas improbables e improbadas hasta ahora, hasta con ellas se le mantiene paradojalmente “vivo” en la escena política y, peor aún, se le distingue de la clase política tradicional, toda ella, incluidos los llamados “izquierdistas caviares” (que son el lado “progresista” de lo que hay), sumados “responsablemente” al coro de su satanización.

Tal vez sea que el “latinoamericanismo militante” del programa nacionalista peruano está basado, precisamente, en la comunidad regional de esta crisis, y, consecuentemente, en la búsqueda común de respuestas incluyentes y re legitimadoras, necesariamente anti oligárquicas y antiimperialistas. Y eso no pueda ser detenido con pura propaganda, por totalitaria que sea.

Tal vez se trata de que empiezan a regañadientes a entenderlo. Y es por eso la desazón de los “analistas” televisivos que, llenos de amargura, señalan al pueblo peruano el inmenso peligro de Chávez, al que se le reconoce que ha de ganar las elecciones venezolanas, sólo porque “despilfarra” el dinero de la riqueza petrolero re distribuyendo entre las mayorías más pobres, deteniéndose un momento, como sorprendidos por sus propias palabras, que pueden sonar más bien contraproducentes para la mitad de la población peruana, condenada al subempleo y el desempleo, los abusos laborales, la falta de agua potable y de dignidad.

Hace ya casi 200 años, la batalla de Pichincha sellaba la libertad del Ecuador, y abría el camino a la derrota final del colonialismo español y sus sirvientes peruanos en Ayacucho. La oligarquía limeña y sus mandatarios imperiales españoles espectaban con pánico y desesperada esperanza la marea libertaria de Bolívar y Sucre, a la cabeza de esos pueblos suramericanos arrebatados por imposibles y sinsentidos de dignidad y justicia.

¿Cuánto de esos mismos sentimientos rondan ahora en la soledad sudamericana de García y la izquierda peruana?

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* Periodista, escribe desde Lima.

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