Costas Lapavitsas: el socialismo empieza en casa
Entonces, ¿por qué la extrema derecha es tan poderosa y la UE se encuentra en este estado? Lo primero que hay que remarcar es que la UE se enfrenta a una crisis existencial sin precedentes, que va al corazón de lo que es, lo que hace y los intereses a los que sirve. Es una crisis que ha resultado de la profunda transformación experimentada por la Unión desde la firma de Maastricht.
En este sentido, Maastricht fue un momento clave. Lo que ha ocurrido después es que la UE ha emergido como una intransigente defensora del capital contra el trabajo, una promotora del neoliberalismo, con un conjunto enormemente rígido de mecanismos que fagocitan cualquier tipo de oposición. Esta no se concreta como una alianza de naciones, como una asociación de pueblos o cualquier otra de las palabras elegantes que sigue utilizando la izquierda británica, a menudo remontándose a finales de los años 80, a Jacques Delors y cosas del estilo. La UE de hoy tiene una conexión muy débil con aquellos días, y ha vaciado la democracia en Europa. Ha borrado la soberanía popular, ha alienado a los pobres y a la clase obrera en un país tras otro. El resultado político de esto es lo que podemos contemplar actualmente: una reacción visceral, desde abajo, que vira a la derecha porque la izquierda no ofrece una perspectiva alternativa.
– ¿Te sorprende como se están desarrollando los debates en la izquierda británica? Los sindicatos apuntan, por ejemplo, a la base al menos vestigial de protecciones sociales, económicas o ambientales que acompañan a la UE. Argumentan que, incluso aunque hayan sido atacados por ella, todavía tienen un margen de acción amplio respecto al experimento ultra-neoliberal encarnado por la era de Trump y los Anglófilos; y que mantener algún tipo de relación con Europa –incluso aunque se limite a una unión aduanera o al mercado único– es necesario para proteger los trabajos. ¿Cómo responderías a esto?
–Hay que atender a una serie de cuestiones. Una tiene que ver con los derechos y las condiciones laborales, y la otra con la habilidad para negociar con Europa. Obviamente, el mercado único tiene algo que ver con ambas. Pero, primero, déjeme decir que las reacciones de la izquierda y los sindicatos en Gran Bretaña me sorprenden. Es como si el movimiento sindical se hubiera quedado anclado a finales de los 80, cuando Jacques Delors se dirigió a la conferencia del Trade Union Congress (TUC) y les contó todas aquellas cosas buenas que iban a ocurrir en Europa. Esto no tiene nada que ver con la UE actual.
La lógica de la UE desde Maastricht ha sido la lógica del mercado único. El mercado único es, básicamente, un mecanismo de homogeneización que busca acomodar el neoliberalismo. Se trata de un conjunto de acuerdos y principios que sistemáticamente promueven el neoliberalismo a través de la búsqueda de estrategias que fortalezcan el capital cada vez que surge un problema. El mercado único es un mecanismo muy poderoso, y uno de los motores que lo hace funcionar es el Tribunal de Justicia de la Unión Europa (TJUE).
La gente no entiende la importancia del Tribunal de Justicia. Para que los mercados funcionen tiene que existir un marco legal adecuado, y el marco legal europeo se ha creado, sin pausa, durante las últimas décadas. Ha sido creado por el Consejo de Ministros, que presenta la mayoría de las leyes, y por el Tribunal de Justicia, que las interpreta y que también tiene capacidad para crear jurisprudencia. Este mecanismo es neoliberal de principio a fin. No hay intereses populares expresados en esta configuración. Los sistemas legales nacionales individuales, específicos de cada país, están obligados a cumplir con el acervo comunitario, la ley europea, que ahora se ha convertido en un vasto sistema legal. Mientras sea así, la izquierda puede olvidarse de los desafíos radicales a las relaciones entre el capital y el trabajo. Tan pronto como la izquierda acepte el mercado único, todo esto está acabado, debe ser olvidado.
– Si un gobierno de Corbyn fuera elegido partiendo de premisas como la anterior, ¿de qué manera podría enfrentarse a las restricciones de la membresía en el mercado único?
–A través de una variedad de formas que emanan del marco legal así como de las prácticas que rodean al mercado único. Recientemente he realizado algunos trabajos sobre las subvenciones y las contrataciones estatales. Un gobierno de izquierdas, un gobierno radical como el que Reino Unido necesita, debe usar las subvenciones y las contrataciones con criterio, con el fin de apoyar a la industria, crear puestos de trabajo e infraestructuras industriales. El marco del mercado único actual está diseñado de tal manera que detiene la intervención decisiva en estos campos por parte de un hipotético gobierno de izquierda radical. Es posible otorgar ayudas estatales y utilizar la contratación pública, pero dentro de límites estrechos. Estos límites serían demasiado restrictivos para un gobierno radical como el que Jeremy Corbyn quiere instalar.
– ¿Cuáles podrían ser las consecuencias si el comercio revirtiera las normas de la OMC? ¿Sería tan malo como algunos proyectan?
–Permítame decir dos cosas sobre esto. En primer lugar, para un país capitalista tan poderoso como Gran Bretaña, con semejante trayectoria histórica, terminar con un gobierno conservador como el que tiene ahora –que es obviamente incapaz de administrar los asuntos elementales del Estado– es sorprendente. Estas personas son incapaces de negociar o gestionar nada. Así que no debemos tomar los últimos dos años de este gobierno como un ejemplo de cómo un gobierno de izquierda –uno con los pies en la tierra y respaldado por el movimiento popular– habría lidiado con el Brexit.
Sin embargo, cuando se analiza la situación de manera más general, aparecen dos cuestiones que son muy importantes. Una es qué tipo de acuerdo comercial necesita el país con la UE y qué significa abandonar el mercado único distinto de los aranceles, etc.
Obviamente el mercado único desborda la cuestión de los aranceles y las condiciones de compra y venta. Para que cualquier mercado funcione necesita un marco de normas, reglamentos, medidas, estándares, prácticas, enfoques comunes, prácticas óptimas en una gran variedad de campos, y Gran Bretaña necesita claramente un acuerdo con la UE en lo que se refiere a estas cosas. Necesitamos hacer operar los aeropuertos y los puertos, tener unos estándares prácticos en común para que los doctores puedan moverse y todo lo demás. No hay nada que diga que un gobierno de izquierda no pueda gestionar esto después de salir del mercado único. Gran Bretaña seguirá apegada a Europa; es un país europeo. Tendremos que negociar todo eso con la UE y es cuestión de sentarse y elaborar el mejor acuerdo posible.
El segundo tema tiene que ver con los aranceles y con una serie de condiciones vinculadas a cualquier acuerdo comercial. En este punto, el ogro que ha aparecido es la OMC: la salida del mercado único se resuelve, aparentemente, para aceptar las condiciones de mercado de la OMC, lo que se ofrece como un horizonte horrible. Pero, ¿por qué?
En primer lugar, la izquierda no está a favor del libre comercio. No somos librecambistas. Creemos en los controles. En segundo lugar, cuando se mira el marco dentro del cual se ejercerán estos controles y se practicará el comercio, la OMC, este se aparece, en muchos sentidos, mucho más permisivo que la UE, incluso en relación con las cuestiones de subvención y contratación estatales mencionadas anteriormente. Esto es algo que un gobierno de Corbyn podría aprovechar. Por tanto, incluso si Gran Bretaña tuviera que recurrir a las reglas de la OMC en ciertas áreas, esto en realidad crearía un margen más amplio de acción para un gobierno radical.
– El argumento utilizado por compañías como Airbus –que, en parte, es propiedad de los gobiernos de la UE– es que gran parte de sus cadenas de suministro se basan en la lógica just-in-time para procesar la importación de partes extremadamente rápido, y no tienen otra opción que reubicar su fabricación fuera de Gran Bretaña. ¿Es esto solo una amenaza?
–No hay ninguna duda de que es una amenaza. Las grandes empresas británicas no quieren, claramente, un cambio en el statu quo. Está claro que la columna vertebral del capital británico quiere permanecer en la UE y luchará por ello, porque la UE es un entorno neoliberal óptimo para las grandes empresas. En ella pueden obtener los beneficios que buscan, pueden operar de la manera que ellos aprueben. No quieren ningún cambio, incluida la City de Londres. La City está muy, muy interesada en que las condiciones actuales no cambien.
Entonces, durante estos últimos meses, hemos presenciado una campaña sostenida por las grandes empresas, que auguraba terribles designios si cambiaban las condiciones actuales. Pero no, ese no es el caso. Debemos mantener la calma, la serenidad. Gran Bretaña puede sobrevivir, puede vivir, fuera de las condiciones actuales, siempre y cuando tenga un gobierno que sepa de qué manera modelar la política económica. No hay ninguna razón por la que no podamos imponer acuerdos sobre la regulación de los mercados y permitir que las cadenas de valor continúen y los bienes se muevan alrededor del mundo. Hay cadenas de valor en todas partes, desde China a los EU, Japón, Alemania, etc. Y no necesitan un mercado único a su alrededor para funcionar.
–Volviendo al asunto de las negociaciones, ¿es un peligro que la UE quiera cobrarle a Gran Bretaña un precio como elemento disuasivo, para que el resto de Europa no cuestione su autoridad?
– No tenemos que ser hipotéticos sobre esto. Podemos ver cómo se ha comportado la UE hacia Gran Bretaña en los últimos dos años. Su postura ha sido hostil, no ha ofrecido ningún tipo de ayuda, creando problemas a izquierda, derecha y centro. No ha dado ningún margen de maniobra en absoluto. Por supuesto, la izquierda debe estar preparada para la oposición que venga de la UE y de su alianza con las grandes empresas británicas. Debe esperar un esfuerzo concertado para socavar el posible gobierno de Corbyn.
– Es una alianza de intereses potencialmente vigorosa. Entonces, ¿cómo los desafiamos?
–¿Acaso creemos en nuestra propia fuerza o no? ¿Creemos en la fuerza de los trabajadores, en el poder de la clase trabajadora y las capas más pobres de la sociedad británica? Si no lo hacemos, podemos empacar e irnos a casa cuanto antes. Si la magnitud de la tarea nos asusta, no tiene sentido hablar de socialismo y de lo que debe hacer la izquierda. Podemos enfrentar a estas personas y vencerlas, por supuesto que podemos. Podemos oponernos a la UE y a las grandes empresas y podemos derrotarlos. Debemos confiar en la fuerza de la clase trabajadora y su hostilidad hacia el actual régimen en Gran Bretaña y el estado de los asuntos sociales, que es muy profunda
Y podemos confiar en el anhelo de soberanía popular por parte de la gente común.
Las personas quieren sentirse al mando del lugar en el que viven, de lo que hacen, de su futuro y el futuro de sus hijos. Podemos confiar en eso, y podemos apoyarlo con un programa radical. Hay mucha fuerza económica y de otro tipo en Gran Bretaña, y podemos movilizarla. No tengo ninguna duda. Un gobierno radical con un programa de nacionalización de los recursos básicos, que se haga cargo de ciertos bancos y regule el sistema bancario, y una política industrial que cambie el equilibrio de los sectores en Gran Bretaña, tendrá un gran margen de éxito. Eso es contra lo que lucharía la UE: una Gran Bretaña radical y de izquierdas que muestre que hay otra manera de hacer las cosas. Ellos no quieren eso.
– Dado que la filiación sindical está muy por debajo de lo que era en la década de los 70, la capacidad del capital para volar por todo el mundo, el poder de la City londinense y del capital financiero sobre el resto de la economía, ¿estamos realmente en una posición estratégica lo suficientemente fuerte como para librar ese grado de guerra total contra la clase dominante? Sus críticos dirían que es una fantasía agradable, pero no tiene en cuenta la debilidad relativa del poder obrero.
– Seamos claros acerca de una serie de cosas. El programa del Partido Laborista de hace dos años es básicamente una democracia social radical y nada más. Gran Bretaña necesita ahora un programa mucho más radical, pero que aún se incluya dentro de la amplia rúbrica del keynesianismo radical con algunos fundamentos marxistas. No estamos hablando de una revolución bolchevique. No nos asustemos por el cambio antes de que comience. Estamos hablando de confrontar el statu quo con un conjunto de políticas que se han implementado en muchos lugares diferentes, solo que esta vez de forma más radical.
–¿Crees que la izquierda británica tendría que confiar en sus propios recursos en esa lucha? ¿Qué papel prevé para la solidaridad internacional paneuropea?
– La izquierda siempre ha sido internacionalista. Este no es el internacionalismo del gran capital, que se traduce en una movilidad absoluta del mismo, en el que los productos básicos pueden viajar a donde gusten y la mano de obra puede trasladarse a cualquier lugar del mundo, siempre que el capital lo requiera. La izquierda es internacional en el sentido profundo en que Karl Marx determinó la idea hace muchas lunas, cuando básicamente dijo que la clase obrera de un país debe devenir nación. La clase obrera de un país es internacional. No tiene un país, pero debe convertirse en la nación. En otras palabras, debe convertirse en la clase dominante y dar su propia perspectiva a la nación, desbancando a la perspectiva capitalista.
Esto significa, para mí, que cuando pensemos en la transformación social y en las políticas económicas que necesitamos, el primer puerto de escala es la fuerza doméstica –la fuerza al mando de las palancas del poder en el lugar donde vivimos, donde estamos empleados, donde estamos activos–. Ahí es donde comienza, y no buscando fuerza en París, Lisboa, Roma o en cualquier otro lugar. Primero lo encontraremos en Londres, en Glasgow, en Newcastle, y así sucesivamente. De ahí proviene nuestra verdadera fuerza, pero siempre con una perspectiva internacional.
Nuestra fortaleza estará garantizada mediante el restablecimiento de la soberanía popular. El pueblo británico quiere la soberanía popular. Quieren sentir que están al mando, en lugar de que sucedan cosas sobre las que no tienen ningún tipo de control. Esa es la forma en que comenzamos a obtener el apoyo que necesitamos a nivel nacional. Una vez que hayamos hecho eso y hayamos adquirido las bases suficientes para lo que intentamos hacer en el lugar donde vivimos, entonces, al mismo tiempo, buscaremos apoyo internacional. Sería un arma adicional para nosotros si los trabajadores alemanes y españoles vieran lo que estamos haciendo y nos apoyaran. Queremos eso, intentaremos promocionarlo y desarrollar un movimiento en toda Europa. Tenemos todas las posibilidades de éxito, y esa es la razón por la que la UE está tan asustada con la posibilidad de que gane Corbyn. Saben que si funciona, sería un modelo para otros países. El internacionalismo comienza en casa, no comienza en el espacio indeterminado donde las grandes ideas flotan.
– Hay algunas personas en la izquierda, incluso en la izquierda griega, que dirían que la marea de eventos a nivel mundial se está moviendo más allá de las fronteras nacionales –el mundo en el que vivimos se está internacionalizando cada vez más– y la única forma de obtener una compra democrática sobre las fuerzas internacionales del mercado son los estados nacionales trabajando en colaboración para ejercer cierto grado de autoridad supranacional. Por lo tanto, en lugar de verlo como una especie de retorno a la soberanía del Estado-nación, ven que el paso necesario es construir autoridades internacionales que tengan cierto grado de soberanía popular. Están hablando sobre el intento de trabajar en el interior y reformar radicalmente instituciones como la UE, en lugar de separarse de ellas.
– Diría, desde un primer momento, que este argumento –que por supuesto se escucha de forma recurrente en la izquierda– resume muy bien la profunda enfermedad que ha afectado a la izquierda europea. Es una visión característicamente europea que el Estado-nación ha sido trascendido, que las fronteras son insignificantes y debemos mirar el espacio más grande que desborda el marco nacional, que en cualquier caso es venenoso, destructivo, la causa de la guerra.
En términos teóricos, esta idea es un disparate sin sentido. No es así como el mundo se está desarrollando. Es verdad, claro, que el capital se ha internacionalizado. Y, por supuesto, tenemos cadenas de valor en todo el mundo. Hoy tenemos lo que se llama globalización, lo que significa, en otras palabras, la expansión del comercio a partes del mundo que no habían sido afectadas todavía por el capitalismo. Por supuesto que tenemos capital productivo que establece la producción en otros lugares. Por supuesto que tenemos capital monetario que se mueve en varias áreas del mundo y establece lo que a menudo se denomina “financiarización”. Todos estos son fenómenos que observamos.
Pero la noción de que esto va con la eliminación, o marginación, del Estado-nación, es una tontería. En realidad, la dirección de los movimientos en la economía global está determinada por vastos mecanismos estatales. China nunca hubiera hecho lo que ha hecho sin la máquina estatal detrás de ella, y sin el Partido Comunista que, por supuesto, no es un verdadero partido comunista, sino una máquina paraestatal integrado por 80 o 90 millones de personas. Los Estados Unidos nunca habrían llegado a ser lo que son sin un gobierno que los respaldara. Lo vimos en la crisis de 2007-2009, cuando todos los profetas de la globalización se vieron al límite y pidieron intervención para salvar sus pieles.
El Estado nunca se ha ido, es fundamental para el capitalismo. Es fundamental para su desarrollo, y lo que hace es intervenir para promover la globalización y la financiarización. Esto tampoco sería posible sin el papel activo de poderosos mecanismos estatales.
Europa es una variedad de estados, algunos de tamaño considerable según los estándares globales, algunos medianos y otros muy pequeños. La dirección de la unidad política en Europa desde la II Guerra Mundial se caracterizó, en primer lugar, por la guerra misma; luego por la intervención de los Estados Unidos y lo que quería crear contra la URSS; y después por la creación del mercado único y el dominio del capital. Todos estos factores han dado forma a la perspectiva actual de la UE. Esta perspectiva es completamente neoliberal, pero no es solo eso. Cuando lo miras desde la perspectiva de los estados, lo que ves no se parece en nada al cuento de hadas internacionalista al que algunos se suscriben. Lo que ves es una jerarquía de estados tan implacable como cualquier jerarquía que hayamos visto antes.
Esta jerarquía se caracteriza por un núcleo sólido dominado por Alemania, Francia y algunos otros países, en el que se integra parcialmente Italia, y varias periferias. La periferia sur –Grecia, España, Portugal– está formada por economías débiles con una débil base industrial y un gran sector público. La periferia de Europa central incluye Polonia, la República Checa, Eslovaquia, Eslovenia y varios otros países que están básicamente adheridos a la estructura industrial alemana. La periferia del Báltico, por su parte, es harina de otro costal.
En pocas palabras, lo que en realidad vemos en Europa es jerarquía y divergencia entre los diferentes estados. En la parte superior se encuentra Alemania: Berlín es el centro del poder, donde se toman las decisiones reales. Y Francia realmente ha perdido esa batalla, no importa lo que piense Emmanuel Macron. Esa es la realidad de Europa. En la parte inferior se encuentran varios países periféricos, países débiles que están dominados por el núcleo.
Tenemos relaciones de dominación, nuevas formas en las que se manifiesta el imperialismo. Esa es la realidad de Europa, no los cuentos de hadas que versan sobre una alianza de naciones que supera las fronteras nacionales, convirtiéndose en una gran familia feliz. Estas cosas sólo pueden existir en los sueños de las personas o en los lemas políticos de las personas que apoyan a la UE, pero esa no es la realidad. En este contexto, las ideas de soberanía popular y nacional son temas reales. Esa es la forma en que el mundo se moverá y debería moverse en el futuro.
Ahora bien, si esa es la situación, ¿qué ocurre con la idea de que podemos aliarnos como izquierda, en el espacio indeterminado que existe más allá del Estado-nación, e intentar cambiar la UE? Podemos burlarnos de esta idea en la teoría, o analizando las instituciones reales de la UE, pero ni siquiera tenemos que hacerlo. Tenemos la evidencia histórica, y esa evidencia histórica se llama Syriza.
Syriza estaba dominada por la idea de que podía ganar elecciones, ganar legitimidad y luego ir a los foros de Europa. Allí argumentaría su caso, obtendría apoyo de otras partes de la izquierda europea y otros países, y luego lograría cambiar el equilibrio de fuerzas y la verdadera bondad de Europa emergería y todo sería encantador. Nada de esto se acercó a la realización. La UE que Syriza enfrentó fue esta fuerza hostil y arrogante que básicamente le dijo a Syriza qué hacer y chantajeaba al gobierno de izquierda sin piedad.
Esto es exactamente a lo que se enfrentaría cualquier tipo de iniciativa internacionalista que cuente con un mal análisis. No es una política realista. La política realista comienza en casa. Comience en casa, comience con cosas que pueda ordenar y cosas que pueda cambiar. El internacionalismo se basa en eso.