Crece la violencia en Pakistán: Un país con el termómetro en rojo

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Diego Ghersi*
 
El nuevo gobierno de la nación islámica enfrenta simultáneamente problemas económicos y de impopularidad coincidentes con una situación bélica que lo tiene como protagonista. 

Los dos atentados terroristas que sacudieron a Pakistán el jueves 9 de octubre y que arrojaron un saldo de al menos 10 muertos y 14 heridos, dan una idea del angustiante momento que vive la única nación musulmana con armamento nuclear.

Por un lado, a pocos meses de la asunción del nuevo presidente Asif Ali Zardari -viudo de la ex primera ministra asesinada Benazir Bhutto- el Estado aparece con problemas económicos que peligrosamente lo acercan a la bancarrota.

Al desorden de las cuentas públicas, heredado de la administración de Pervez Musharraf, se suma un fenómeno inflacionario que alcanza valores record de hasta el 60 por ciento en rubros como electricidad, combustibles y alimentos básicos.

Zardari tiene 53 años y también un currículum que no inspira la confianza de sus 168 millones conciudadanos y que le ha valido el mote de “Señor 10 por ciento”, en virtud de los negociados que efectuaba cuando su esposa dirigía el país en la década del 90.

En su historial consta una condena de 11 años en prisión (1990-1993 y 1996-2004) por delitos de corrupción y sólo fue liberado (amnistiado) hace un año por el ex presidente Musharraf en el marco de las negociaciones que el entonces mandatario celebraba con Benazir Bhutto para el reparto del poder. (Ver: “Tensiones aquí y allá”. APM 24/08/2008).

Increíblemente, Zardari terminó siendo designado por su partido – el Partido Popular de Pakistán (PPP)- como candidato a la presidencia.

Por otro lado, Paquistán ocupa una posición geoestratégica de primera fila en la política mundial y ese factor lo hace fácil presa de maquinaciones que, desde el extranjero, obligan al gobierno de turno a la adopción de medidas impopulares. (Ver: “El eterno ‘Gran Juego’ por la llave del mundo”. APM 24/08/2008).

Así, el apoyo gubernamental a Estados Unidos en las operaciones militares contra Al Qaeda en Afganistán ha generado la ruptura entre el pueblo y sus dirigentes. El malestar explica la ola de atentados terroristas pro islámicos que azotan al país y que han dejado la friolera de 1200 víctimas en el último año.

Recurriendo a Mao Tse Tung, resulta fácil entender la libertad que gozan los miembros de las fracciones terroristas que se mueven por el país: “el ejército debe estar en el pueblo como un pez en el agua”.

De ahí la nueva estrategia militar estadounidense consistente en atacar los santuarios de resistencia talibán en territorio paquistaní, motivando entre otras cosas la reacción adversa -aunque contenida- de las nacionalistas fuerzas armadas de Pakistán.

La estrategia estadounidense, que fuera ordenada el 9 de septiembre por el jefe del Estado mayor conjunto de Estados Unidos, almirante Michael Mullen, consiste en cubrir ambos lados de la frontera entre Afganistán y Pakistán e interrumpir un flujo logístico importante para las fuerzas enemigas de Washington.

De hecho, los anuncios de Mullen han servido para reconocer un estado de cosas que ya se venía dando en las en las zonas tribales del noroeste, con bombardeos sobre posiciones talibanas y de Al Qaeda.

“Mientras no colaboremos de forma más estrecha con el gobierno de Pakistán para eliminar estos santuarios, el enemigo seguirá viniendo de Pakistán”, lanzó el almirante Mullen al explicar un cambio táctico que recuerda los bombardeos sobre Camboya durante la guerra de Vietnam.

Sin embargo, la colaboración requerida por Estados Unidos encuentra un freno en las “víctimas civiles colaterales” producidas por los ataques y que son la continuación de lo que ya estaba ocurriendo en Afganistán. (Ver: “La delgada línea entre el error y el terror”. APM 12/09/2008).

En ese marco se inscriben las víctimas de los ataques del 4 de septiembre, cuando helicópteros de combate estadounidenses y -probablemente tropas terrestres- atacaron una aldea paquistaní matando, según Islamabad, a 15 civiles, entre ellos mujeres y niños.

En efecto, el aumento de los ataques estadounidenses sobre la región limítrofe con Pakistán ha provocado indignación entre los miembros del ejército paquistaní, lo cuál es causa de un aumento en la presión sobre el nuevo presidente de Pakistán, Asif Ali Zardari, forzado a sostener la alianza con Washington y los millones de dólares en ayuda financiera que esa alianza representa.

Frente a este giro del accionar bélico de Washington, el jefe del ejército pakistaní, el general Ashfaq Parvez Kayani, afirmó claramente que "defendería a toda costa la soberanía y la integridad territorial de su país”. Es evidente que, desde hace mucho tiempo, el gobierno de Pakistán no está haciendo lo que su pueblo musulmán desearía.

Sin embargo, es un dato no menor que el cambio de la estrategia bélica de Washington se haya producido justo después de la salida de Musharraf del poder. Y es que Musharraf, antes que presidente era militar y sus acciones eran tendientes a mantener sus fronteras libres de fuerzas extranjeras o, al menos, de ocultarlas a los ojos del público y sobre todo de sus camaradas de armas.

A toda esta situación hay que sumar un nuevo factor impensado hace tan sólo dos meses atrás: ¿los efectos de la crisis financiera internacional quitarán prioridad a los esfuerzos de Estados Unidos en la “lucha contra el terrorismo”?

La duda se hace fuerte si se tiene en cuenta la cercanía del proceso electoral estadounidense y el cuidadoso discurso de los candidatos presidenciales que, a efectos de no rifar sus oportunidades con declaraciones desatinadas de último minuto, solo promueven desconcierto y no pueden ser tomadas seriamente.

Todo hace pensar que los problemas internos de la economía de Estados Unidos obligarán a la nueva administración de Washington a medidas de austeridad que condicionarán el esfuerzo bélico en todos los frentes empeñados. En el caso paquistaní, los recortes pueden alcanzar a los fondos de ayuda militar, cuestión que complicaría notoriamente el estado de virtual quiebra que enfrenta el gobierno de presidente Asif Ali Zardari.

En esas condiciones, la inestabilidad social paquistaní basada en la impopularidad gubernamental; el recelo de las fuerzas armadas y el accionar sin complejos de los Talibanes adquirirían una masa crítica capaz de producir cambios, no sólo locales, sino de consecuencias estratégicas a nivel planetario.

*Publicado en APM.

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