Cristián Joel Sánchez / Compañero Patricio Cortés
El sábado 13 de este mes de diciembre por la mañana un puñado de amigos acompañó a Patricio Cortés hasta el cementerio en Moscú, donde reposará. Es difícil escribir sólo para mí y paradojalmente para un amigo que ya no podrá leerlo. Esta vez soy mi propio lector y dirijo mis palabras al otro confín de la Tierra mientras introvierto en el papel mi dolor, intentando aferrarme a esa malentendida hombría que le niega al género masculino el mejor de los llantos.
Parto pidiendo disculpas a mis generosos lectores que alguna vez, o quizás varias veces, han leído mis artículos en los que de manera casi invariable –y quizás si hasta majadera- he intentado analizar los temas de la actualidad política nacional chilena y mundial.
Para liberarlo a usted, querido lector, de seguir leyendo estas líneas que tienen mucho de intimidad, le digo de inmediato que ellas son el homenaje personal a un amigo muerto, a un camarada entrañable que falleciera ayer en Moscú y que, salvo que mi agnosticismo sea una más de mis equivocaciones terrenales, ya no podrá saber de este tributo de palabras que a miles de kilómetros de distancia, las digo casi en susurro para no alterar el que desde ayer será su silencio eterno.
Esto último que pareciera ser una frase funebrera al pié de su féretro, cobra aquí real significación porque Patricio Cortés, así como algunos usan la pluma, el pincel o la partitura para poblar el mundo de belleza, esgrimió siempre su voz distinguida y privilegiada como mejor expresión de sus ideales, de los que sólo la muerte vino a separar, silenciando de paso “el metal tranquilo de su voz”, parodiando la frase póstuma de Salvador Allende.
Hombre de izquierda, Patricio Cortés se incorporó siendo todavía un estudiante universitario, como locutor de la Radio Coloso de propiedad del Partido Comunista de Chile en Antofagasta, habiendo trabajado también en la radio de la Universidad Técnica de la misma ciudad entregándose por entero, como millones de chilenos, a la construcción del gran mito de la revolución socialista chilena. No lo conocí en esa etapa de su vida, aunque el esfuerzo esperanzado que uniera a una nación entera durante tres frenéticos años, de alguna manera nos hermanaba ya como al Pedro Fogonero de Neruda que, sin conocerlo, era “más hermano mío que mi hermano”.
El exilio forzado por el espanto del fascismo, nos hizo coincidir en la Rumania socialista de aquellos años, mediados de los setentas. Los partidos políticos de la Unidad Popular organizaron la hégira para que los verdaderos militantes concentraran todo el esfuerzo cotidiano en armar una poderosa solidaridad internacional que ayudara a la lucha contra la dictadura que se desarrollaba dentro de Chile.
Así en ese lejano país ubicado entre los Cárpatos y el Mar Negro formamos una dirección juvenil que si bien no fue el “Cuarteto de Alejandría” bien pudo llamarse el “Quinteto de Bucarest” consagrando, con un misticismo de monjes tibetanos, las 24 horas del día al magno empeño. Además de Patricio Cortés, integraban la dirección juvenil Julián Muñoz – hoy en Estocolmo–, Iván Vuskovic, recientemente candidato a alcalde por la izquierda en Valparaíso, Luis Vera, en la actualidad talentoso director de cine, y quien hace estos nostálgicos recuerdos que a la sazón oficiaba como jefe de estos cuatro truhanes sublimes y generosos.
Inventamos de todo para mantener la confianza ideológica en ese exilio políticamente difícil por las trasgresiones que la socialdictadura de Ceauscescu hacia del socialismo. Entre nuestros afanes estaba el celebrar todas las fechas magnas del calendario criollo montando a pulso complejos actos político-culturales en los que la voz privilegiada de Patricio Cortés iba desgranando los libretos inflamados de arengas y esperanzas.
Sin embargo, las aspiraciones más sentidas de mi camarada Patricio, se cumplieron cuando, enviado a la URSS para un curso de estudios políticos, quedara incorporado, en la década de los ochentas, al staff de locutores de Radio Moscú, pasando rápidamente a ser el locutor oficial del programa “Escucha Chile” y de “Radio Magallanes”. Estas emisiones especiales dirigidas a la resistencia del pueblo chileno desde la Unión Soviética, fueron la voz de la esperanza para los millones de oprimidos por la dictadura, y también la pesadilla del sátrapa que no podía evitar que todo Chile se enganchara cada noche a la onda corta que barría con la mentira de los medios propagandísticos que hegemonizaba la dictadura militar.
Patricio llegó en 1984 a Moscú reemplazando a René Largo Farías como locutor de estas emisiones, haciendo pareja en el éter con la legendaria Ekaterina Olevskaya, Katia, la voz que durante los 17 años de dictadura, se familiarizó con el Chile que oía la famosa trasmisión de onda corta. La compenetración del pueblo con la Olevskaya fue tal, que ella viajó expresamente a Chile como invitada de honor cuando terminó la odiosa dictadura
El derrumbe de la Unión Soviética, que coincidió con el término de la dictadura de Pinochet a fines de los años ochentas, dejó a muchos chilenos que hicieron de Rusia su hogar, a la deriva de los nuevos rumbos que tomaba el lejano país de los Urales. Por mi parte regresé del exilio, primero clandestino y luego oficializado, a mediados de la misma década. Por razones de seguridad, perdí contacto con muchos de mis antiguos camaradas de ultramar, incluyendo a mi amigo Patricio Cortés.
Terminada la dictadura, lo vi un par de veces en las pantallas de la televisión chilena enviando crónicas como corresponsal de Canal 13 en Moscú, pero sólo hace muy poco, gracias a la magia de internet, pude reestablecer los lazos de nuestra vieja y sólida amistad. El, como yo y los demás integrantes de Quinteto, seguía en la misma trinchera que, aunque maltrecha y vapuleada por los oportunistas, se está reconstruyendo en esta alborada bolivariana de América Latina.
La alegría del reencuentro tenía, sin embargo, una esquina rota, como la primavera de Benedetti. Patricio Cortés había sido herido, de manera letal y artera, por el único enemigo que no pudo precaver: un cáncer que, detectado tardíamente, puso marcha atrás el brillante reloj de su existencia. Como un terrible privilegio que quizás no hubiese querido yo tener, me contó de inmediato el destino pronosticado por los médicos, situación que no deseaba que supieran más que sus amigos más cercanos.
Me dijo también que quería luchar, que no se iba a rendir como no se rindió en su vida consecuente de militante de la gran esperanza. Le propuse entonces que nos pusiéramos a trabajar como en los viejos tiempos, aunque fuera a la distancia, utilizando el lazo mágico del ciberespacio. Íbamos a escribir al alimón, como Neruda y García Lorca, un ensayo pretencioso acerca del derrumbe del socialismo soviético, de ese mundo maravilloso, pero alienado, que fuera distorsionándose por el fanatismo religioso del comunismo militante, y del que nosotros habíamos tenido el privilegio, para las pretensiones del ensayo, de haber conocido desde dentro.
Me demoré demasiado en elaborar el andamiaje del escrito. Su corazón me lo ganó la muerte y de él sólo me resta ahora su recuerdo de gran camarada y el sonido de su voz que, seguramente, todavía no se extingue en la memoria timpánica de quienes le oían en las noches oscuras de la ignominia.
Al finalizar, y por haber estado en Moscú en estación similar, me imagino la vastedad blanca de sus plazas y calles nevadas por donde rueda su chileno carro fúnebre a la misma hora en que esto escribo. Cada uno de sus familiares y compañeros que marchan tras de él, tendrán que llevar un poco de mi propia presencia y de todos quienes a una distancia transoceánica lamentamos su definitiva ausencia.
El grito obligado de “¡Compañero Patricio Cortés!” que va acompañando sus restos hasta el cementerio moscovita de Perepechenskoye, tiene también un “¡Presente!” coreado desde este lejano rincón del mundo por quienes le conocieron. En mi caso no sólo está presente el desconsuelo profundo que emana del camarada perdido, si no que se añade el dolor íntimo del amigo cuya ausencia ha dejado de ser temporal para transformarse ahora en definitiva.
Que descanses desde hoy en eterna paz, compañero Patricio.
C.J.S es escritor.