Crónica de una tragedia anunciada
Boaventura de Sousa Santos
La tragedia griega de la Antigüedad clásica se ha distinguido por ser portadora de preguntas universales. Las preguntas ya habían sido planteadas con anterioridad en otros lugares y por otras culturas, pero se volvieron universales al servir de base a la cultura europea. La tragedia griega actual no escapa a la regla. Identifiquemos las principales cuestiones y lecciones que podemos aprender de ella.
Los castillos neofeudales: de Disneylandia a Eurolandia
Todo lo que ha sucedido en los últimos meses en el sur de Europa ocurrió antes en muchos países del Sur global, pero como sucedió en “el resto del mundo” se vio como un mal necesario impuesto globalmente para corregir errores locales y promover el enriquecimiento general del mundo. La existencia de un doble rasero para los mismos errores —la deuda externa de Estados Unidos excede el valor total de la deuda de los países europeos, africanos y asiáticos; comparado con los fraudes cometidos por Wall Street, el fraude griego es un truco mal hecho por falta de práctica— ha pasado inadvertida y lo mismo ha ocurrido con las estrategias y decisiones de actores muy poderosos con vistas a obtener un resultado bien identificado: el empobrecimiento general de los habitantes del planeta y el enriquecimiento de unos pocos señores neofeudales empeñados en librarse de dos obstáculos que el siglo pasado puso en su delirante camino: los movimientos sociales y el Estado democrático —la eliminación del tercer obstáculo, el comunismo, se la pusieron en bandeja los voceros del "fin de la Historia"—. La tragedia griega ha revelado todo esto.
Estos días se habla con detalle —con nombres y apellidos, hora y dirección en Manhattan— sobre una reunión de directores de fondos de inversión especulativos de alto riesgo (hedge funds) en la que se tomó la decisión de atacar el euro a través de su eslabón más débil, Grecia. Algunos días después, el 26 de febrero de 2010, el Wall Street Journal informaba del ataque en preparación. En la reunión participaron, entre otros, el representante del banco Goldman Sachs, que había sido el que facilitó el sobreendeudamiento de Grecia y su disfraz, y el representante del especulador más exitoso y menos sancionado de la historia de la humanidad, George Soros, que en 1988 dirigió el ataque sobre la Société Générale y en 1992 planeó el hundimiento de la libra esterlina, ganando en un solo día 1.000 millones de dólares. La idea del mercado como un ser vivo que reacciona y actúa racionalmente ha dejado de ser una contradicción para pasar a ser un mito: el mercado financiero es el castillo de los señores neofeudales.
Lo que las informaciones raramente mencionan es que los inversores institucionales reunidos en Manhattan una noche de febrero sentían que estaban cumpliendo una misión patriótica: liquidar la pretensión del euro de rivalizar con el dólar como moneda internacional. Estados Unidos es hoy un país insostenible sin la prerrogativa del dólar. Si los países emergentes, los países con recursos naturales y productores de commodities —que el capital financiero hace mucho que identificó con el nuevo El Dorado— cayeran en la tentación de poner sus reservas en euros —como lo intentó Saddam Hussein, por lo que tuvo que pagar un precio muy alto—, el dólar correría el riesgo de dejar de ser el saqueo institucionalizado de las reservas mundiales y el privilegio extraordinario de imprimir billetes de dólar de poco valdría a Estados Unidos. La operación se ejecutó con peso y medida: a Estados Unidos le interesa un euro estable, siempre que esta estabilidad esté bajo la tutela del dólar. Esto es lo que está en curso y ésta es la misión del Fondo Monetario Internacional (FMI). Tal y como sucedió en el pasado, el poder financiero es lo último a perder por el poder hegemónico en el sistema mundial. En la larga transición, “los intereses convergentes" están principalmente en los países emergentes —en este caso China, India y Brasil— y no en el rival más directo, el capitalismo europeo. Todo esto quedó patente en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada el pasado mes de diciembre en Copenhague.
La falta que hace el comunismo
Los economistas latinoamericanos Óscar Ugarteche y Alberto Acosta [1] describen cómo, el 27 de febrero de 1953, fue acordada por los acreedores la regularización de la inmensa deuda externa de la entonces República Federal Alemana. Este país obtuvo una reducción de entre el 50% y el 75% de la deuda derivada, directa o indirectamente, de las dos guerras mundiales; las tasas de interés se redujeron drásticamente hasta entre el 0 y el 5%; se amplió el plazo para los pagos; el cálculo del servicio de la deuda se estableció en función de la capacidad de pago de la economía alemana y, por tanto, vinculándolo al proceso de reconstrucción del país. La definición de esta capacidad se encargó al banquero alemán Hermann Abs, que encabezó la delegación alemana en las negociaciones. Se creó un sistema de arbitraje que nunca se utilizó, dadas las condiciones ventajosas ofrecidas al deudor.
Este acuerdo tuvo muchas justificaciones. Sin embargo, la menos comentada fue la necesidad de, en plena Guerra Fría, llevar el éxito del capitalismo hasta muy cerca del Telón de Acero. El mercado financiero tenía entonces, como ahora, motivaciones políticas, sólo que las de entonces eran muy diferentes a las de hoy. La diferencia se explica en buena parte por el hecho de que la democracia liberal se ha convertido en la bebida energética del capitalismo, que en apariencia lo vuelve invencible — sólo no lo defiende de sí mismo, como ya profetizó Schumpeter — . Angela Merkel nacería un año después y sólo después de 1989 conocería de primera mano el mundo de este lado del Telón. Nació políticamente bebiendo esa bebida energética, hecho que, junto con la ignorancia militante de la historia que el capitalismo impone a los políticos, transforma su falta de solidaridad con el proyecto europeo en un acto de coraje político. Sesenta años después de la "Declaración de Interdependencia" de Robert Schuman y Jean Monet, la guerra sigue siendo "impensable y materialmente imposible". Sin embargo, parafraseando a Clausewitz, cabe preguntarse si la guerra no ha vuelto por otros medios.
El Estado como imaginación del Estado
Mariátegui, José Carlos, Ensayos escogidos. Lima: Editorial Universo, 1925.
*Sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal). Distinguished Legal Scholar de la Universidad de Wisconsin-Madison y Global Legal Scholar de la Universidad de Warwick. Traducido para Rebelión por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas